Anne

•Capítulo Veintitrés•


Ya pasaron cuatro días de la muerte de papá y el vacío en mi interior es cada vez más grande pero por más ilógico que suene solo el abuelo y yo hemos reaccionado de mejor manera, Sara no habla con nadie, ni siquiera a contestado las llamadas de Mario o me ha dejado entrar a su habitación; y por otro lado está mamá, estos últimos dos días se a pasado la mayor del día en el cementerio, ayer tuve que ir junto con Max para traerla de regreso, la encontramos tirada en suelo con la mirada perdida en la lápida.  

Al entrar a la casa lo primero que puedes sentir es la tristeza que emana desde cada rincón. La fotografía familiar fue movida de su lugar para que nadie vea el rostro de papá y vuelva a decaer, pero no tiene muy buen resultado que digamos, pues con solo mirar al alrededor uno se puede imaginar a mi padre sentado en el sofá viendo unos de sus partidos de fútbol o desayunado en la mesa antes de ir a su trabajo.  

Es duro pensar que la vida puede terminar en un instante, pues solo bastó un segundo para que el corazón de mi padre se rinda y nos deje para siempre. Bien dicen de polvo eres y al polvo volverás, pero lo que nadie dice es como lidiar con el dolor de que uno de tus seres más queridos vuelva a ser de polvo ni mucho dicen si ese vacío en el alma llega a ser enmendado algún día o por lo menos baja la escala de sufrimiento.  

Sara no volvió está semana a la escuela y el abuelo decidió que es mejor abrir el taller dentro de unos días más, no discutí por ello, no tengo ganas y mucho menos fuerzas para pensar en el trabajo. Pero he de hacerlo, hoy es la semifinal de la competencia y no pienso defraudar a Max, quiero estar allí con él, también lo hubiese querido mi padre. Fue papá quien me apoyó para ser la mecánica de Max junto con el abuelo cuando la respuesta de mamá fue un rotundo 'no'.  

Y aquí estoy, entrando a la pista en busca de mi mejor amigo.  

El lugar está repleto, hay mucha más personas que la última vez. Mario es el que primero me ve y se me acerca para saludar.  

—Anne, creí que no vendrías. Mis pésames, lo siento mucho, el señor Martín era un excelente hombre —le doy una sonrisa forzada, es el único tipo de sonrisa que puedo dar ahora.  

—Hola, gracias —suelto un suspiro y siento sus brazos estrechar mi cuerpo, me niego a llorar, al menos no ahora que debo apoyar a Maximiliano— ¿Sabes dónde está Max?  

—Oh, claro. Está con su novia cerca de los vestidores.  

—Gracias Marito, nos vemos luego. —Camino hacia donde me indicó, y por efecto, allí están los dos aunque parece que llegué en mal momento, al parecer están en medio de una discusión, y para que negar, una bastante fuerte por lo visto.  

Me doy la vuelta para no interrumpirlos, pero es vano por que Max ya me vio.  

—¿Anne? —Levanto la mano para saludarlo. Llega hasta donde estoy y deja a Maura lanzando rayos por los ojos al costado de la carpa que hace de vestidor.  

—Hola, no quería interrumpir.  

Niega con la cabeza.  

—No importa, ¿por qué viniste?  

—No pienso defraudarte, soy tu mecánica y vengo a cumplir con mi trabajo —espeto tratando de sonar casual pero el temblor en mi voz arruina mis planes.  

—Tú no me defraudarías jamás, mi pequeño peluquín rubio —toma mi rostro en sus manos y luego continúa— No hace falta que estés aquí Anne, Mario ya revisó mi moto y también lo hice yo, no tienes de qué preocuparte.  

—Sé que no tengo nada de qué preocuparme pero papá no hubiese querido que te deje plantado —siento las lágrimas derramarse por mi rostro y suelto un sollozo cuando siento sus brazos alrededor de mi cuerpo.  

—No llores nena, tampoco le hubiese gustado que llores —asiento desganadamente—, entonces vamos hacia el puerto de salida, los demás ya están allí.  

—¿Y Maura? —Miro hacia los vestidores pero la Barbie morena brilla por su ausencia.  

—No creo que le apetezca ver mi rostro en por lo menos tres años.  

—¿Cortaron? —Pregunto sorprendida.  

«Yakisieras, Anne» 

—Aún no —Deja hasta allí la frase y espero a que continúe pero no lo hace, en cambio empieza a caminar abrazándome los hombros en dirección al puerto de salida. ¿Qué habrá sido lo que les llevó a discutir como para que Max piense en cortar con la plástica esa?  

Aparto todo tipo de hipótesis de mi cabeza, no quiero sacar conclusiones infundadas antes de saber la verdad, eso si la llego a conocer.  

Max y su contrincante son los segundos en correr, esta vez no fue tan difícil para mi mejor amigo ganar ventaja, al parecer el otro corredor es apenas un novato, está por primera vez en una competencia; dice mucho de él que ya haya llegado a estas instancias para ser un iniciado en el motocross, pero aún así no llega ni a los talones del pelinegro de mi amigo. Para la tercera vuelta de Max el muchachito apenas llega a culminar la segunda.  

La victoria por supuesto se la lleva Max, estoy muy feliz que haya llegado a la final. Ese siempre a sido su sueño, ya lo había conseguido el año pasado pero no pudo ganar y ruego a Dios que esta vez si lo logre.  


Baja de su motocicleta y viene corriendo hasta mí, lo abrazo efusivamente y él me hace girar en el aire.  

—¡Felicidades! —Exclamo una vez me deja en el suelo.  

—Estoy tan feliz, este es mi año, Anne —habla eufórico.  

—De eso no tengo la menor duda.  

—Buena, esa hermano —felicita Mario llegando hasta nosotros, se dan el típico abrazo de hombres, esta es la felicidad que tanto he necesitado en estos día. Yo sé que papá, esté donde esté, también está brincando de felicidad.  






—¿Puedo pasar? —Pregunto cautelosa a Sara, ya me preocupa eso de que no salga de su habitación tan siquiera para almorzar— Te traigo el almuerzo.  

—Pasa —su voz es afónica y puedo darme cuenta de que se encuentra llorando.  

—Permiso —dejo la bandeja de alimentos en su mesilla de noche y me siento a su lado para luego rodearla con mis brazos— Deberías de salir, dale el ejemplo a mamá.  

—Lamento hacerles soportar mi actitud, pero no puedo Anne —murmura escondiendo su rostro contra mi pecho, acaricio su cabellera para consolarla.  

—Shh, no te preocupes, solo te pido que trates de reponerte, a papá no le gustaría verte tan deprimida.  

—Lo sé, pero no es solo eso —susurra tan despacio que me es prácticamente imposible oírla.  

—¿Quieres contarme? —La siento negar con la cabeza— Ok, tómate tu tiempo. ¿Y Héctor? ¿Por qué no sales con él? Despeja tu mente, te hará bien.  

—Ese es el problema, Anne —solloza 

—No entiendo, explícame —se separa de mí y tapa su rostro con sus dos manos y empieza a sollozar— ¿Qué ocurre Sara?.  

—Héctor, eso ocurre.  

—¿Discutieron? Si es así deberías contestar sus llamadas, Mario me dijo que te estuvo llamando y no respondías, estoy segura que para lo mismo con Héctor, llámalo o no sé, ve a visitarlo.  

—Es que no soy yo la que no contesta sus llamadas, Anastasia —Me mira y veo en sus ojos como la preocupación y la tristeza la superan.  

—¿Entonces? —La insto a que continúe.  

—Héctor me dejó y no creo que vuelva a aparecer nunca más.  

—¿Por qué? Yo creí que estaba enamorado de ti.  

—Lo está, pero la responsabilidad no es lo suyo —hace comillas con los dedos al decirlo.  

—¿Por qué debería ser responsable? No le gustan las relaciones serias ¿No? Si es así mejor que se haya largado.  

—Estoy embarazada, Anne 

Me quedo helada y niego repetidas veces, tiene que estar bromeando. 

—Me dejo cuando se lo confesé.  

—Eso no puede ser cierto, no tiene gracia si es una broma Sara —Me salen más gruñidos que palabras, pero ésta no dice nada solo vuelve a tapar su rostro con sus mano.  

—No sé qué voy a hacer, estoy perdida.  

—Es que sólo tienes dieciocho años, ¿es qué acaso no sabes que existen los anticonceptivos? ¿En qué demonios estabas pensando? —Me levanto de la cama y empiezo a caminar en la habitación desesperada, Dios mío es que aún es una niña— ¿Cómo pudiste ser tan tonta como para no cuidarte? Hoy en día los condones llueven. 

—Ya sé que fui una tonta ¿ok? No hace falta que me lo repitas, no es necesario. Si te lo dije es para que me ayudes.  

—¿Ayude? ¿Es qué hay algo que se pueda hacer ahora? Si lo hay dímelo ya antes de que empiece a sulfurar.  

—Yo no pienso ser madre soltera, es más, no pienso ser madre  

Me paro en seco y la miro incrédula, si es lo que estoy pensando será mejor que se retracte ya.  

—¿No pensarás en abortar verdad? —Asiente lentamente y la furia empieza a emanarme.  

—No tengo otra salida, si mamá y el abuelo se enteran estoy muerta, también no puedo perder mi vida por una criatura que no quiero tener.  

—¿Te estás escuchando? ¿Qué culpa tiene esa criatura de que tú hayas sido tan estúpida como para tener sexo con un completo idiota sin usar un bendito condón? 

—No tiene la culpa, pero tampoco puedo arruinar mi vida a los dieciocho años. Ni siquiera he terminado el colegio. 

—Es lo hubieras dicho antes de bajarte las bragas ¿no te parece?  

—No te estoy contando esto para que me des clase de moral sino para que me ayudes a resolverlo pronto.  

—Estás loca si crees que te voy a ayudar a arrebatarle la vida a un ser humano.  

—Es mi cuerpo y yo decido si tengo o no al niño, no me interesa si estás en desacuerdo.  

—Es tu cuerpo pero es su vida ¿no te pertenece? No eres quien para decidir si vive o no.  

—Es que sólo te preocupas por alguien que aún no tiene forma en vez de preocuparte por mí.  

—Es justamente porque me preocupo por ti que no puedo permitir que hagas esa estupidez. Sabes muy bien que Paraguay el aborto está prohibido, y en esas clínicas clandestinas lo único que garantizan es tu muerte. No pienso arriesgarte de esa manera, no, ni soñando. Buscaremos otra solución. 

—Entonces dime una, solo una, a ver si esa solución de la que hablas no me vuelve una madre prematura. 

—Que abortes no significa que dejes de ser madre solo te vuelve madre de un niño muerto y te condena a sufrir.  

—Entiéndeme Anne, yo no quiero tener este niño.  

—Créeme Sara, te apoyaría a hacerlo si no te hubieras acostado con Héctor por tu propia voluntad, pero fue consensual y ambos deben de hacer frente a las consecuencias de sus errores. 

—Díselo eso Héctor, si lo encuentras, claro está.  

Dejo salir un suspiro y le apoyo en la puerta para no caer al suelo ya que la ansiedad que me genera este tema hace que mis piernas pierdan fuerza. 

—No es necesario que lo tengas —digo luego de unos minutos de silencio—, solo basta con que lo des a luz y luego puedes darlo en adopción. Hay muchas personas que quieren tener hijos y no pueden, tú puedes darle esa oportunidad.  

—¿Pero y mi honra qué? Todo el mundo me apuntará con el dedo.  

—¿Y eso qué? Eres humana y te equivocas, pero no serás una asesina para darle el gusto a ellos. 

—Ok. Digamos que continuo con el embarazo, ¿qué pasará cuando mamá se entere? Acaba de morir papá y yo llego de lo más casual a decirle que su hija adolescente ya no es virgen y que para el colmo ya tiene un regalito en su vientre.  

—Ya sé que será difícil pero tienes que asumir las consecuencias de tus errores y si Héctor no lo hizo al carajo con él, tú serás distinta y actuarás correctamente y con la frente en alto. Recuerda que somos unas Briss, jamás dejamos que una dificultad nos ancle al fondo. 

—Tengo miedo —Suelta un sollozo y vuelvo hasta ella para abrazarla.  

—No tienes por qué, yo estaré contigo y te apoyaré en todo. Soy tu hermana y quiero lo mejor para ti. No puedo permitir que cometas una locura, es tu vida de la que estamos hablando. 

—Gracias, Anne. Ya no aguantaba más callar esto.  

—Tranquila, ahora dime ¿cuándo te enteraste de esto?  

—Hace unos días, antes del transplante el doctor me lo dijo.  

—¿Y cómo es qué no nos dijo nada a nosotros? Es más, ¿cómo pudiste hacerte el transplante. 

—Yo se lo suplique, me arriesgué a donar aún estando embarazada. Firme un acuerdo dónde decía que era consciente de los riesgos. 

—Esto ha sido más difícil para ti que para todos los demás —murmuro dándome cuenta de lo que estuvo pasando Sara estos últimos días. 

—Dame unos días más para decírselo a mamá, aún es muy reciente lo de papá y esto terminaría destrozándola más de lo que ya está.  

—Te daré todo el tiempo que necesites, pero quiero que borres de tu mente eso del aborto. No puedo estar tranquila sabiendo que piensas poner tu vida en peligro. 

—No te prometo nada pero está bien.  


 




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