Anne

•Capítulo Cuarenta y Seis•

Siento que mi cabeza está por explotar y la negrura a mi alrededor es interminable, por más que intente abrir los ojos es como si me hubieran cosido los párpados. Tampoco tengo mucho éxito al querer moverme porque el dolor en mis articulaciones es inmenso, como si hubiese hecho ejercicio luego de una larga temporada sin hacerlos. Los minutos pasan y mis sentidos van despertándose, puedo escuchar el tamborileo de dedos en un lugar no muy lejano y oler un perfume de mujer. Mis ojos se abren poco a poco, debo de cerrarlos rápidamente cuando la luz de la habitación me daña con su intensidad.

—Por fin despertó la bella durmiente.

Esa voz yo la conozco.

—¿Maura? —Pregunto abriendo completamente mis ojos e intentando levantarme de la cama en la que encuentro, es ahí cuando caigo en cuanta que unas esposas me sujetan las manos al respaldo de la cama.

¿Qué mierda?

—Para servirte —dice burlona. Estiro la esposas y la fricción me lastima la piel.

—¿Qué es esto? —Mi voz sale asustada reflejando mi estado emocional— Suéltame, Maura. ¿Por qué me tienes aquí?

—Buena pregunta —Se levanta y camina hasta mí, saca de su cintura un arma y me apunta con ella. Abro los ojos sorprendida, siento el frío del terror ascender por mi columna vertebral— ¿Qué pasa si te digo que esta es tu última conversación?

—No digas tonterías y baja esa arma, por favor —doy todo de mí para que mi voz no salga suplicante, ríe ante mis palabras y ahora coloca la pistola en medio de mis ojos.

—Ya no eres tan valiente ¿no es así, mecánica? —Su voz sale desquiciada. Está realmente loca.

¿En serio es con ella con la que Max estuvo saliendo?

—¿Por qué lo haces? —Susurro y cierro mis párpados.

—Porque te dije que eres mía y de nadie más —la voz de Ariel me obliga a mirarlo y la sorpresa es superior a la que sentí cuando desperté viendo Maura.

—¿Qué?

—Hola, mi amor —lo dice como si nos estuviéramos encontrando en la calle— Te advertí que lo nuestro no podía terminar, y pues aquí tienes las consecuencias por no escucharme.

—Estás loco, yo no soy tuya para que me tengas aquí encerrada.

—Oh, en ese caso creo que debo darte la razón —se encoge de hombros— Maura, aparta la pistola de Anne —ordena y la nombrada se aleja de mi rodando los ojos— Déjanos solos, preciosa —lo que ven mis ojos no lo puede creer mi mente, Maura besa sus labios antes de salir por la puerta con una sonrisa petulante.

Entreabro los labios estupefacta.

—Por favor, Ariel —hablo luego de recuperarme de la impresión—, piensa bien las cosas. Esto es un delito y se paga caro, cuando me encuentren...

—De todo lo que dijiste, ahí es donde estás equivocada. Tú no saldrás de aquí —niego desesperada.

—No puedes hacer esto, yo no soy un objeto.

—Por supuesto que no eres un objeto —susurra, se sienta a un costado mío en la cama y pasa su mano por mi rostro por lo que opto por hacerme a un lado, mi intento es fallido ya que me toma se la barbilla y me obliga a mirarlo— Tú me perteneces, Anastasia, ya te lo he dicho varias veces y, por si no entendiste todo esto te lo voy a explicar. Lo que es mío no lo puede tener nadie, y si tú no me amas por las buenas me amarás por las malas, aunque eso signifique que ya no puedas volver a ver la luz del sol.

—¿Cómo pude haber tenido una relación con un demente como tú? —Ahora entiendo las palabras de Bruce “Has cometido el peor error de tu vida”. Pero como siempre, nunca escucho a las personas. Esto me ocurre por no pensar en mis actos y mucho menos en las consecuencias de ellos. ¿Pero cómo iba a imaginar yo que el chico dulce que se preocupaba por mí y que estaba en todos mis momentos difíciles me secuestraría?

—Shh —Me calla pasando nuevamente su dedo por mis labios, aparto el rostro pero pasa su mano por mi garganta y la eleva hasta mi mandíbula y hace girar mi rostro a su dirección— Estaré demente, pero te amo.

—Esto no es amor, es un capricho. Tú no estás bien, esto no está bien. No puedes retener a nadie en contra de su voluntad, debes de entender que a veces el amor no es correspondido.

—Pero tú me vas a corresponder, aún así sea matando a todo aquel que fije sus ojos en ti —Max, Dios mío, está corriendo un grave peligro—, lastimosamente a tu querido motociclista no puedo tocarle un pelo, se lo prometí a Maura —dice confidente— Hasta hoy día, maldigo que mi plan no haya resultado, eso me pasa por no estar relacionado con las motos.

—¿De qué hablas?

—Entendiste a la perfección corazón. Tu querido Max no tuvo un accidente.

—Fuiste tú —acuso. Asiente sonriendo. Mi cerebro empieza a trabajar a mil por hora tratando de recordar algo que me lleve a tenerlo como sospechoso pero que dejé pasar.

—¿Sabes dónde quedan los baños?

—¿Eh?

—¿Dónde quedan los baños? —Vuelve a repetir la pregunta.

—Claro, están a cinco casetas de aquí, si pasas por enfrente de la nuestra puedes llegar más rápido —Me levanto para que él también pueda hacerlo.

—No tardo —Se va caminado a paso lento y dejo de mirarlo cuando Mario se posa delante de mí.

Cómo pude ser tan estúpida de no darme cuenta, yo misma le dije que pase por las casetas y minutos después la moto de Max aparece saboteada. Pero mintió de una manera tan... Hasta parecía preocupado cuando estaba conmigo en el hospital.

—Eres un animal, un psicópata —acaricia mi cabello y su solo tacto me genera asco.

—Soy un enamorado empedernido, que te digo. Y tú te enamorarás de mí muy pronto, es sólo cuestión de tiempo.

—Estás mal si crees que voy a amar aún homicida y secuestrador —en un movimiento rápido se coloca encima mío pasando sus piernas sobre mi cintura y colocando sus manos al costado de mi cabeza para no aplastarme con su peso.

—Digas lo que digas, tu alma —lo dice susurrando y haciendo que tiemble de miedo, es un verdadero monstruo— y tú cuerpo me pertenecen —vuelve a acariciar mi rostro y su mano desciende hasta mis pechos y mi cintura.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.