Anne

•Capítulo Veinticinco•

Apenas Max para el motor de la motocicleta, me lanzo en picado hacia la pista de patinaje. Ni siquiera sé a quién estoy buscando pero esa chica es mi única esperanza de salvar a mi hermana, si llegase a abortar su vida corre peligro –porque no te garantizan una vida plena en los lugares donde practican en el aborto y como en los hospitales no es legal tendrá que recurrir a una clínica clandestina–. El miedo de que algo le ocurra a esa tonta hace que me suden las manos y comiencen a temblar por el pánico.  


Miro por todos lados tratando de reconocer a alguien pero es en vano, la mayoría son señoras con hijos de menos de diez años y a ningún adolescente que podría ser amigo de Sara se le ocurrió aparecer hoy. Max me señala las gradas donde una pareja de más o menos nuestra edad se comen a besos, y sin pensármelo dos veces, corro hacía ellos, si Héctor tiene mi edad capaz y la tal Tamara también.  


—Hola —se sueltan a duras penas y me lanzan una mirada furibunda— Disculpen ¿Conocen a una chica llamada Tamara? Necesito encontrarla con urgencia.  

—Yo soy Tamara —su voz sale orgullosa y me dan ganas de propinarle unos cuantos puñetazos a su cara de autosuficiencia— ¿Para qué me buscas?  


—Necesito saber a dónde fue Sara —suplico y ruego con los ojos para que me conteste antes de que sea muy tarde.  


-—No conozco a ninguna Sara —sé muy bien que me miente— ¿En qué estábamos? Ah sí... —Me ignora rápidamente y vuelve a tomar en sus manos el rostro del tipo que se encuentra con ella.  

La furia toma control de mí y la agarro de los pelos levantándola a la altura de mi rostro. Max me mira divertido, ya fui demasiado paciente el día de hoy.  


—Mira perra, te lo voy a preguntar una vez más y si me vuelves a mentir te juro que trapearé el suelo del taller donde trabajo con tu repugnante rostro ¿me entiendes? Ahora ¿Dónde demonios está mi hermana? —Hace una mueca de dolor cuando retuerzo su cabello con mi puño, me toma de la mano para liberarse pero lo único que consigue es que mueva su cabeza como una muñeca de trapo. Algunas señoras se levantaron de sus asientos para tener mejor vista del espectáculo que estoy formando— ¿No vas a contestar? —Suelta un quejido cuando vuelvo a estirar su cabello pero esta vez con mayor violencia.  


—Ok, ok —se rinde pero aún así no la suelto y hago un gesto con la cabeza para que empiece a hablar— Yo le dije que podría encontrar solución para su problema en una clínica cerca de aquí.  


—¿Dónde queda la clínica? —No me contesta con rapidez por lo que vuelvo a estrujar su cabello castaño.  


—¡Ay! A dos cuadras más arriba se hace pasar por un comedor, ¡ay! Pero de seguro ya es tarde. Se fue como hace hora y media —suelta lo último con burla y lanzo al suelo.  


—Si te vuelves a acercar a mi hermana te juro que eso que haces llamar cara, pasará a ser mierda —tomo a Max de la mano y empiezo a caminar hacia la salida.  


Nos montamos en la moto y a dos cuadras como dijo la supuesta amiga de Sara se encuentra un comedor de mala muerte. Me bajo a toda prisa y entro al local donde no se encuentra nadie, solo una mujer que oscila por los cincuenta años de edad que nos mira irritada.  


—¿Quieren comer o quieren tirar? —La miro confusa, no entiendo qué mierda es lo que quiere decir, pero al parecer Max si lo hace y con su respuesta quedo iluminada.  


—En realidad no venimos para eso, buscamos a una paciente —dice con sarcasmo la última frase y la mujer lo fulmina con la mirada.  


—Pues se equivocaron de lugar, esto es un comedor no un hospital.  


—Hospital no creo, pero sí realizan abortos _una mueca burlona estira de su boca de la mujer hacia arriba— Tengo fotografías de ello y si no quieren que llame ahora mismo a la policía será mejor que diga dónde está una jovencita de no más de dieciocho años —la alarma en su rostro me confirma que estoy en el lugar correcto. Nos señala una puerta tras la encimera donde se encuentran las vitrinas con alimentos rápidos que hacen de tapadera a este horrible lugar, y por sobre todo las barbaridades que comenten aquí.  


Entramos en un pasillo largo, lleno de moho en las paredes y con muy poca iluminación. Max me toma de cintura cuando me detengo en seco al ver en el piso una especie de bolsa llena sangre, todo lo que consumí en el día vuelve a mi garganta por lo que me obligo a mirar otro lado y a cubrir mi boca con mi mano para no vomitar.  


A unos metros más vuelve a aparecer otra puerta, una de hierro oxidado color gris. La cruzamos y veo a dos mujeres sentadas en un banco de madera frente a una habitación. El susto es mayor al ver que ninguna es Sara y por lógica ella debe de ser la que se encuentre tras esa pared.  


Entro a la sala ignorando las palabras de Max, las cuales no logro entender y veo a mi hermana acostada en una camilla con una especie de bata blanca con los ojos cerrados y con las lágrimas cayendo por su rostro. Tiene las piernas abiertas y un hombre de aproximadamente treinta años toma en sus manos una especie de tenaza más fina de las que conozco antes de mirarme perplejo ante mi repentina interrupción. 


Sara abre los ojos y veo como se relaja al verme y se sienta rápidamente.  


—¿Qué demonios cree que hace? Salga y esperé turno —demanda aburrido el hombre apuntando con la mano hacia afuera.  


—¿Anne? Yo... —Sara se para y corre a abrazarme, toda la furia y el miedo escapan de mí al saber que llegué a tiempo. Al saber que mi hermana está bien y no a cometido una locura. Le devuelvo el abrazo y beso su cabeza— Perdón.  


—Shh tranquila, ya estoy aquí.  


—¿Se va a deshacer o no del escuincle? No tengo todo el día —veo como el hombre rueda los ojos y saco a Sara de mis brazos y tomo el cuello de la camisa del infeliz.  


—De lo que me voy a deshacer, es de tus pelotas canalla. Tienes suerte de que no te denuncie por practicar aborto ilegal —Tomo la ropa de Sara y se la lanzo a su dueña quien se apura a cambiarse.  


—Yo no las obligo a venir —dice luego de un rato el hombre.  


—Pues para la justicia no importa mucho que ellas lo hagan a voluntad, después de todo es un delito el que cometes —Salgo de la habitación y abrazo a Max quien me esperaba allí todo el tiempo. Cuando Sara vuelve paso los brazos por sus hombros y camino junto con ella hacia la salida sin pronunciar palabra, ya tendré tiempo de hablar, ahora es mejor que se tranquilice.  







Llegamos a un parque media hora después, en todo el trayecto nadie dijo nada. Max se apartó de nosotras con la excusa de llamar a Maura para que podamos conversar con privacidad, se lo agradecí con una inclinación de cabeza y luego cuando estuvo bien lejos solté un suspiro dando a entender que ya era momento de hablar, por lo que Sara deja escapar sollozos. De solo pensar que estuve a punto de llegar tarde y que ella pudo acabar con la vida de un inocente y hasta con su propia vida, me da un mal sabor de boca.  


—¿Cómo te enteraste dónde estaba? —Suelta en un susurro como quien no quiere la cosa.  


—Digamos que tuve que soltar una que otra amenaza a dos amigas tuyas —Se recuesta en mi hombro y se sorbe la nariz. 


—Fue Lizzy quien soltó la sopa ¿verdad?  


—No debiste ni pensar en ir a ese horrible lugar. Encima me lo ocultaste —no quiero reclamarle nada pero no puedo evitarlo, está claro que es muy joven para ser mamá, pero no puede abortar por el simple hecho de que ese embarazo sea un error. No puede arriesgarse de esa manera. 


—Ya lo sé, Anne, pero tengo mucho miedo. Miedo de la reacción de mamá, del abuelo y es que soy tan joven para criar a un niño —su voz sale entrecortada y limpio sus lágrimas con mis dedos.  


—¿Pero no pensaste en mi propuesta? Dando en adopción no solo salvas la vida del niño y sigues con la tuya, sino que también das la oportunidad de ser padres a personas que si quieren.  Mario es adoptado y siempre fue un niño feliz. 


—Pero todos sabrán que fui una tonta más que se bajo las bragas al primer idiota que le hablo de la porquería que es el amor. Seré señalada por todos de por vida, nadie se me querrá acercar, me negaran la oportunidad de tener amigos y hasta novios ¿quién querrá tener como novia a alguien que ya trae una "bendición" consigo? Nadie —habla tan rápido que me da impresión de lo hace de esa manera porque ni ella misma quiere escucharse.  

—Pero no serías ni la primera ni la última en cometer ese error ¿y qué crees? Tú no serás como las demás. Tú —levanto su mentón con mi mano cuando baja la mirada— asumirás tus errores y darás vida a ese inocente que no tiene culpa alguna, ya después si no quieres criarlo, ya es decisión tuya, pero no puedes –o tienes– derecho a privarlo de la vida porque nuestros padres no lo hicieron contigo —niega y sé que me dará otra excusa por lo que me apresuro a decir— Tal vez ellos tenían problemas cuanto mamá se enteró que tu venías en camino pero aún así no pensaron en negarte la vida, todos cometemos errores, tú lo cometiste ahora y lo volverás a cometer pero con cada error que tengas obtendrás una lección que no sólo te ayudará a ti, sino también a los demás, porque tú estarás allí para decirles que tú ya pasaste por ello y que deben de actuar de tal manera. Nadie nace siendo sabio, todos estamos destinados a aprender y a mejorar. ¿Crees que Pitágoras no tuvo errores? Tuvo millones, pero luego busco la forma de enmendarlos y basándose en ellos ahora todos sabemos como resolver los problemas matemáticos. Los únicos perfectos son Dios y Jesús, nadie más, por lo tanto no debes de tomar en cuenta las críticas destructivas, sino las constructivas, las que te llevarán hacia el bien ¿o acaso crees que esa tal Tamara lo hizo para que seas mejor persona? Ella no pensó en tu bien, lo único que quería lograr es parecer importante, la que te ayudo a resolver tu problema, cuando lo que ibas a lograr era asesinar a alguien que no puede defenderse, a ensuciar tu conciencia y a llenar el bolsillo de imbécil que se hace pasar por doctor. Y eso sí no morías en el acto. 


—Es que decirlo es fácil, porque no eres tú la que tendrá que ir al colegio con una panza que carga un niño dentro y mucho menos la que verá la decepción en los ojos de mamá cuando le diga esto.  


—No seré yo, pero te acompañaré en todo, en las buenas y en las malas después de todo eres mi pequeña hermana, por la que tuve que ponerme esa horrible bufanda con pelos lila para fingir que estaba en un desfile de moda juzgando la vestimenta de Max —suelta una risita al recordarlo— Hey, mírame, no tienes porque decirle nada aún a mamá puedes hacerlo cuando estés preparada, pero recuerda que yo estaré allí contigo para defenderte si así precisa ¿Ok? 


—Gracias Anne, gracias por evitar que cometa una tontería y por estar aquí conmigo. Eres la mejor hermana que jamás volveré a tener en otra vida —la abrazo fuertemente y vuelvo a oír sus sollozos.  


—Tú eres la mejor hermana, prométeme que jamás volverás a intentar algo parecido, por favor. Ya perdí a papá, no estoy dispuesta a perder a nadie más.  


—Lo prometo —susurra.  


—También debes una disculpa a Lizzy, la pobre estaba muerta de miedo, la pusiste en un gran apuro.  


—Lo sé, la trate súper feo cuando se negó a ayudarme —nos separamos y hago una seña a Max para que se nos acerque, él se había ido a sentar a unos bancos más de nosotras.  


—Por cierto, Max ya lo sabe, estaba conmigo cuando me enteré que no fuiste al colegio y cuando supe que fuiste a hacer... eso.  


—No importa, algún día se iba a enterar.  


—Él no le dirá nada nadie.  


—Lo sé, Max jamás revelaría algo tan íntimo, pero por favor que nadie más lo sepa, no abortaré pero tampoco estoy muy orgullosa de esto.  


—De nuestra boca no sale ni I.  


—Gracias —cuando Max llega Sara lo abraza sorprendiéndolo y luego susurra algo en su oído y mi amigo se sonroja y niega divertido.  


—Será mejor que nos vayamos que tanta persecución ya me dio hambre —palmeo mi vientre y hago un extraño ruido para que parezca que sale de allí.  







Max decidió volver al taller una vez llegamos frente a casa, le dije que se llevara la moto pero negó alegando que  su casa está a dos de la mía y que puede pasar por la suya. Acepté sin entusiasmo y entre con Sara a la casa, en la sala se encuentra mi madre y el abuelo, me alegra saber que mamá ya no está en el cementerio y lo más probable que es el abuelo le haya echado uno que otro reclamo mientras no estábamos. Sara se tensa a mi costado y le pregunto en silencio qué es lo que ocurre. 


—Ya es hora que les diga la verdad —comunica en un tono bajo para que solo yo la escuche. 


—Puedes esperar más —le digo en un cuchicheo— si no estás preparada... 


—Lo estoy Anne, deben de saberlo ya. O la culpa me carcomerá. 


—Está bien, vamos —hago una mueca pero ella niega. 


—Quiero hacerlo sola, nos es necesario que estés tú. 


—No Sara, te prometí que estaría a tu lado. 


—Por favor, Anne, me metí en esto sola, en cierto modo, por lo tanto quiero hacer esto sola. 


—De acuerdo, iré a mi habitación —asiente y entra a sala. Yo, sin embargo, voy como se lo dije a mi habitación, pero no cierro la puerta, la curiosidad me gana, quiero escuchar todo aunque no esté allí. La conversación empieza dando rodeos por parte Sara y puedo imaginarme la cara de confusión del resto de mi familia. 


Cierro la puerta, no debería escuchar. Sara quería hacerlo sola y debo darle privacidad, aunque no la este quebrantado es como si lo hiciera al escuchar a escondidas. Me acuesto en la cama y lanzo a un costado mi celular y en eso me acuerdo que Ariel me había llamado hace unas horas y lo había dejado con la palabra en la boca espero y no esté enojado. En mi defensa, debía de encontrar a mi hermana, no tenia tiempo que perder.  


Pasan los minutos y la impaciencia cada vez es mayor, me irrita no saber qué es lo que ocurre a menos de cuatro metros al otro lado de las paredes. 


¿Ya les abra dicho todo? 

Tomo en mis manos el libro de Amor de Invierno y trato de leer, pero mi vista avanza por los párrafos y las páginas sin comprender las palabras y mucho menos la acción que ocurre. En eso escucho algo romperse en sala y presa del miedo lanzo el libro y salgo disparada hacia allí y al llegar veo un jarrón que hacía de florero estampado a un costado de la puerta y seguidamente la mano de mi madre golpeando el rostro de Sara.  
La expresión del abuelo es de sorpresa y yo llevo las manos a la boca para cubrirme pues la abrí en una perfecta O al ver semejante escena. Jamás creí ver en los ojos de mi mamá tan furia y tanta repulsión dirigida hacia una persona, ni cuando yo no vine a dormir porque pase la noche en casa de Ariel, es otra persona en estos momentos. 


— ¡Mi hija es una ramera! Esto lo único que me faltaba —ruge con furia. Sara en cambio lleva la palma de la mano a la mejilla que recibió el impacto y deja salir sollozos— ¿Cómo pudiste ser capaz de eso? 


—Mamá, no deberías... —intervengo pero la aludida me interrumpe. 

—¿Tú ya estabas al tanto? —Asiento dudosa— No lo puedo creer, una es ramera y la otra alcahueta. 


—Samara, te estás pasando del límite, tranquilízate y hablemos con calma —la voz del abuelo llega tan serena como es habitual. 


—No las defiendas, papá. 


—Anne no tiene la culpa mamá, es más, sin ella hubiese cometido algo peor que quedarse embarazada —puedo sentir el miedo en cada una de las palabras de mi hermana. Busco su mirada tratando de decirle que se quede callada. 


—¿Qué podría ser peor? 


—Hoy intente abortar y Anne junto con Max me detuvieron antes de hacer tal acto de cobardía. 


—Me alegro de que Martín no esté aquí para presenciar esto, me imagino la decepción que se hubiese llevado al saber cómo salió una de sus hijas —el dolor en la mirada de Sara me dicen que todo lo que le dice mamá la está destruyendo por dentro— Siempre fuiste mala para todo, no haces nada bien en el colegio y las amistades que te cargas son una pesadilla, y ahora vienes diciendo que estás en cinta y que el bueno para nada te abandonó, y como si fuera poco intentaste abortar. ¿Es que acaso no puedes parecerte un poco, solo un poco, a tú hermana o es mucho pedir? 


—Mamá —trato de interrumpirla  al ver las lágrimas de Sara, pero solo me ignora y continúa. 


—Vives con ella desde que naciste y nunca pudiste llevar su ejemplo, cuantas veces te hablé de como debías de esperar para abrirles las piernas a alguien porque este podía ser el resultado, pero al parecer te entro por un oído y salió por otro. Eres una desgracia para la familia, no sé cómo harás pero es mejor que te vayas olvidando que soy tu madre pues de hoy en más serás una simple desconocida y tienes suerte que no te eche de patitas a la calle como debería hacerlo. Y tú Anastasia —Me mira con fuego en la mirada— Gracias por no permitir que tu hermana sea una asesina, pero eso no quita el hecho de que la hayas ayudado quedándote callada.  


Pasa por mi lado saliendo de la estancia y al momento que oigo que la puerta principal se cierra en un sonoro portazo, Sara cae de desmayada al suelo y corro hacía ella rápidamente al igual que el abuelo. 


—¡Sara, Dios mío, despierta! —La sacudo pero es caso perdido.  


—Llevémosla a su habitación —Me dice el abuelo y asiento, la toma en brazos y la lleva hasta su habitación donde la deja sobre la cama con suma delicadeza— Iré por alcohol, pon una almohada bajo su cabeza y prende el ventilador —me indica y luego vuelve a salir, hago lo que me dice y una vez terminado me siento junto a Sara que yace inconsciente con una expresión de paz en el rostro, sus mejillas están pálidas pero sin embargo su piel arde en fiebre. Las lágrimas siguen entre sus pestañas, jamás pensé que mamá fuera capaz de herirla diciendo todo eso, ni estando tan enfadada como lo está.  



 




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