Anne

•Capítulo Cuarenta y Dos•

—¿Cómo, se conocen? —Pregunto tratando de calmar la tensión que cada vez es más palpable.

Vaya intensidad, señores.

—Sí —responde Marina susurrando.

—Un gusto volver verte, Marina —el profesor habla al cabo de unos segundos de silencio.

Me huelo a fuego que dejó cenizas. Bien hecho, Anne que tú eres un imán para los dramas.

—Lo mismo digo —dice mi amiga, su mirada se aparta de él para posarse sobre mí— ¿Y ustedes cómo se conocen?

—Es mi nuevo profesor —explico.

—Enseño en la Católica —continua el señor Valente.

—Ya veo... —dice Marina, tengo que interrumpirla al ver como unas señoras que se encuentran sentadas a unas mesas de nosotros dejaron de conversar para ponerse a mirarnos.

—Este...¿Por qué no nos sentamos? —Sugiero— Las personas nos están mirando —mis dos acompañantes miran a nuestro alrededor y asienten. Una vez sentados un mozo se nos acerca con la carta del menú, la deposita en la mesa y se retira.

—¿Hace cuanto que enseñas allí? —Marina es la encargada de romper el hielo y se lo agradezco con toda el alma, esto ya se está volviendo incómodo.

Estos tiene historia, y no de la buena.

Incómodooo.

—Desde hace diez años, luego de regresar de Madrid encontré un puesto vacante en esa universidad. ¿Y tú? Escuché que tienes una boutique en la ciudad.

—Así es, la inaugure hace una semanas —cuenta Marina en un tono tosco.

—Me alegro. ¿Ustedes son familiares? —Marina desvía la mirada mientras yo niego a la pregunta.

—No, solo somos amigas —digo sonriendo.

—Ya, cualquiera juraría que si lo son, por el parecido.

—Buenos días ¿Ya tienen algo pensado? —Pregunta el mismo muchacho que nos trajo las cartas.

—Sí, yo quisiera sopa de verduras —dice Marina mirando la carta de arriba abajo, ¿Sopa? ¿Con este calor de los siete infiernos?—, y para tomar un vino.

—¿Marca?

—No importa, lo dejo a su criterio —el muchacho anota en una libreta lo dicho por Marina y luego vuelve a levantar la vista ahora fija en mi.

—Lo mismo, pero sin el vino —digo entregándole la cara. Hace un calor que te suda hasta la raya del culo pero me solidarizo con el alma de Marina.

—Ok, y usted caballero, ¿lo mismo que su esposa? —Marina empieza a toser, y una sonrisa se ensancha en mis labios.

Te pillé, picarona. Le lanzo una mirada sugerente y enarcó las cejas mientras mi profesor no me mira, ella niega espantada y aparta la mirada incómoda.

—Lo mismo, pero la dama solo es una amiga —el rostro del mozo adquiere un color rojizo propio de la vergüenza.

—Le pido una disculpa, ya regreso con sus pedidos —el señor Valente asiente y luego mira con una sonrisa a Marina.

—¿Y tú familia qué tal está?

—De maravilla ¿y la tuya? No he sabido de ellos en años.

—Siguen en Paraguay, a las afueras de la capital llevando acabo su negocio de telas.

—Entonces siguen en ello —dice Marina con un tono nostálgico. Si estos dos no fueron más que amigos que me corten una oreja, se nota a kilómetros que llegaron a tener un romance y que su reencuentro no es algo que esperaban con toda ansias.

Bueno, que el día ya estaba aburrido. Telenovela en vivo, que purete.

—Sí, es el negocio que siempre les gustó y por lo visto les gustará —luego de las palabras del profesor un silencio incómodo empieza a crecer y no sé que demonios hacer para pararlo.

Ya, digan algo. Bueno, seré la heroína sin capa.

—¿De qué querías hablar, Marina? Cuando me llamaste me habías dicho que era algo muy importante —Marina se tensa y es salvada de hablar por el mismo joven que nos atendió hace unos momentos quien trae los platos de comida y una botella de vino.

—¿Requieren de otra cosa? —Pregunta amable el mozo pero los tres negamos y luego de esto se retira en silencio.

—Yo... —Marina toma la cuchara y juguetea con ella posando su mirada primero en el profesor y luego en mí— No es nada, ya hablaremos otro día.

—Oh, disculpa si soy inoportuno —habla el señor Valente al entender la indirecta.

—No te preocupes, no es tan importante —dice Marina restándole importancia. Comemos en silencio y luego pido disculpas para ir al sanitario, no por que necesite utilizarlo sino porque el ambiente es demasiado pesado.

Camino lentamente buscando el servicio de damas y lo encuentro, desgraciadamente, muy rápido. Entro allí y me miro en el pulcro espejo colocado en la pared de un costado sobre los lavamanos modernos, la chica que se encuentra reflejada allí es demasiado coqueta para ser yo. Viste del vestido que Marina me regaló, floreado en la parte del top con un escote en V y de la cintura para abajo blanco con diseño princesa, la cintura de la joven es extremadamente delgada, lo que llaman cintura de avispa; el pelo rubio cae despreocupado sobre sus hombros y en su cuello descansa un dije con forma de corazón. Sus rostro en cambio no precisa de maquillaje solo un poco de brillo labial para resaltar sus labios, sus pestañas aunque no sean largas se arquean hacia arriba remarcando sus ojos verde pasto con la circunferencia externa negra.

¿Quién es ella y qué hicieron conmigo? Se supone que yo no utilizo vestido, la ley de mi vida es vestir, o de short o de jeans pero jamás de vestidos. Sara hizo un muy buen trabajo esta mañana dizque porque es mi primer día de universidad y no puedo llegar como una indigente. ¿Desde cuándo parezco indigente?

Me sonrío por última vez y salgo del sanitario. Camino sin apuro hasta mi mesa pero antes de llegar veo a Fernando, digo, el señor Valente saliendo hecho furia hacia el exterior.

Ahora si me apresuro y llego rápido hasta Marina que se encuentra mirando en dirección al hombre que acaba de salir con humos despedidos por las orejas.

—¿Marina, que pasó?!—Se seca una lágrima rápidamente cuando me ve y asiente pero se da cuenta y niega— No entiendo ¿si o no?




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