Anne

•Capítulo Treinta y Ocho•

—Aquí está, Anne —dice Marina entrando a sala con paquete en manos, es un sobre de papel madera que obviamente trae documentos dentro; me levanto y agarro el sobre confusa.

—¿Qué es esto? —Pregunto abriéndolo.

—Son solicitudes universitarias —saco los papeles y me siento nuevamente, Bruce mira curioso mientras hojeo, son dos solicitudes para dos universidades. La primera es para la Columbia y la segunda para La Universidad Católica, estas son unas de las universidades más prestigiosas del país, yo no podría pagar esto ni trabajando de sol a sol, no puedo aceptar que pague esto por mí, es una fortuna.

—Yo... —me quedo con la boca abierta no sabiendo que decir.

—Ya sé que no debí darme la libertad de hacer esto sin tu consentimiento, pero las clases están por empezar y las inscripciones ya se cierran —explica apresuradamente— Por favor, no te enojes.

—¿Enojarme? Claro que no, Marina. Jamás nadie había hecho algo como esto por mí. Pero yo no puedo aceptarlo —levanto los papeles al aire— estas universidades son muy costosas, las cuotas valen una fortuna, es demasiado.

—Deberías de aceptar, Anne —alienta Bruce— yo voy de la Católica y es una de las mejores universidades del país.

—Ya lo sé, pero...

—Para mí esto no es nada, hija —habla Marina—, además lo hago de corazón. El mejor regalo que podrías darme es verte cumpliendo tus sueño —dice sentándose en la mesita que se encuentra frente a mí, me quita los papeles y los deja a un costado, lo siguiente que hace es tomar mis manos entre las suyas— Déjame ser partícipe de tus logros, por favor.

—Yo te agradezco con toda el alma Marina, pero siento que si acepto esto sería aprovecharme de ti.

—¿Por qué no hacemos lo siguiente? —Dice— Tú aceptas mi propuesta y completas las solicitudes y, el día de mañana cuando termines la carrera y trabajes como ingeniera, me vas pagando de poco en poco —sopeso sus palabras, tiene sentido y además no me volverá a salir una oportunidad como esta.

No tengo nada que perder, solo ganar. Ya lo dijo Sara, ¿Cuándo viene una mejer a pagarte los estudios así porque sí?

_Está bien, acepto —siento como si estuviera hablado frente a un sacerdote en una boda de telenovela mexicana.

Creo que debo dejar de ver tantas telenovelas mexicanas. Sí, mejor me veo las colombianas, así por lo menos aprendo a ser narco y no a ser tan dramática.

—Perfecto, lleva las solicitudes a tu casa y las completas con calma y me avisas cuando terminas —dice Marina con una sonrisa de oreja a oreja.

—Buena elección rubia, ahora rezaré para que te acepten en la Católica —me dice Bruce pasando nuevamente su brazo por mis hombros.

—Te avisaré cuando estén listas —Marina asiente y antes de decirme nada su teléfono suena, frunce el ceño al ver al remitente de la llamada.

—Disculpen pero debo responder —comunica mostrando su teléfono.

—Claro, yo ya voy de salida, te llamo en cuanto acabe de responderlas —digo levantándome.

—Claro hija, esperaré tu llamada, ahora si me disculpan —dice saliendo de sala sin contestar aún la llamada.

—Se nota que mi prima te quiere mucho —espeta Bruce levantándose, marco mi hoyuelo izquierdo haciendo una mueca.

—Yo diría que me tiene más que cariño ¿Cada cuánto regalas una carrera universitaria a una conocida? —Pregunto retóricamente guardando los papeles en el sobre.

—Tienes razón, aquí hay gato encerrado _se sienta y acerca su boca a mi oreja de manera confidente— Yo podría ayudarte a descubrir de que va todo esto —dice susurrando. Me quedo mirando fijamente el suelo ¿Tendrá razón y hay algo más tras esta cuestión o Marina solo lo hace por... caridad?

—En lo que tú puedes ayudarme, es a dirigirme junto a tu Ford GT y darme las llaves para que pueda montarme en él ahora mismo —hablo volviendo a la realidad.

—Y yo que creí que ya lo habías olvidado —dice en tono resignado.

—Soy rubia, pero no hueca —digo orgullosa guiñándole un ojo, él hace rodar los suyos y se levanta.

—Ok Ricitos de Oro, acompáñame. Pero solo te advierto una cosa, esta es la última vez que te subirás a mi auto como piloto, luego solo será un recuerdo —levanto mi mano como si fuese a jurar por la patria.

—Entendido —empieza a caminar y pongo los papeles en mi pequeña mochila que en ningún momento me saque del hombro, en ella no hay nada aparte de mis documentos personales, goma de mascar y un poco de dinero que no me alcanza ni para comprar una barra de chocolate.

Caminamos hasta la puerta principal, una vez en el exterior nos dirigimos a la parte trasera de la casa, hacia el garaje, que por cierto tiene el tamaño de mi habitación y tal vez hasta más grande, en él se encuentran el Ford de Bruce, la camioneta de Marina y un auto negro que no distingo la marca pero que es bastante bonito y elegante de tamaño familiar, es tan brillante que hasta me veo en el como si me estuviese mirando a un espejo. Lanzo un silbido a ver las tres preciosidades juntas, porque la camioneta de Marina tampoco se queda atrás en belleza, lo único distinto es que es menos ostentoso como los otros dos.

—No sé como demonios puedes estar con Ariel —dice Bruce más para sí mismo que para mí.

—¿Por qué lo dices? —Inquiero devorando con la mirada a los autos.

—Porque no eres ninguna fresa y mucho menos una caza fortuna. Jamás vi a una chica que sepa de autos y menos aún que sea mecánica, el cabrón se ganó la lotería contigo, Ricitos —aparto la mirada cuando siento mis mejillas arder.

—Tal vez por eso esté conmigo, porque no soy tan típica.

—No eres para nada típica, conozco a más mujeres de lo que podrías imaginarte y aún no conseguí ver a una de ellas con los ojos brillando por ver unos autos, y que no sea por lo costoso que puedan llegar a ser.

—No todas son iguales, pero no soy la única y diferente, hay muchas como yo, solo que no son idénticas —expreso con simpleza— ¿Vives aquí? —Cambio de tema porque no me gusta ser el centro de atención. Asiente sin hablar, no me da explicaciones y entiendo la indirecta de que no es de mi incumbencia.




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