Anne

•Capítulo Treinta y Uno•

Tres días.

Ya han pasado tres días y nada, ningún avance y mucho menos una esperanza. Solo permitieron ingresar a Marta a la habitación de Max, según ella su estado físico, por así decirlo, sigue deplorable, los hematomas tienen un color morado estirando al negro y las pequeñas raspaduras que sufrió ni siquiera oscilan a curarse. Yo sin embargo por más que no me permitan el acceso decidí no despegarme del lugar, solo voy a casa a darme un baño y luego regreso como bala, tampoco he dormido nada y mis ojos prácticamente se pegan a estas horas de la tarde.

Sara vino unas horas después de salir del colegio pero tuvo que volver a casa porque no se sentía bien, al parecer el olor a enfermos le provocó mareos por lo que mamá se opuso rotundamente a que se quede por más tiempo. Marina también se paso por la mañana pero recibió una llamada y tuvo que devolverse a su casa, en cuanto a Ariel, me llamó hace unas horas avisándome que no podría venir, no me enojé, es más me alegre, pues él a estado pegado a mí todo el tiempo, se merece un descanso, así que sólo estamos Marta y yo, porque el abuelo tenía que encargarse del taller.

Mario se ofreció a ayudarlo mientras yo no esté disponible; ayer fui a la pista para mirar por mí misma la moto, o la chatarra que alguna vez fue moto, está totalmente destruida. Lo que pude constatar es que no fue un accidente, y que no soy yo la culpable. Los cables del acelerador y del freno fueron pelados y colocados cerca de los neumáticos para que cuando alcanzará la motocicleta una velocidad de 90 km/hr por la presión ejercida se cortarán por sí mismos, por lo tanto Max no tuvo ninguna oportunidad de frenar, y los manubrios no respondían a causa la rapidez con la iba mi mejor amigo.

Las personas del peritaje nos informaron que no se encontraron ninguna huella dactilar en la moto y tampoco en la caseta, las cámaras no llegan a enfocar el lugar y que es muy poco probable llegar a encontrar a un culpable pues desde donde llegan éstas a grabar, o sea unos cinco metros antes, había una multitud caminando. Pero todo indica que fue un sabotaje, alguien quería que todo esto ocurra, esa persona deseaba ver a Max fuera de la competencia ¿y por qué no? Muerto.

 En la declaración, Maura me culpó a mí pero hubo demasiados testigos que me vieron entrar y salir con Max de la caseta y no volver a ella sola, saber todo esto me da un poco de consuelo al saber que no soy yo la causante de lo que lo ocurrió pero sí me deja una duda inmensa ¿Quién sería capaz de hacer eso? ¿Quién estaría dispuesto a matar a Max y por qué?

No puedo encontrar respuestas a esa preguntas, Max nunca tuvo enemigos dentro ni fuera de la competencia y la probabilidad de que haya sido uno de los otros dos corredores es nula, ¿en todo caso por qué pedirían que se vuelva a realizar la competencia cuando Max se recuperé? No tiene sentido.

Luego de que Marta se enterará lo que dijo Maura le pidió que se retirará del hospital, por supuesto que ésta formó semejante escándalo pero tuvo orgullo y se marchó diciendo que volvería cuando no tenga que ver nuestros rostros, como si yo estuviese muriendo de ganas de ver a esa mala imitación de Barbie morena ¡Me faltaría más!

Mi celular suena y veo en la pantalla la hermosa sonrisa de Ariel, contesto y antes de que diga nada me ataca con palabras.

—Hola, mi amor, ¿podrías salir un momento afuera? Necesito hablar contigo. Es urgente —habla apresuradamente y me cuesta entenderle.

—¿Estás afuera? —Digo confundida.

—Sí, nena ¿puedes? Estoy muy apurado.

—Claro, salgo en un momento —no dice nada y termina la llamada— Marta —llamo su atención, la pobre apenas y habla, se la pasa pensando todo el día, tampoco es para menos pero ya a veces me preocupa pues no llega a captar mis palabras— ¿Te importaría si salgo un momento? Regresaré pronto.

—Claro que no, Anne, ve tranquila —Asiento y voy camino a la salida. Una vez en el exterior veo que el sol ya se ocultó y como está estacionado en una esquina el deportivo de Ariel, impecable como siempre ¿cómo lo habrá comprado si no trabaja y él mismo me había dicho que no fueron sus padres los que le regalaron semejante auto? Debo preguntárselo algún día.

Abro la puerta del copiloto e ingreso a él, el olor a cuero nuevo y colonia de hombre me invaden y hacen que me relaje, bonita combinación. Le doy un beso en los labios como saludo.

—¿Cómo estás, preciosa? —Me pregunta cuando nos separamos.

—No creo que la palabra sea bien, pero allí vamos —digo con un suspiro cansado— Los doctores no nos han dicho nada el día de hoy.

—Estará bien, ya lo verás —acaricia mi mejilla y cierro los ojos al sentir su tacto cálido— Tengo que decirte algo _abro los ojos cuando aleja su mano, asiento para que continúe— Necesito que vengas conmigo a una carrera.

—¿Una qué? —Frunzo en ceño incrédula— ¿Es enserio? ¿Quieres que vaya contigo a una esas carreras clandestinas?

—Sí, te necesito. Voy a competir contra uno de los mejores de la ciudad y...

—¿Cómo puedes pedirme que vaya contigo a una carrera cuando mi mejor amigo se debate entre la vida y la muerte?

—Solo será una hora, máximo, y te lo estoy pidiendo yo —me súplica y suelto una risa sarcástica.

—Ariel, a mí no me interesa quién me lo pida, aún así me lo pida el mismísimo Papa. No pienso ir y ya.

—Por favor, puedes complacerme una vez. Además me lo debes.

—¿Por qué te debería algo?

—El sábado fue nuestro mesversario y ni siquiera lo recordaste —desvío la mirada hacia la calle.

—¿Cómo pensabas que lo recuerde cuando Max por poco muere? —Debéras se está pasando mi límite— No cuentes conmigo —hago el ademán de bajarme pero arranca el motor y avanza hacia la autopista.

—Lo lamento, amor, pero debéras te necesito —dice sin mirarme.

—¡¿Qué haces?! ¡Para ahora mismo el auto, Ariel!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.