—Abre la boca, mi pequeñín —digo elevando la cuchara simulando que es un avión— Abre tu boquita, corazón de mondongo. ¿Onstá la cueva? Abre la boca que ya va a aterrizar el aviooón
—Ya deja de hacer eso, Anastasia —dice Max rodando los ojos.
—En serio hermanita, te ves patética —concuerda Sara y yo suspiro irritada.
—Con ustedes no se puede —me quejo inflando los cachetes—,, una hoy en día ya ni puede jugar.
—Una cosa es que juegues rubia —habla mi mejor amigo—, y otra muy distinta es que me hagas tener hambre por un juego que exaspera a cualquiera. Yo lo odiaba desde niño.
Elevo los ojos al universo pidiendo un poco de paciencia.
—Ok —acepto bajando la cuchara—, pues entonces abre tu boca solamente para comer —me coloco bien el pelo y vuelvo a agarrar un poco de la sopa con la cuchara y se la doy.
—Esto es asqueroso —espeta haciendo muecas cuando ingiere el líquido amarillo que nos vendieron con el nombre de sopa de verduras.
—No te quejes, es mejor esto que la comida que dan aquí —dice Sara desde un rincón.
—¿Pero justamente debía de ser sopa? ¿No podía ser un caldito de pollo o qué se yo?
—Mira quién era la patética aquí —escupo mientras lo obligo a comer otro bocado.
—No soy patético —replica—, pero esto ni siquiera tiene sabor.
—Cállate y come todo lo que hay en el plato, además esto tiene mejor pinta que la cosa verde que te ponían por la sonda.
—Pero esa cosa verde yo no la saboreaba y sin embargo esto... —no lo dejo continuar porque sin esperárselo, le meto de un sopetón la cuchara en su boca.
—Ya te pareces a Sara haciendo un berrinche.
—Oye, no me ofendas —exclama indignado.
—Si creen que me enfadan, sigan participando —habla mi hermana— y otra cosa, los dejo solos, tortolos, que me están a punto de contagiar con diabetes visual —dice por último saliendo por el umbral de la puerta, la cierra antes que Max y yo podamos decir nada.
—Si no supiera que está embaraza diría que se encuentra en sus días —Max ríe por mi comentario y aprovecho para volver a meter mi cuchara a su boca.
-—Ya déjalo Anne, ya se me pasó el hambre —hace una mueca de asco.
—Ni siquiera te has comido la mitad del plato.
—Y mucho menos me comeré la otra mitad, a no ser que quieras ser acusada por envenenamiento.
—¡Ay, no exageres! Compórtate como el adulto que supone que eres.
—Mamá dice que sigo siendo su pequeño bebé.
—Tú eres un fabricante de bebés —enfatizo—, cosa que es muy distinta —levanto la cuchara la llevo hasta si boca y gira la cabeza para no comer— Maximiliano Ramírez, me estás cansando, coopera si no quieres que te ate y te abra la boca con pinzas para que termines de comer.
—Comeré, pero sólo un poco más, luego puedes tirar esa cosa asquerosa.
—Algo es algo.
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El abuelo me tuvo que obligar para que venga a trabajar hoy al taller, si fuera por mí no me despegaría de Max por un solo minuto, pero según Marc el pobre de Mario no es tan eficiente, hace lo que puede tampoco podemos exigirle tanto.
Me había olvidado de avisarle a Marina y a Ariel que Max ya despertó, por lo que tuve que escaparme por unos minutos para realizar las llamadas, mi novio prometió ir en la noche porque estaba en la empresa de su papá porque éste salió de viaje y su madre no tiene mucha experiencia con tratar con los obreros, Ariel me comentó un día que su padre tiene una empresa Agrónoma en el interior del país pero que él no tiene mucho contacto con ello por eso decidió seguir la carrera de Derecho, según él la naturaleza no es lo suyo, pero es para hacerle un favor a su padre; por otro lado, Marina no pudo esperar a que yo esté en el hospital para visitar a mi amigo y al enterarse de la buena noticia me corto la llamada al instante diciendo que salía en camino.
La verdad es que ya me llevé varios regaños por confundir las cosas en el trabajo, lo cierto es que mi cuerpo está aquí pero mi mente se encuentra junto a Max. Pero para ser sinceros, hoy estoy más concentrada que los días anteriores donde me pasaba mojando el piso con lágrimas, unos días atrás escuché decir a Mario que las utilizaría para lavar los autos así nos ahorramos unos cuantos billetes.
—¿Anne qué demonios haces? —Inquiere el abuelo cansado— A ese auto solo falta cambiarle las llantas, no es necesario tocar el motor.
—Lo siento, es que no puedo pensar con claridad.
—Deja eso y ve de una vez por todas al hospital antes de que me eches a perder un auto ajeno —lanzo los guantes que tenía puestos mientras asiento.
—Hasta que por fin lo dices —le doy un beso en la mejilla y me monto en su moto, primero iré a casa a darme un baño, no me vayan a confundir con un indigente— Nos vemos, Mario.
—Hasta luego, rubia —salgo a la carretera y acelero en dirección a casa, no quiero perder un minuto más sin Max.
Cuando llego, entro corriendo a la casa y sin mirar a mi alrededor me dirijo a mi habitación y me doy un baño a la velocidad de la luz, no literalmente, pero algo parecido. Me visto con unos jeans negros y una camiseta blanca junto con una camisa a cuadros roja para combinar con mis Converse negros con rojo.
—¡Oye Sara, vamos al hospital! —Grito cuando paso por su habitación, me dirijo a la cocina y tomo en una manzana verde, primero debo de tener algo en el estómago.
—¿Y qué te hace pensar que yo quiero ir? —Dice entrando a la cocina.
—Por favor, es para que Marta pueda venir a descansar.
—Está bien, pero regreso temprano, anoche no dormí nada.
—Lo que quieras, pero ahora vamos —dejo una nota pegada al refrigerador con un imán avisando a mamá que Sara y yo estaremos con Max, para que no se preocupe. Hecho eso, me precipito a ir por la motocicleta seguida por Sara.
Llegamos al hospital unos minutos después, la pobre Sara tuvo que sostenerse firmemente a mi cintura para no caerse, tal vez me pase unos cuantos números de la velocidad máxima, pero estoy demasiado ansiosa de ver a mi pedazo de mierda glamorosa preferida. No puedo perder ni un solo minuto ahora que Max está despierto.