Anne

•Capítulo Veintinueve•

—...uno, dos, tres.

El desfibrilador vuelve a hacer contacto con el pecho de Max, pongo mis manos en puños y cierro los ojos negándome a mirar, la voz del paramédico me obliga a abrirlos y veo como los números que indican los pulsos de mi mejor amigo se vuelven a elevar y el ruido continuo es nuevamente pitidos que demuestran que aún sigue con vida.

¿Conocen es sensación el la que se asustan demasiado y de repente viene el golpe de calma? ¿Como si por un momento el hubiese desprendido de su cuerpo y de repente volviese a unirse con cuerpo?

De ser así, me entienden perfectamente.

—Eso es Max, sigue luchando —tomo nuevamente su mano y la beso— Aguanta un poco más cariño, ya estamos por llegar, falta muy poco —pasan como unos dos minutos hasta que la ambulancia se para; me separo rápidamente de Max cuando los otros dos paramédicos abren la puerta y lo sacan apresuradamente. Bajo de la ambulancia y empiezo a correr junto con ellos sin soltar la mano de mi mejor amigo, unos médicos vienen al trote en nuestra dirección al vernos y dan algunas indicaciones a los paramédicos mientras estos les explican cómo fue el accidente.

Voy con ellos hasta el quirófano donde me ordenan esperar en el pasillo, me siento en una de las bancas y tapo mi rostro con mis manos, las lágrimas me ciegan los ojos y los temblores se vuelven cada vez más fuertes. No puedo creer que a poco más de una semana vuelva a estar frente a un quirófano mientras uno de mis seres queridos lucha por su vida.

Tiene que ser una jodida broma de la vida.

—Dios, yo no soy la mejor cristiana, ni siquiera soy una buena persona, pero te ruego, te imploro, que no te lo lleves, por favor —rezo en un susurro lleno de sollozos—. Ya bastante tengo con mi padre para que también me arrebates a mi mejor amigo. Por favor, sálvalo, él aún tiene una vida por delante, ni siquiera ha cumplido la mitad de sus sueños, no te lo lleves por favor, no me lo quites, no a Max —mis sollozos llenan el silencio del solitario pasillo, levanto el rostro y busco a ciegas mi celular, marco el número de Marta y aunque no estoy en condiciones para avisarle lo ocurrido de todas formas lo hago.

—Anne, cariño. ¿Ganaron? —Pregunta optimista la voz de Marta, las palabras se niegan a salir de mi boca. No tengo corazón para darle semejante noticia— ¿Estás llorando?

Me llevo la mano a la boca y le cubro.

—Marta —muerdo mi dedo índice y las lágrimas van en aumento—, Max...

—¿Qué ocurre con mi hijo? —Cierro los ojos, ¿cómo se supone que tengo que decirle?— Habla, niña —lucho internamente para hablar, escucho a través de la línea como mi mamá le pregunta qué ocurre.

—Max... —niego mientras suelto las palabras que tanto odio en estos momentos— Max tuvo un accidente.

—¿Qué? ¿Pero está bien verdad? —Dejo escapar más sollozos, me balanceo en mi lugar buscando calma en esa acción, pero es inútil.

«Max, no me dejes»

—Estamos en el hospital —informo—, aún no me han dicho nada.

—¿Pero sigue...

No menciona lo último pero entiendo perfectamente lo que quiere saber.

—Está vivo, pero el accidente fue terrible.

—¿En qué hospital están? —Miro a mi alrededor tratando de descifrar en qué hospital estoy, no me fijé en logo de la ambulancia al subirme en ella. A unos metros veo a una chica caminando con ayuda de muletas y me acerco a ella— Contéstame Anne, por favor.

—¿Sabe en qué hospital estamos? —Le pregunto a la chica, al parecer la sorprendo porque me mira con los ojos como platos pero rápidamente su semblante se recompone.

—En el Clínicas —asiento y murmuro un gracias y vuelvo a pegar el celular a mi oreja para informarle a Marta.

—Estamos en Clínicas —no me dice nada y cuelga la llamada. Vuelvo a sentarme y empiezo a rezar en silencio. Los minutos me parecen interminables y no recibo ninguna noticia del estado de Max y mi desesperación cada vez es mayor.

Ariel llega unos minutos después, corro hasta su encuentro y lo abrazo imaginado que al que estoy abrazando es a Max y no a él. Me da un beso en la coronilla y acaricia mi pelo mientras yo suelto maldiciones al mundo y mojo su polo negro con mis lágrimas.

—Tengo miedo —murmuro—, no estoy preparada para perder a nadie más —confieso mientras nos sentamos en la banca.

—No vas a perder a nadie nena, él estará bien, ya verás que tengo razón —Mario abraza Maura mientras ella llora en silencio, me levanto y me acerco a ellos.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué perdió el control? —Mario me mira con los ojos inyectados en sangre a causa del llanto y niega.

—No lo sé, Anne, no puedo explicármelo —Marta llega corriendo seguida por mi madre y el abuelo, cuando llega hasta mí me abraza desesperadamente mientras llora en mi hombro.

—¿Cómo está? —Inquiere con la voz entrecortada.

—Aún no ha salido nadie a decirnos nada.

—¿Cómo fue? —Pregunta separándose de mí, se me desgarra el alma al ver su rostro e imaginarme que su hijo no salga con vida de ese quirófano.

—No sé muy bien, pero al parecer perdió el control de la motocicleta y no pudo girar en una curva y terminó embistiendo a un mural de propaganda.

—¡Dios mío! —Se cubre rostro con la mano— Por favor, que esté bien, mi hijo no puede morir.

—Es que no va a morir él estará bien —digo buscando tranquilizarla.

—¿Y quién lo asegura? ¿Tú? —Inquiere Maura separándose de Mario— La persona que tiene la culpa de que él este aquí.

—¿De qué hablas? —Mascullo.

—Tú eres su mecánica, tú deberías de encargarte de que esto no ocurra. La culpable de que mi novio esté entre la vida y la muerte, eres tú.

—¿Cómo puedes culparme a mí? Yo jamás haría nada para que Max...

—Nadie dice que lo hayas hecho a propósito —habla sobre mi voz—, pero quién asegura que seas competente para ese trabajo.

—Anne es la mejor mecánica que haya conocido nunca —Me defiende Mario pero la Barbie suelta una carcajada sarcástica.




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