Anne

•Capítulo Veintiseís•

Pase una y otra vez el algodón bajo la nariz de Sara, hasta que despertó emitiendo un ronroneo. Las ojeras se le marcaron y el color desapareció de su rostro hace más de 20 minutos. Abrió sus ojos e intentó levantarse pero no se lo permití, la tristeza que abarca en su expresión es inmensa y no puedo evitar sentir lástima, me pongo en sus zapatos y me doy cuenta de lo destrozada que ha de estar por todas las crueles palabras que mamá le dedicó, no sólo la trató de fácil, sino que la comparó conmigo.


Lo peor que puedes hacer por una persona es compararla con otra. 


Tal vez Sara y yo somos distintas en varios aspectos, pero nada me convierte en mejor que ella, y mamá lo debería de saber por sobre los demás, después de todo ella fue quien nos crió y conoció a cada una tal y cual; nunca vamos a ser iguales, porque yo puedo ser buena para esto y Sara no, pero ella puede ser mejor otra cosa y yo ni siquiera puedo intentar hacerlo de lo mala que soy. 


Somos hermanas no fotocopias.

 Entiendo que es un golpe muy duro enterarse que de tu hija, aún niña, tendrá a otro niño, sí, es una gran decepción para una madre, para un padre, pero su error no hace que deje de ser su hija. También sé que no se puede olvidar, menos un caso como este, pero sí se puede perdonar, porque lo hecho, hecho está y no hay vuelta atrás, pero si hay un camino que seguir, y ese camino va hacia delante no hacia atrás. 


No sé a dónde habrá ido mamá, pero me hago la idea que de seguro fue al cementerio, o tal vez a casa de Max para hablar con Marta, pero esa es una probabilidad muy remota.


 El abuelo, que está parado frente la cama mirando a mi hermana con preocupación, se acerca y se sienta al otro lado de Sara. 


—¿Cómo estás hija, sientes mareos? 


—¿Dónde está mamá? —Sara ignora la pregunta del abuelo y busca en la habitación a alguien que no va a encontrar. 


—Aún no a vuelto ¿Quieres agua? —Le tiendo el vaso de agua que traje hace unos minutos y lo toma con los dedos temblando.— Será mejor que llamemos a un médico —sugiero preocupada pero mi hermana solo niega mientras bebe del agua. 


—No hace falta, ya estoy bien, necesito darme una ducha —miro al abuelo buscando ayuda pero solo me ignora y ayuda a Sara a levantarse de la cama. 


—Ok —acepto entre dientes y busco una ropa remuda y la llevo hasta su baño. El abuelo y yo salimos dejándola en privacidad y nos dirigimos a la sala. 


—¿Desde cuándo lo sabes? —Interroga una vez que nos sentamos en el viejo sofá. 


—Desde ayer —suspiro—, yo no tenía derecho a decir nada cuando ella misma no estaba preparada para hacerlo —espero a que diga algo y como no lo hace continuo—, es mi hermana y por más que haya cometido un error no podía traicionarla, esto es algo que solo ella podía decírselos. 


—¿Cómo supiste que iba a abortar, te lo dijo ella? —Asiento.


—También me lo dijo ayer. En realidad sólo lo insinuó —rápidamente continuo—, por supuesto que me negué, no podía permitir que cometa tal disparate, me puse como loca cuando me comentó sus planes y le hice prometer que no lo haría. Pero de todas formas buscó ayuda en otras personas y consiguió llegar a un lugar clandestino. 


—¿Y cómo supiste como llegar? —Espera mi respuesta y recuerdo orgullosa la cara de dolor de Tamara, esa es una imagen que llevaré a la tumba. 


—Pidió ayuda a una compañera del colegio —retrocedo un poco en la historia para que pille—, fui a buscarla como me pediste pero resulta que jamás apareció y lo primero que me vino a la cabeza fue que... Ya sabes —me estremece recordar aquello—. Busque a Lizzy porque es la única a la que conozco y tiene una amistad muy estrecha con Sara, tuve asustarla un poco pero al final cedió y me dijo que ella no ayudó a mi hermana y que ésta en medio de insultos le soltó que iría a buscar a alguien que sí la ayudaría. 


—¿Conozco a esa persona? 


—No, es una muchacha amiga del canalla ese, tiene más o menos mi edad. Se llama Tamara, digamos que recurrí al uso de la violencia, no te preocupes, no fue para tanto —digo al ver que me iba a regañar—. Me dijo dónde quedaba el lugar y con Max fuimos a trote al apenas escuchar lo que la descarada esa dijo. El lugar era horrible pero por suerte llegamos a tiempo y pude sacar a Sara de allí. 


—Me alegra que la historia tenga ese final, Sara aún es joven, eso es cierto, pero Samara debe de entender que nadie es perfecto. Deja que se le pase la cólera y yo hablo con ella, sé muy bien que todo lo que dijo son solo palabrerías, ella las adora del mismo modo, y sí, cometió un error al decir todo aquello, pero es humana y se dejó llevar por la rabia, ya verás que cuando piense bien las cosas se arrepentirá de todo. 


—Ya sé que no pensaba en lo que decía, pero aún así Sara ya está mal por todo esto y solo terminó por dar el empujoncito final para que ella quede totalmente destruida. Abuelo, solo piensa —espeto—, hace menos de una semana que papá murió, y ella se enteró de su embarazo unas horas antes de quedar huérfana, ¿te haces la idea del peso que cargo? Y para completar el muy poco hombre le deja con la carga solo para ella. Yo en su lugar cavaría un pozo y no saldría del jamás, primero perdió a su padre, se enteró que a sus dieciocho años espera a un bebé, el desgraciado le da la espalda y se marcha y para completar su madre la trata de ramera, le echa en cara todos sus defectos, la compara con su hermana y por si fuera poco le dice que no la vuelva a considerar como su madre. Eso es demasiado para una sola persona y no sé como demonios es que aún puede levantarse. 


—Estoy de acuerdo contigo hija, pero... —el timbre de la casa resuena estrepitosamente una y otra vez, quien sea que esté del otro lado de la puerta lleva prisa. 


—Yo iré —digo con cansancio, y mi estómago ruge y hasta ahora me acuerdo que aún no he almorzando. 




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