Anne

•Capítulo Treinta y Nueve•

Dejo el birome y la hoja de solicitud a un costado en el sofá en el que me encuentro sentada, Max sigue dormido desde hace como dos horas aunque no sé si realmente lo esté, pero lo que sí es cierto es que no me puedo concentrar en nada, ni siquiera en completar mis datos en estos papales, he estado así toda la tarde ayer y el día de hoy, no puedo dejar de pensar en la discusión de Marina y su madre, fueron tan crueles las palabras que eligió Amelia para emplearlos con su hija, pero las que más me llamaron la atención fueron:

"Ella no es tú hija"

¿Lo decía por mí? Ya sé que no soy el ombligo del mundo, pero es obvio que se refería a mí, y no lo digo por decir, tengo argumentos bien desarrollados para ello, empezando porque es a mí a quien Marina trata como una hija, ella misma me lo dijo varias veces y soy yo por quien quiere costear los gastos de una universidad. Además se nota que le caigo mal a esa señora, solo hace falta ver cómo me mira para saber que no soy santa de su devoción, también está el hecho de que me parezco a Marina cuando era más joven, eso lo comprobé ayer cuando vi el retrato en su casa, ¿También le recuerdo a Amelia a esa niña?

Puede que sí, por ello que no me soporta, porque tengo un parecido con la nieta que nunca quiso. ¿Pero yo que culpa tengo? Tampoco es como si yo hubiera dicho, mira mi Dios yo quiero ser parecida a esa niña que murió y Bum nací con los ojos verdes y cabellera rubia.

Coloco mis codos sobre mis rodillas y cubro mi rostro con mis manos dejando mis dedos en enredados entre el nacimiento de mi pelo, suspiro casadamente, esto de descubrir misterios nunca será lo mío, desde pequeña nunca fui tan despierta en el aspecto de descubrir mentiras, pero eso siempre Max y Sara me llevaban ventaja en los juegos y solo cuando la mentira era ya muy obvia los descubría y utilizaba la fuerza bruta para ganar. Extraño tanto esos momentos de mi niñez cuando por lo único que tenía que preocuparme era por aprobar las materias en la escuela y regresar a casa para aprender lo necesario sobre autos y motocicletas, ahora todo eso ya no tiene importancia, mis prioridades ahora son que mi mejor amigo este vivo, que mi hermana no cometa la tontería de abortar, que mi madre no se ponga histérica cuando le informo que una mujer que acabo de conocer se encargará de mis estudios universitarios.

Porque eso es lo que hizo, ponerse como una loca; cuando llegué de la casa de Marina lo primero que hice fue informales a ella y al abuelo sobre la propuesta de Marina, mi abuelo no dijo nada pero pude notar el disgusto en su expresión, sin embargo, mamá fue paja de otro costal, no me insulto ni nada por el estilo pero sí dejo muy en claro que nada de esto es de su agrado y no confía en Marina, le agradece por lo que hizo por papá y por interesarse en mí pero eso no cambia que sospeche de la amabilidad de esa señora. No la culpo, a mí también se me hace raro, pero hay algo que me dice que puedo meter mi mano al fuego por ella.

—¿En qué piensas? —Pregunta Max y levanto el rostro para mirarlo, aún tiene los ojos cerrados pero ya sé que se encuentra consciente.

—La lista es bastante larga, si supieras todo lo que está pasando por mi mente en estos momentos —digo mientras me acomodo en el sofá en posición india.

—Pues acostado en esta cama no tengo mucho que hacer así es que, por qué no me cuentas —abre los ojos y se recuesta sobre la almohada para quedar medio sentado. La verdad es que quisiera hablar con él sobre lo que escuché en la casa de los Gutiérrez pero Marina nos pidió a Bruce y a mí que no digamos nada.

—Acepté la propuesta de Marina, estas son las solicitudes para dos universidades —tomo los papeles y se los entrego.

—Wow, Columbia y la Católica —Asiente para sí mismo mientras hojea los documentos a medio completar— Estas universidades son las más...

—Ya sé, será un milagro si me aceptan en una de ellas —yo y mi optimismo.

—Relájate, Anne. Claro que te aceptarán, no eres una sabelotodo pero siempre fuiste aplicada.

—¿Tú crees? —Dudo.

Asiente y vuelve a pasarme las solicitudes.

—¿Sabes? Ayer conduje un Ford GT —comento como si fuera algo de todos los días, la expresión de Max es toda una comedia.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Lo robaste?

Ruedo los ojos y miro mis uñas haciéndome parecer importante.

—Lo conduje con la mano —respondo—, ayer por la siesta, en la carretera y no lo robe.

—Ya sé que condujiste con tu mano, idiota. No eres chistosa. Y si no lo robaste ¿cómo conseguiste encontrar uno en Paraguay?

—El primo de Marina —contesto—, Bruce, tiene uno. Utilicé mi táctica trueque para que me lo preste.

—¿Con qué lo chantajeaste?

—¿Chantaje? Me ofendes Max, yo jamás chantajearía a nadie —llevo la mano sobre el pecho para parecer indignada, el rueda los ojos esperando una respuesta— Ok, lo que pasa es que él también está en mundo de la apasionantes carreras clandestinas, pero su familia no lo sabe, obviamente.

—¿Y tú por qué sí?

—Porque él fue el contrincante de Ariel la otra noche.

—¿Fuiste a una de esas carreras? —¡Mierda! Se me olvidó que Max no lo sabía, yo y mi bocota, ¿Se puede ser más estúpida en este mundo? No lo creo.

—Este... Sí, pero solo fue un momento, fui como el amuleto de mala suerte de Ariel, terminó perdiendo contra Bruce.

—No puedo creer que el imbécil te haya llevado a ese lugar, ¿Sabes lo peligroso qué es? —Ah, extrañe tanto estás discusiones. Ay mi mierda glamorosa, cuanto necesite de tu drama— ¿Te parezco gracioso? —Inquiere al verme sonreír.

—No, solo extrañe tus regaños —me levanto del sofá y voy hasta él, me siento a un costado suyo, hago descansar mi cabeza en su pecho— sigue, por favor —ruego embargándome de su aroma—, adoro cuando me sobre proteges y te pones en plan de hermano mayor —acaricia mi cabello y se le acelera el corazón.




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