Anne

•Capítulo Cuarenta y Cinco•

Golpeo la puerta de madera de la casa de Max temblando de frío y de miedo por el temporal, a los pocos segundos soy recibida por mi mejor amigo bastante sorprendido.

—Anne ¿Qué te ocurrió? —Las palabras no salen de mi boca y mi única reacción es rodearlo con mis brazos y llorar en su pecho— ¿Nena, qué pasa? No me asustes.

—Max... —meneo la cabeza sin poder hablar, lo abrazo más suerte sin importarme si lo empapo o no— ¿Qué hice yo para merecer esto?

—¿Merecer qué? —Pregunta confundido— Pasa, está haciendo mucho frío y tú estás mojada —no digo nada y me aparto de él y me adentro a su hogar— Vamos a mi habitación.

Me toma de la mano y caminamos juntos hasta el lugar indicado, su habitación está como la recordaba. Ordenada y limpia, con las sábanas de su cama color azul y la decoración compuesta solo por nuestras fotos, póster de motociclistas y unas cuantas mujeres en bikini sobre motocicletas. Suspiro y cierro mis ojos, siento su mano levantar mi mentón.

—¿Quieres decirme qué pasó? —Asiento, lo vuelvo a abrazar y cuando lo suelto voy y me siento en el suelo frente a su cama, él hace lo mismo. Dejo mi cabeza descansar en su hombro y empiezo a relatar todo lo que me enteré en menos de dos horas.

—... No entiendo cómo pudieron hacerme eso, ¿Cómo pudieron mentir de esa manera? Y no sólo a mí, también a mi padre.

—Yo... en serio Anne, no sé que decirte.

—Es que no hay nada que decir —gimoteo—, no hay palabras para esto. Me mintieron, me separaron de mi familia. De las últimas personas de las que esperaría estas cosas eran ellos, pero ya veo que no se puede confiar en nadie, o bueno en casi nadie. Tú eres la única persona que no me ha mentido.

—No te he mentido, tienes razón, pero no debes olvidar que aún así ellos te aman —me separo y lo miro a los ojos, se nota que está tratando de no llorar.

«No llores, por favor, eres mi único pilar en este momento» pienso, pero me abstengo de decírselo.

—Ya lo sé y yo también los amo, esto no cambia eso pero no remedia que me sienta herida.

—¿Qué le dijiste a Marina?

—¿Qué le iba a decir? Salí corriendo.

—¿Y piensas hablar con ella?

Niego.

—En realidad no lo sé —seco mis lágrimas y vuelvo apoyarme en él mientras cierro mis ojos— Supongo que tiene derecho de hablar conmigo porque soy la hija que ha llorado todos estos años.

—¿Pero? —Pasa su mano por mi espalda y la deja apoyada en mi cintura. Ya extrañaba su compañía.

—Pero es raro pensar que mi madre no es Samara y que es otra persona totalmente distinta. A ver ¿Cómo te sentirías tú si de la nada llegan y te dicen que tu madre no es Marta y que es alguien a la que conociste hace muy poco tiempo y que hace unos meses ni te imaginabas su existencia? —Suspira y no contesta— Lo sé, es lo que estoy sintiendo ahora mismo, todo y nada. Rabia, impotencia, dolor, tristeza y por sobre todo decepción. Decepción por ser traicionada por las personas a las que entregaría la daga jurando que no serán capaces de enterrarla en mi corazón. Que ironía la vida. Las personas a las que más quieres son las que más rápido te lastiman.

—Eso es porque no esperas que ellos te lastimen, pero les das la facilidad de hacerlo —abro mis ojos y asiento secando mis lágrimas.

—Y también está este hombre, que supongo tampoco sabía de mi existencia más de la que yo sabía de la suya. Max, lo conocí ayer y hoy se supone que es mi padre. No lo puedo aceptar, mi padre es y siempre será Martín Briss, el pobre murió creyendo que yo tenía su sangre —el dolor se extiende a cada segundo y más aun sabiendo que mi padre murió ignorando todo esto—, por lo menos murió sin sentir el dolor que estoy sintiendo yo.

—Y tu madre sigue siendo Samara —puntualiza en tono bajo.

—Claro que sí —acepto—, siempre será mi madre, eso no lo cambia ni si vienen diez mujeres distintas a decir que son mis madres, pero ella me mintió, y me ocultó de la persona que me trajo al mundo. Y no le importó que Marina esté sufriendo con tal de tapar la muerte de su hijo.

—Ella también sufrió, la mentira no es algo con lo que se puede vivir fácilmente.

—Pues para ella y para Marc si lo fue, nunca llegué a sospechar, al parecer he convivido con maestros de la mentira —no dice nada, sabe que tengo razón. Levanto el rostro y lo encuentro mirándome— ¿Quién soy Max? ¿Soy Anastasia o soy Fernanda?

—Tú eres Anne —responde con seguridad—, tu sangre no define quien eres.

—No lo sé, tengo miedo que mañana me digan que mi nombre es Juanita Pancracia o Inocencia de los Dolores o algo por el estilo —confieso, rueda los ojos y deja salir una risa.

—Esta es la Anne que conozco —alega—, la Anne verdadera, la que siempre tiene ocurrencias y es capaz de sacarme una risa en los momentos más serios.

—Entonces ayúdame a no dejar de ser esta Anne —le suplico mirando sus ojos, me pierdo en esos iris de color chocolate que inspeccionan mi rostro y se quedan varados en mis labios— ¿Por qué no me besas de una vez por todas? —Deja escapar otra risa y me toma del rostro para unir nuestros labios en un beso tierno y delicado. Mentiría si dijera que no quise sentir sus labios en toda esta semana.

Por fin puedo sentirme en paz, sentirme en casa.

Estar a lado de Max, en sus brazos, es sinónimo de estar en mi hogar, el lugar al que siempre pertenecí. No uno al que me trajeron cuando aún no podía decidir, yo elegí ser su mejor amiga, decidí amarlo.

—Deberías de cambiarte, estás mojada —dice incómodo y lo miro confundida.

—¿Qué pasa, no te gustó?

—No es eso —objeta&, tú aún estás con...

—No te preocupes por Ariel, ya no somos nada —informo— y no me preguntes cómo terminé con él porque no fue muy bonito que digamos —apenas termino de hablar, sus labios se ensanchan en una sonrisa triunfal.

Ahí está esa sonrisita que siempre se dibuja en su rostro cuando el ganador es él.




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