Anne

•Capítulo Cuarenta y Tres•

 —¡Qué los cumplas feliz

Qué los cumplas feliz

En tu día dichoso,

Qué los cumplas Feliz!

El canto de cuatro voces interrumpe mi plácido sueño y me obligan a tomar conciencia del mundo real y abandonar el reino de Morfeo.

Juro que los golpearé dentro de dos segundos sino me dejan en paz.

—¡Vamos, despierta, dormilona! —Grita la voz Sara estirando mi manta. Gruño y me doy la vuelta para seguir durmiendo. Que pesada— Eres caso perdido —la oyó mascullar.

—No molestes y déjame dormir —ronroneo. Me tapo la cabeza con la almohada estando segura que ya se marchó. Por fin tranquilidad.

Pero claro, el universo se alinea en mi contra. Unas risas bastantes conocidas hacen que abra los ojos y me incorpore, al hacerlo me encuentro con mi familia y con Max mirándome divertidos.

¿Qué cara…

—¡Feliz cumple! —Gritan al unísono y Sara hace sonar un tipo de trompeta de fiesta o como llamen a esas mierdas irritantes.

—¿Qué? —Me froto los ojos y miro la hora del reloj de mesa. ¡Son las siete de la mañana! ¡¿Por qué me molestan a está hora de la madrugada?!

—Les dije que lo iba a olvidar —murmura Sara en un susurro confidente. La miro raro hasta que el foco de mi cerebro se enciende y caigo en cuenta que hoy hace veintiún años nací. Wow, sí que estoy vieja. Dentro de poco me empezaran a gustar los chicos que podrían ser mis hijos, y tendré tanto dinero que lo regalaré por una sección de sexo casual con uno ellos, luego me enamoraré de uno y mi familia estará en desacuerdo pero me importara un rábano y cuando muera le dejaré al chaval toda mi fortuna y mi mansión de Bora Bora, y…

—Feliz cumple, mi princesa —dice mamá abrazándome, y sacándome de mis pensamientos fatalistas, antes de dejar a un lado el pastel de chocolate.

—Gracias —murmuro aún shockeada.

—Ya son veintiún años de soportarte —bromea Max cuando mamá se me separa y se acerca él.

—Cállate, idiota —espeto y golpeo con suavidad mi puño contra su hombro.

—Te quiero, feliz cumple —me abraza con fuerza y cierro los ojos ante la sensación de sus brazos fuertes rodeándome.

—Tú ya sabes que te quiero, mi pequeña —dice mi abuelo separando a Max de mí porque parece que a él se le olvidó como soltarse de un abrazo.

A veces puedes llegar a ser bastante inoportuno, abuelo.

—Yo también te quiero, abuelito.

—Ok, ok, ya es mi turno de abrazar a mi tarada favorita —declara Sara riendo cuando elevo mi mano enseñándole mi dedo del medio— Me amas, feliz cumple, tonta —se me acerca y me abraza, en un descuido me estira el cabello cosa que le devuelvo gustosa.

—Gracias a todos.

—Date una ducha y luego ven para abrir tus regalos —me indica mamá.

—Lo dices como si oliera —levanto mi brazo para oler debajo pero no recibo ningún olor y cuando vuelvo a mirar a las personas en mi habitación veo como ruedan los ojos— Ok, ok. Salgo en un minuto.

Cuando salen en fila india escojo de mi armario un jeans azul prelavado y una blusa sin mangas, azul. Luego de darme una confortable ducha con agua fría, me miro al espejo y me recojo el pelo en una coleta y en los labios un brillo labial para esconder lo pálidos que amanecieron. Gracias al cielo las ojeras que me acompañaron durante estos últimos días ya desaparecieron y vuelvo a parecer una persona humana y no un zombi come cerebros, o lo que sea que coman.

 Salgo al pasillo y me dirijo a la sala donde todos se encuentran sentados en el sofá viendo en la televisión el noticiero matutino, es extraño pasar un cumpleaños sin papá, él siempre era el primero en felicitarme por la mañana antes de que los demás puedan decir siquiera A; suspiro y entro a la habitación y me lanzo a las piernas de Max, da un brinco por la sorpresa, parece que se encontraba pensando en un lugar muy lejano a este.

—¿Y dónde están mis regalos? —Pregunto con una sonrisa ¿A quién no le gusta recibir regalos en su cumpleaños? A mí me encanta.

—¿Sabes? Ya estás vieja para recibir regalos —manifiesta mamá despreocupada.

—Seré vieja de edad pero jamás de alma —reclamo elevando mi dedo índice.

—Acéptalo Anne, eres una anciana —expone Sara y le lanzo una almohada del sofá, para mi entera satisfacción aterriza en su rostro, todos lo que ocupamos la sala, a excepción de ella, reímos al verlo.

—Lo que tú digas —contesto.

—Bueno, tu regalo de mi parte ya lo tienes desde hace mucho tiempo, pero no era oficial —dice el abuelo apagando el televisor.

—¿Qué cosa? —Lo miro confusa.

—Creo que ya estoy viejo para conducir esa cosa que se hace llamar motocicleta.

—¡No! —Exclamo— ¿En serio? —Digo eufórica, me levanto de las piernas de Max y me apresuro a abrazar al abuelo y a besar todo su rostro— Eres el mejor. ¡Gracias!

—Para ti lo que sea, pequeña —lo vuelvo a abrazar hasta que mamá habla.

—Bueno es mi turno —me separo del abuelo y vuelvo a las piernas de Max, quien me rodea la cintura con sus brazos, a nadie le es raro que hagamos esto, desde que tengo memoria lo hacemos— Aquí tienes —mamá me entrega un anillo de plata que reconozco como el que papá le regaló hace unos años.

—Pero mamá, este es...

—Fue un obsequio de tu padre y estoy segura que él estaría de acuerdo en que tú lo tengas —puedo notar el dolor en su voz al mencionar a papá.

—Gracias mami —le doy un beso y me coloco el anillo de estilo sencillo en mi dedo anular derecho.

—Bueno, mi turno —proclama Sara y me da un papel—. Ábrelo y no lo mires con cara de tonta.

—Ok —digo sin entender desdoblando el papel. En el interior solo descansa una frase “Quieres ser mi madrina”

Abro los ojos como platos.

Detrás la frase hay una foto de la ecografía de un bebé. Las lágrimas amenazan con salir de mis párpados al leer esas palabra. Mierda, ya me puse sentimental.




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