Anne

•Capítulo Cuarenta y Cuatro•

—Lamento interrumpir su clase, pero necesito de una de sus alumnas —levanto la vista de mis apuntes cuando oigo la voz de Fernando Valente interrumpiendo la clase.

—Por supuesto, sea libre de llamarla —concede la profesora regordeta con amabilidad exagerada.

—Anne, ¿podrías acompañarme? —Me sorprende tanto que quiera hablar conmigo que tardo un momento en responder.

—Claro —cierro mi cuaderno y me dispongo a salir

—En realidad sería mejor si traes tus cosas —dice al ver que no traigo nada conmigo.

—Ok —siento mirada de todos mientras guardo mis cosas y la sensación no termina hasta que me encuentro fuera de la sala— Hola.

—Hola Anne. Lamento sacarte de tu clase pero necesito que me acompañes un lugar.

—¿Para qué?

—Confía en mí, por favor —asiento extrañada su petición— Acompáñame.

Empieza a caminar por los corredores en dirección a la salida, no me dice ni una sola palabra y yo estoy demasiado confundida como para empezar una conversación. No entiendo por qué quiere que lo acompañe y ni siquiera tengo una idea de lo que podría ser la respuesta.

Llegamos a su auto y se me prende la alarma y lo miro con sospecha.

—No te preocupes, te dije que confiaras en mí —Sube al auto y, con la duda de si hacerlo o no, subo al asiento del acompañante. Arranca y sale del predio de la universidad.

—¿A dónde vamos?

—Ya lo verás —maniobra y quedamos en dirección al este— ¿Qué tal te va en las clases? ¿Ya hiciste amigos?

—Bien y no, aún no hice ningún amigo —asiente dobla en la siguiente avenida— ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto —se para en el semáforo y me mira sonriendo.

—¿Por qué se fue de esa manera del restaurante? Parecía enojado —aparta la mira y evade mi pregunta.

—¿Desde cuándo conoces a Marina? —¿Qué tiene que ver eso con mi pregunta?

—Bueno, hace unos dos meses. Creo. —asiente y acelera cuando da luz verde. Guardamos silencio durante todo el trayecto. Entramos en un barrio residencial unos minutos después, para el auto frente a una casa blanca de un solo piso y con fachada moderna.

—Llegamos —informa, baja del auto y antes de que yo lo haga, al alzar la mirada diviso la camioneta de Marina a unos metros. Si antes estaba confundida ahora estoy el triple.

¿Qué es todo este misterio?

Sigo al señor Valente por el camino que lleva a la entrada de la casa y entro a ella detrás de él, por dentro es acogedora pero no tiene mucha decoración, los muebles son sencillos y de un color marrón barnizado a excepción del sofá que es de color negro, digna casa de un soltero.

Y hablando del sofá, en el se encuentra sentada Marina. Ella se levanta cuando pongo un pie dentro.

—Que bueno que ya estén aquí.

—Marina, ¿me pueden explicar por qué estoy aquí? —Me giro en dirección al profesor y me percato que se quedó a un lado para poder cerrar la puerta luego de que yo entrara.

—¿Por qué no te sientas, Anne? Así podemos hablar —dice Marina y me giro para mirarla con el ceño fruncido.

—¿Hablar de qué?

—Por favor, siéntate, niña —pide el profesor a mis espaldas, asiento y me apresuro a sentarme para que comiencen a hablar de una vez por todas.

—Y bien, ¿de qué es lo que quieren hablar? —Marina vuelve a sentarse y el profesor hace lo mismo y se sienta, al igual que yo, en el sofá individual, mientras que la mujer ocupa el sofá más grande.

—Bueno, Anne, yo... nosotros —se corrige Marina mirando al señor Valente.

—Por favor, apúrate que la curiosidad me está carcomiendo —los dos sueltan una risa nerviosa.

—Es hora de que conozcas mi historia.

—¿Tu historia? —Marina asiente.

—Así es, pero te voy a pedir que no me interrumpas hasta que haya terminado. ¿Puedo contar contigo? —Asiento— De acuerdo —suelta un suspiro mientras cierra los ojos, cuando los abre se puede ver el dolor en ellos— Hace veintitrés años yo fui invitada a una fiesta y como toda adolescente quería lucir el mejor vestido de la noche. A mí siempre me gustó el diseño ¿y quién mejor que yo para confeccionar el vestido que me deseaba? Mis amigas me comentaron que a las afueras de la ciudad había una tienda de artesanos que fabricaban las mejores telas del país, decidí ir hasta allí. Llegué a la tienda y no había nadie y yo estaba demasiado ansiosa como para esperar mucho tiempo, pero quería tener en mi poder la mejor tela para el vestido que iba confeccionar, por lo que espere; en un descuido eché todas las cosas que habían el mostrador y cuando me disponía a alzar las cosas unas manos tomaron las mías. Cuando levanté la vista descubrí que el amor a primera vista si existe, conocí a Fernando y me enamoré con solo mirarlo, y estoy segura de que el sentimiento era mutuo.

»Volví a casa con la mejor tela en manos y con el corazón ocupado, confeccioné el vestido, pero aún así encontré la excusa de volver a aquella tienda cada semana en busca de nuevas piezas de tela y cada día tardaba más horas conversando con el recepcionista e hijo de los artesanos.

»Poco tiempo después descubrimos que los dos nos amábamos con la misma intensidad y que queríamos pasar el resto de nuestras vidas juntos, decidí que ya era hora de que mis padres conocieran a aquel muchacho que me robó el corazón, pero para cuando fuimos a casa supimos que para los ojos de mis padres, Fernando no era un muchacho digno de la hija de los Gutiérrez. Me prohibieron seguir con la relación, yo lo acepté pero no cumplí con ellos. Fernando y yo seguimos con nuestra relación por un año con la ayuda de sus padres, quienes creían que no importaba las clases sociales si existía el amor.

»De alguna manera mi madre descubrió que nosotros seguíamos viéndonos y hasta que teníamos planes de casarnos; fue hasta la casa de los Valente y amenazó a la familia de destruir sus vidas y la de su hijo si me seguía frecuentando y de mandarme a mí al extranjero aún así sea a la fuerza, esto yo no lo supe. Como acostumbraba a ir los lunes después de las clases de la universidad, fui a hasta su casa y me llevé la ingrata noticia de que mi amado había ido a vivir a Madrid para seguir con sus estudios, sentí que mi corazón se partía en mil pedazos y no sólo por su abandono, sino porque ese día iba a confesarle que nuestro amor había tenido un fruto. Estaba desesperada y tuve que decírselo a mamá, ya te imaginarás como reaccionó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.