Anne

•Capítulo Treinta•

Entro a la habitación y lo primero que distinguen mis ojos es el chico postrado en la cama en medio de la estancia, conectado a una infinidad de cableríos y respirando gracias a un tubo de, lo que supongo es, un tanque de oxígeno. Max tiene enyesada las dos piernas y la cabeza vendada, el rostro es adornado por horribles hematomas que van de un morado azulado a un amarillo mostaza, y no solo es el rostro, también tiene los hematomas esparcidos por la piel de los brazos y aventuro a decir que también los tiene por la piel cubierta por la tela de la bata.

Lo único que indica que está... vivo, es el sonoro pitido de una de las máquinas, tiene el aspecto de un cadáver -ni siquiera se nota que respira-, un vegetal en palabras más ¿sutiles? Sí, sutiles.

 Este no es mi amigo, no es el chico hiperactivo y egocéntrico, aun así, en su estado deprimente, sé que en esa inconsciencia está guardada su esencia. No puede simplemente desaparecer ¿o sí?

Camino hasta él y pongo mi mano sobre la suya, su tacto es helado, no me separo esperando así transmitirle mi calidez, muerdo mis labios y seco las lágrimas que caen por mis mejillas.

—Ay, Max —suspiro, acaricio suavemente su rostro temiendo lastimarlo más de lo que ya se encuentra— ¿Sabes? Alguna vez escuché, bueno, en realidad no sé si lo escuché de alguna persona que conozco o si tal vez lo oí en una serie o en una película, pero dicen que las personas que entran en coma nos escuchan, no contestan pero escuchan, puede que ni siquiera sea cierto y que esté hablando como una tonta a alguien que no me oye, pero de todas formas lo voy a hacer, porque tengo que decirte algo o me volveré loca...

«Perdón. No tengo derecho a pedirlo pero igual lo hago, no es que limpiará mi conciencia pero por lo menos me ayudará a conseguir un granito de paz –cierro los y me arrodillo frente a él– perdóname Max, por favor, yo no quería que nada de esto ocurriera, tú sabes que soy la última persona que buscaría hacerte daño, pero aunque no lo haya hecho deliberadamente es mi causa el que estés en este estado...

«Y también te quiero pedir que sigas luchando, no te rindas, aún tienes una vida por delante y muchas competencias en las que participar. No te estanques y regresa conmigo. Tú eres mi soporte, la persona que me ataja ahora que mi mundo se desmorona en mil pedazos, y si tú llegarás a...

«No me dejes –suplico entrecortadamente–, yo no hice una promesa de amistad eterna para que tú dejes tu palabra tirada a tus veinte años. No te permito, vuelve, mi amor, vuelve conmigo —Me paro lentamente y dejo un beso en su coronilla—, siempre has hecho lo que yo te digo, que esta no sea la excepción. Despierta...

—Señorita, ya han pasado los cinco minutos —contesto con asentimiento.

—Volveré pronto Max, no iré lejos —vuelvo a besar su coronilla y camino hacia la salida, doy una última mirada a mi mejor amigo y con el corazón en la mano, salgo al pasillo.

 No se encuentran ni Ariel ni mamá, me acerco al abuelo y pregunto por ellos.

—Fueron a buscar un poco de comida, ya falta poco para que sean las cinco de la tarde —Me siento a su lado y recuesto mi cabeza en su hombro.

—No me había dado cuenta del tiempo.

—Nadie lo hizo —cierro los ojos y lloro en silencio, jamás imaginé ver en aquel estado a Max, prácticamente sin vida. Esto es demasiado duro.

—Anne, ¿podemos hablar? —Me dice Mario, cauteloso, asiento y camino tras él cuando se aleja por el pasillo. Una vez que estamos lo suficientemente lejos para que nadie nos oiga se para y gira sobre su eje quedando cara a cara conmigo.

—¿Qué pasa, Mario?

—Llamaron los organizadores de la competencia —se sienta en la banca pero yo prefiero quedarme parada frente a él— Se encargarán de los gastos, pero también decidieron dar la victoria a Efraín, el chico que estaba detrás de Máx.

—Entiendo, era de esperar. Tampoco es que importe ahora mismo.

—Pero no aceptó, dijo que no es una victoria justa. Quedaron en hacer una nueva competencia cuando Max se recuperé, si es que lo...

—Si es que lo hace —concluyo la frase por él— Lo hará, esa es una noticia increíble. Es un gesto muy bonito por parte de ellos.

—Sí, yo también estoy feliz —si lo está no se le nota.

—¿Pero?

—No hay pero, lo que pasa es que también llamo la policía, vendrán a hacernos unas cuantas preguntas. Solo será por rutina según dijo uno de los organizadores, otra cosa de la que quiero informarte es que iré a revisar la moto, puede que encuentre la razón del accidente, si quieres venir conmigo estas invitada, aunque supongo que no querrás separarte de Max, puedes revisarla en cualquier otro momento.

—Ok, yo no tengo ánimos en este momento para revisar la moto, pero lo haré en otro momento, avísame todo lo que llegues a descubrir, por favor.

—Te llamaré cuando tenga novedades, esperaré tu llamada por si tiene algún avance —abre la boca para articular algo pero la vuelve a cerrar.

—Está bien —se levanta y me da un abrazo antes de marcharse. Vuelvo junto al abuelo y miro a Maura, se encuentra acurrucada en una esquina, sus ojos no reflejan nada, como si su mente estuviera en blanco, solo se limita a mirar la nada.

—Debió haber entrado ella —le digo al abuelo susurrando.

—Tú eres la persona que debió haber entrado, Max lo hubiese querido.

—Pero ella es su novia.

—Te recuerdo tus propias palabras, tu eres su mejor amiga, su casi hermana —dice y me abraza por los hombros.

—Tengo miedo abuelo, no quiero perderlo a él también —la voz me sale ronca.

—Todo va a estar bien pequeña, pronto despertará y todo volverá a la normalidad, como si esto solo haya sido una pesadilla.

—Ruego a Dios que tengas razón. No sé que ocurriría si Max se va de mí, no creo poder soportarlo.

.

.

.

.

—Anne, hija, despierta —suelto un ronroneo como respuesta a la persona que trata de desprenderme de los brazos de Morfeo— Hija, vamos, despierta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.