Anne

•Capítulo Veinticuatro•


—Buenos días —digo entrando a la sala donde solo se encuentra el abuelo desayunado.  


—Buenos días, hija —Me sirvo un poco de café y lo acompaño con pan tostado. Luego de varios minutos rompo el silencio, preguntando:  


—¿Sara y mamá dónde están?  


—Sara fue al colegio —contesta para luego dar un sorbo a su café.  


—Me alegro de que ya haya ido,  pero ¿y mamá? —Pongo una capa de mermelada al el pan tostado mientras hablo.  


—Está en el cementerio, hace un rato, antes de que vaya, fui a ver a su habitación cómo estaba  pero no quiere hablar —suelto un suspiro.  


—¿Volvió a ir? Esto  ya es demasiado, abuelo, su depresión ya no es normal, también es mi padre el que murió pero no por eso me negaré a vivir, él no hubiese aprobado eso.  

—Lo sé, Anne, pero tu padre fue el primer y único gran amor de mi hija. 
 

—Y fue mi único padre, no hay mucha diferencia en el amor del que tú me hablas, me preocupa y mucho la actitud de mamá —La muerte de papá ha sido tan duro para mí como para ella y por lo mismo no puedo permitir que se estanque en el mismo lugar.  


—Sé que el amor que tú tenías, o mejor dicho tienes, a tu padre es inmenso pero el amor que ellos dos se tuvieron fue más allá de esta realidad, los dos se sacrificaron mucho por el otro. Déjala sufrir su luto un poco más y si la situación no mejora yo mismo te prometo dar carta al asunto.  


—Jamás se acabará el dolor, abuelo, pero debemos saber lidiar con él.  


—Tienes razón pero es muy difícil —no digo nada más y un silencio incómodo empieza a llenar el lugar por lo que decido sacar a flote lo que me propuse está mañana.  


—Iré al taller, necesito mantener las manos y la mente ocupadas o de lo contrario me volveré loca.  


—Está bien, pero no cuentes conmigo aún no estoy de ánimo, de paso puedes ir a retirar Sara. Llévate la motocicleta.  


—Ok, llamaré a Max para que también vaya al taller.  


—Sí, y traten de terminar todos los pedidos no estamos como para perder clientes.  


—Eh, hablado de dinero —llevo mi tasa al fregadero— Pienso devolver el dinero que iba a utilizar para los medicamentos.  


—¿Qué dinero? —Lo miro confusa ¿a caso no lo sabía? De seguro con todo lo de la cirugía nos olvidamos mencionárselo, es más, yo solo se lo dije a mamá.  


—La señora Marina me prestó el dinero para completar el presupuesto— paso la esponja por la tasa lavándola y luego de unos momentos de silencio vuelve a preguntar:  


—¿Gutiérrez?  


—La misma, esa señora es un ángel. Ella misma se me ofreció _seco los cubiertos y vuelvo a la mesa— Y pensar que no teníamos de qué preocuparnos.  


—¿Estás teniendo mucho contacto con ella? —Interroga, lo miro de reojo sospechando de su actitud ¿Por qué te alteras tanto, abuelo?— No sabía el porqué asistió al funeral pero veo que tú se lo abras informado.  

—Sí, nos hemos hecho muy buenas amigas en este tiempo, es muy buena persona, la última vez antes de la... La semana pasada, fui con Max a su nueva boutique y me regaló un vestido de esos que solo lo utilizan las pijas.  


—Ya veo —murmura. Levanta la mira y me pilla mirándolo con los ojos entrecerrados— La señora Marina es muy buena.  


—Abuelo, ¿cómo la consiste? Ella me dijo que eran viejos conocidos. 


Lo veo tensarse levemente para rápidamente recuperar su postura relajada.  


—Conocí a su madre —contesta con deje en la voz.  


—El otro día también tuve el, por así decirlo, gusto de conocerla y se nota desde lejos que son totalmente distintas.  


—¿Por qué lo dices? —De solo recordar su mirada fría y despreciativa hace que me recorra un escalofrío en la columna vertebral. Jamás vi tanto rencor en unos ojos tan bonitos como los que la señora Amelia tiene.  


—No lo sé, su aura era como muy pesada, ya sabes. Se la notaba muy fría.  


—Amelia siempre ha sido así, nunca fue una persona abierta a conocer nuevas personas, y la calidez nunca fue una muy buena amiga para ella —No se lo diré pero habla como alguien que está o ha estado enamorado, me huele a un amor no correspondido. Mejor así, esa señora no tiene pinta de ser una muy buena amante, tiene más aspecto de solterona millonaria que ni gato tiene porque le molesta el ruido. 


Esperen, esperen. ¿Será que Marina es familiar mío? Tal vez su madre y mi abuelo tuvieron una aventura. ¡Eso explicaría mi parecido con Marina! 


¡Oh por Dios!  


No, basta Anastasia, deja esas ideas absurdas. 


—Me di cuenta —digo retomando la conversación—, ¿sabes qué hizo? Le ofrecí la mano en son de saludo y la muy “Me creo la dueña del mundo” se la quedo mirando como si tuviera gusano en lugar de dedos, tendrá todo el dinero que quiera pero con esa educación... —Niego recordándolo, que va.  


Mi abuelo jamás podría estar con alguien así. 


—Me imagino, ¿no abras dicho una tontería, verdad? —Lo miro ofendida. Si di todo de mí para quedarme callada.  


—Por supuesto que no dije nada, soy pobre pero educada. A mí si me enseñaron a respetar —recojo mi quepis con el logo del taller y me lo pongo sobre mi cabeza pasando mi coleta por el hueco de la parte trasera—. Ya me voy ¿las llaves? —Me apunta la encimera de la cocina y me apresuro a recogerlas.  


—Cuídate y olvídate de esa mujer —se despide. 


—Como si quisiera recordarla. 


Envío un mensaje a Max avisándole que debe ir al taller. Me subo a la moto y salgo a la carretera a una velocidad máxima, siento mi celular vibra en mi trasero, me no le hago caso no vaya ser cometa un accidente de tráfico. Ya después devolveré la llamada, no morirán porque no escuchen mi voz en un lapso de tiempo. 


Aunque, pensándolo bien, nadie puede vivir si  escuchar voz. 


Aún no puedo sacar de la mente la insensatez de Sara, no sé como haré para callar tanto tiempo todo esto. Intente contactar con el infeliz ese pero su teléfono me sale inexistente y su madre me dijo que se fue de la ciudad hace unos día y que no sabe cuando regresar. 

Conveniente ¿No? 


Ya tendré la oportunidad de aplastar sus pelotas, nadie se mete con mi hermana, nadie.  






A la hora del almuerzo dejo de trabajar por una motocicleta Harley y me acerco a Max para darle aviso de la hora.  


—Ya es hora de almorzar.  


—Ok —baja el capo de la camioneta y se quita los guantes— ¿Hamburguesas?  


—Lo que haya en Don Otacio, no importa; pero primero debo ir por Sara —recojo la llave de la moto y me monto en ésta.  


—¿Y no me vas a invitar? —Dice levantando una ceja, me encojo de hombros y luego sube detrás mío colocando su mano en mi cintura.  


—¿No piensas cerrar las puertas? —Vuelve a bajar de mala gana y salgo estirando la moto hasta la calle, una vez que cierra la puerta principal sube nuevamente. Arranco el motor de la vieja motocicleta y voy en dirección  al colegio de Sara.  


Cuando llegamos al portón, veo a muchos chicos de su edad saliendo por allí pero no logro divisar a mi hermana. Unas cuantas jovencitas que se encuentran charlando me miran disimuladamente y sueltan una risita coqueta, claro que no es a mí a quien miran si no al Adonis de Maximiliano. Niego divertida y codeo al pelinegro y señalo a las pubertas con la cabeza.  


—Creo que tienes un nuevo club de fans, Johnny Depp —hablo inocente y él deja escapar una sonrisa orgullosa, ya decía yo que eso de solo para una ya estaba durando demasiado.  


—Son demasiado pequeñas para este campeón —sé muy bien que se refiere a su "tercera pierna" pero lo dejo pasar.  


—Sí, claro —mi sarcasmo le sorprende pero lo más sorprendente es sentir sus brazos alrededor de mi cintura y su aliento en mi cuello— ¿Qué demonios haces? 


Max, no hagas eso.  


Maldición, un besito en mi cuello hace que recuerde todos los sentimientos encontrados de estas últimas semanas. 


—Sígueme el juego —pide, la rubia que por lo que me doy cuenta es como la líder del grupito se gira hacia nuestra dirección y rueda los ojos mientras que las demás nos miran decepcionadas. Que bonito se siente ser mala.  


—Claro, mi amor —dijo y me doy la vuelta para dejar un beso en la comisura de sus labios dejando en claro que este pedazo de mierda es mío, o al menos ellas deben de creerlo. 


Vuelvo a buscar a Sara una vez que dejamos nuestro teatrito, pero ni luces de ella 


—Ya se está tardando, será mejor que entre a buscarla.  


—Yo iré —dice Max y baja de la moto, lo espero por varios minutos y como no aparecen lo primero que tengo es un mal presentimiento ¿le habrá ocurrido algo? Puede haya tenido algún síntoma del embarazo y por ello se la llevaron a un hospital. Si es así las dos estamos fritas, ella porque se descubrirá todo y yo por ayudarla a ocultarlo.  


Aparco la moto y voy por el mismo camino en el que fue Max, busco por varios pasillos y cerca de la salida trasera lo encuentro hablado con unos chicos de la edad de mi hermana. Llego hasta ellos y puedo reconocer a dos de sus compañeros.  


—Sara no vino hoy —me informa Max apenas me coloco a su lado.  


—¿Cómo que no vino? Eso es imposible —miro a los muchachos para que me confirmen lo que dice mi amigo.  


—Sara no viene desde que su padre falleció, no sabemos nada de ella. Lo sentimos —cuando nos dejan solos miro a Max desesperada, me paso la mano por el pelo adivinado por qué no vino al colegio cuando dijo que lo haría.  


—Debemos encontrarla antes de que cometa una locura —empiezo a caminar sin esperarlo pero rápidamente se coloca a mi lado— Busquemos a Lizzy, ella debe de saber dónde está.  


—No deberías preocuparte tanto Anne, a lo mejor solo fue a un parque porque aún no estaba preparada para venir y necesita despejar su mente —sugiere sin saber lo que en realidad pasa.  


—Es que no entiendes, tengo que encontrarla antes de que haga algo de lo que se arrepentirá toda su vida —veo a Lizzy subiendo al auto de su padre y corro antes de que se vayan— ¡Espera Lizzy! —se gira y viene caminado junto a mí, Lizzy es la mejor amiga de Sara; que me quiten una oreja si no sabe nada.  


—Hola, Anne —dice tímida.  


—Hola ¿Sabes dónde está Sara? 


—N-no, lo lamento, no puedo ayudarte —vuelve a caminar rumbo a su auto pero la agarro del abrazo.  


—Dime la verdad —ordeno— , ¿dónde demonios está mi hermana?  —Mi voz sale dura y consigo asustarla más de lo que ya está.  


—Anne, suéltala la estás lastimado —interviene Max pero lo ignoro y fulmino con la mirada a la joven.  


—Sé muy bien que estás enterada de todo y más de lo que quiere hacer.  


—Yo no quería ayudarla, me negué pero no me hizo caso —veo las lágrimas asomarse por sus ojos y la preocupación se vuelve terror por lo que me confirma— Sara dijo que iba a buscar ayuda en otra persona si tú ni yo no la ayudábamos.  


—¿Sabes quién puede ser esa persona? Sé que Héctor no es porque el muy marica se fue de la ciudad —espero a que me conteste mientras suelto su brazo que se volvió más rojo de lo que esperaba.  


—Hay una chica en la pista de patinaje, la misma que le presentó a Héctor, se han hecho muy amigas estos últimos meses. No sé quién es solo sé su nombre porque Sara me ha hablado mucho de ella.  


—¿Y cuál es su nombre? —Tarda mucho al contestar porque hace como que está pensando. Claro que recuerda el nombre, solo está ganado tiempo— Contesta de una maldita vez.  


—Creo que es Tamara.  


No digo nada más y voy como alma que lleva el diablo hacia la moto, Max duras penas me alcanza para cuando la arranco.  


—¿Me puedes explicar de va todo esto? —No tengo tiempo de explicar nada pero lo hago a regañadientes.  


—Sara está embarazada —Se sorprende a penas le pronuncio la última palabra— Lo sé yo también no lo termino de creer, pero la cosa es que el noviecito suyo la dejó al enterarse que puso semejante regalo en el vientre de mi hermana y ahora ella está decidida a abortar. Max su vida corre peligro.  


—Mierda eso no me lo esperaba. Vamos, yo conduzco —asiento pues las manos me tiemblan y es mejor evitar conducir de esa manera. Mi teléfono vuelve a vibrar y esta vez lo contesto sin mirar quién es rogando porque sea Sara pero me equivoco.  


—Hola, Anne —dice la voz de Ariel del otro lado —¿Se puede saber por qué no contestabas mis llamadas?  


—Mira Ariel, ahora no tengo tiempo luego hablamos.  


—¿Qué pero... —Cuelgo la llamada al subirme en la motocicleta. Max arranca y se pone el camino en dirección a la pista.  

 




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