Anne

•Capítulo Treinta y Dos•

Al parecer Ariel tuvo que meterme a la casa en brazos, lo digo porque yo no sentí cuando me sacudió como a una muñeca de trapo avisándome que ya habíamos llegado, fue un bonito gesto de su parte, ¿a quién no le gusta despertar de la nada en su cómoda cama?

Regresé temprano al hospital y esta vez no acepté un no como respuesta de parte de Marta cuando le dije que vaya a su casa, la pobre no da más del cansancio y eso se puede notar con sus ojeras y su voz débil.

No desayuné para venir por lo que el abuelo me prestó dinero para comprar un poco de café y unas cuantas galletas para acompañarlo, me quedé a platicar unos minutos con Christopher, el chico que vende cafés a un costado del hospital, porque me da cosa ingerir alimentos con el olor que abunda allí dentro. Es un chico bastante lindo, de unos quince años, tez tostada, de rostro ovalado con unos ojos protegidos por unas gafas pasadas de moda que hace que parezca que tiene unos ojos demasiado grandes para su pequeña cabeza, su nariz es garinchuda y tiene los labios finos, para tener quince años ya es bastante alto, flaquito pero no en exceso; me comentó que lleva trabajado con su madre desde muy pequeño y que por las tardes acude al colegio, es muy amable y tiene un don para dar conversación, cosa que yo no puedo hacer.

Luego de terminar mi desayuno me despedí de él prometiéndole que volvería mañana y regresé al pasillo frente a la habitación de Max, me distraje jugando Pou, es lo único que puedo hacer por ahora.

—Señorita —levanto el rostro y me encuentro con una enfermera, como de mi edad, mirándome con una sonrisa.

—Buenos días —saludo dejando a un lado mi celular.

—Disculpe que la moleste, pero ¿es usted es algún familiar de Maximiliano Ramírez? —Niego.

—En realidad soy su amiga —la informo—, su madre se fue como hace una hora.

—Entiendo, de todas formas se lo diré, el doctor aprobó las visitas al paciente —comunica con una sonrisa alegre.

—¿En serio? ¿Para todos? —Pregunto feliz— No necesariamente para los parientes, quiero decir —Por fin una buena noticia, aunque sea mísera.

—Sí, señorita, el paciente está evolucionando de buena manera, tenemos esperanza de que despierte pronto —La felicidad que siento es inmensa, mi mejor amigo está mejorando.

—¿Puedo pasar a verlo? —Asiente y sin pensar la abrazo, no la conozco pero tengo la necesidad de abrazarla— Gracias, en serio, muchísimas gracias.

—No hay de qué —resta importancia— pero sólo veinte minutos, ni más ni menos —indica.

—Ok, veinte minutos es más que suficiente —tomo mi celular y lo guardo en mi cartera.

Entro con una sonrisa impregnada en la cara a la habitación, lastimosamente la felicidad se desvanece cuando veo a Max con las mismas fachas que la última vez, por lo menos los hematomas son menos notorios, pero aparte de eso sigue pareciendo un vegetal que respira gracias a ese tubo, creo que esperé demasiado al recibir la noticia de que puedo verlo, tampoco es que me lo vaya a encontrar bailando la pachanga.

Camino hasta él y tomo su mano, se encuentra cálida como la recordaba pero demasiado débil para pertenecer a mi fuerte mejor amigo.

—Hola, Max —acaricio su cabello negro, suave para mi tacto— No sabes cuanto te extraño, por qué no me haces el favor de despertar, ya no soporto un día más sin oír tus bromas pesadas y tus celos irracionales. Despierta pedazo de mierda, te necesito.

Acerco una silla y me siento a su lado sin soltar su mano, una lágrima rebelde resbala por mi mejilla pero la seco al instante, no tengo intención de llorar, debo ser fuerte para que cuando él despierte me encuentre con una sonrisa, esa sonrisa que sólo le puedo brindar a él, mi compañero de infinitas batallas.

—Por estar dormido te has perdido muchas cosas, empezando porque fui secuestrada y obligada a ser copiloto en una carrera clandestina. Si estuvieras despierto puedo apostar que Ariel se hubiese llevado un ojo morado a su casa —río por bajo al imaginármelo, Max es capaz de eso y mucho más— El lugar estaba repleto de esas chicas por las que babeas, tenían un pedazo de tela cubriéndoles la piel, asco; pero eso no es todo, Ariel perdió la carrera contra el primo de Marina, lo sé, yo tampoco me lo creo. ¿Quién se imaginaria que un familiar de Marina estuviese metido en una de esas tontas carreras? —Suspiro, no sé si me escucha realmente pero me arriesgo— Es realmente guapo el chico, pero no para rendirme a sus pies, y aquí entre nos tú eres más atractivo, y por mucho. Sara hizo bien al tenerte como crush desde antes de dejar de usar pañales.

>> Y hablado de Sara, la pobre ya está manejando mejor lo de su embarazo, es más, creo que ayer por la noche la oí conversando con su bebé, bueno, no su bebé respectivamente, pero ya me entiendes. También mejoró su relación con mamá, no son las mejores amigas pero están allí, y tampoco debes preocuparte por el taller, el idiota de Mario está ayudando al abuelo desde ayer, ya sé que no es un mecánico de clase como nosotros, pero da su mayor esfuerzo. Tengo que admitirlo, ha aprendido de la mejor.

>>También hice amistad con un chico que vende cafés afuera del hospital, me tiro un poco de onda pero sabes que no me gustan los niños. ¿Ves de todo lo que te pierdes por estar durmiendo? Despierta de una vez por todas o yo misma tomaré cartas en el asunto —Tocan la puerta y miro mi reloj, ya pasaron los veinte minutos, claro, cuando al tiempo le conviene pasa más rápido que la luz, pero cuando no lo necesitas, allí está estorbando como tortuga en plena carrera— Creo que ya debo irme, no quiero dejarte pero esta enfermera es muy insistente, hasta me da ganas de darle una paliza, no una muy fuerte como se la di a Maura cuando nos encontró en el armario pero no está muy lejos de eso.

Me levanto de la silla y empiezo a caminar hacia la salida, pero antes de tomar el pomo de la puerta me giro sobre mi eje y vuelvo junto a Max, me inclino con la intención de darle un beso en la mejilla pero algo me detiene y bajo mis labios hasta los suyos y los sello con un corto beso, sus labios son cálidos y suaves a pesar de estar secos, cierro mis ojos y me aparto.




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