Me levanto del suelo y camino hasta la mesita de noche y miro la comida que me trajo Mariela; se trata de pasta con salsa y un poco de ensalada. Sin pensarlo dos veces me siento en el sillón y empiezo a devorar lo que ocupa el plato. ¿Cuántas horas hacen que me encuentro aquí? Por inercia recorro mi alrededor con la mirada buscando mi mochila, ya sé que es una idea demasiado tonta, es por instinto. Ariel es inteligente y no dejaría pasar algo por el estilo.
¿Será cierto eso de que hay vigilancia? Por supuesto que la hay, no me secuestraría si no tuviera un plan bien desarrollado, pero nadie es perfecto.
Cuando termino de comer vuelvo a dejar los cubiertos sobre la mesita de noche. Camino en círculos en la habitación mirando por cada rincón buscando algo que me ayude a abrir esta puerta, pero ni siquiera hay alguna hebilla para intentar abrirla de esa manera. Ahora entiendo por qué las películas son películas, nada de lo que ocurre en los secuestros de ellas son como en la vida real. Se supone que siempre hay algo que te ayude a escapar pero en esta estúpida habitación no hay más que muebles vacíos. Y lo peor de todo es que no hay una sola ventana, que porquería de vida me tocó, Dios mío. Ni un secuestro cool me dan.
La puerta se abre a mis espaldas y me giro para ver a la persona que entra al cuarto.
—Veo que ya comiste —comenta Ariel mientras vuelve a cerrar la puerta con seguro, trae en sus manos ropa de mujer— Te traje esto para que te cambies, es de mi hermana, de seguro te queda, son prácticamente la misma talla.
—¿Hace cuánto estoy aquí? —Inquiero ignorando sus palabras.
—Estuviste inconsciente unas cinco horas, y desde que despertaste ya ha pasado medio día.
—Entonces ya es de noche —murmuro recíprocamente, asiente y me tiende la ropa.
—Mamá me dijo que ya te diste una ducha, ponte esto o si gustas te traigo algún pijama —suelto una carcajada que lo último que posee es humor.
—¿Eres imbécil o te haces? Déjame salir de aquí. No entiendes que no soy un juguete al que pones en una cajita para que los demás no lo toquen.
—Ya me está hartando este tema Anastasia, ponte esto o quédate con esa ropa, no me importa, pero cierra tu boca y deja de decir tonterías.
—¿Tonterías? Ahora es una tontería que quiera ser libre. Eres un maldito psicópata —deja caer la ropa al suelo y camina dando zancadas hasta mí y me toma del brazo con fuerza.
—Escúchame bien, lindura. No saldrás de aquí hasta que yo lo vea conveniente.
—Jamás te amaré, aunque me tengas aquí hasta que muera —escupo entre dientes, su agarre se vuelve más fuerte y su rostro se pone rojo de la ira. Me tira a la cama y el impacto me golpea la cabeza, antes de que pueda decir nada se sube encima mío y coloca mis manos sobre mi cabeza.
—Pues entonces ya iré haciendo los trámites en el cementerio.
—Suéltame —ordeno con dificultad, sus ojos azules son dos esferas de hielo. Me enseña una media sonrisa y deja un beso corto en mis labios.
—Me vuelves loco.
—Siempre lo has estado, solo que soy tan ciega que no me di cuenta.
—Tienes razón, estás ciega, no te puedes dar cuenta que soy yo la persona a la que debe pertenecer tu corazón y no el idiota que se hace llamar tu mejor amigo.
—Pues voy a morir ciega porque nunca dejaré de amarlo. Yo amo y siempre amaré a Max, lamento romper tu corazón pero solo soy sincera —mi cabeza se gira hacia un costado cuando la palma de su mano impacta en mi mejilla— ¿Ahora me pegas? —Inquiero con asco— Poco hombre.
—Yo... No quería hacerlo. Perdón —se levanta de la cama y se mira las manos. Me incorporo frotando mi mejilla izquierda, la que fue víctima de su golpe, la siento caliente, de seguro se encuentra de color rojo— Perdóname, mi amor, no sabía lo que hacía. No debiste decir eso —trata de tocarme pero aparto su mano de un manotazo.
—No me toques —me levanto de la cama y camino alejándome de él— Esta es tu casa ¿verdad?
—Sí —suspira y se sienta en el sillón.
—¿Y no tienes miedo qué cuándo se den cuenta de que me secuestraron desconfíen de ti? —Suelta una risa burlona.
—Tu rostro ya está en todos los noticieros y periódicos.
—¿Cómo?
Asiente desinteresado.
—Al parecer tu nueva mami se quedó plantada en un restaurante, y pues dicen que el dinero mueve montañas. Pronto sabrán que alguien te secuestro, lástima que no vayan a saber quién —Me había olvidado que quedé con Marina en vernos, la esperanza ya empieza a crecer en mí, si se enteraron tan rápido lo que ocurrió, puede que con la misma velocidad me encuentren— Pero no te ilusiones, nadie creería que soy yo la persona que te secuestro.
—¿Por qué estás tan seguro?
—¿Quién desconfiaría en el pobre Ariel que sólo se ha pasado llorando las últimas horas en casa de su amada ex novia? —Pronuncia las palabras con fingido pesar y cuando termina de hablar deja salir una carcajada.
—Maldito enfermo. ¿Y qué hiciste con mis cosas? —Se encoge de hombros.
—Los hombres tiraron tu mochila por el camino. No son idiotas, saben lo que hacen. Pero no te preocupes, pronto nos largaremos de aquí, solo es cuestión de tiempo para que se den por vencidos y nos dejen en paz.
—Tú eres el que debe dejarme en paz —tomo la ropa y entro al baño dando un portazo. Ya no aguanto ver un segundo más su rostro, ese rostro que tantos suspiros me robo cuando lo conocí. ¿Quién viene a ser novia del primer idiota que conoce? Ah, claro: Anastasia Briss.
Me siento sobre la tapa del váter y miro la ropa que está en mis manos, me trajo un short vaquero de color negro y una blusa con las mangas caídas, también un conjunto de ropa interior de color blanco. Me quito la ropa que tengo puesta y me coloco esta, suelto mi pelo y lo peino con los dedos y me hago un moño mal alzado dejando algunos mechones rebeldes sueltos. Debo de andar descalza porque el zapato plano que tenía ya hace que me duelan los pies. Ya me los pondré cuando encuentre la forma de escapar. Pongo la oreja en la puerta para escuchar del otro lado pero no se oye nada, lo más probable es que ya se haya marchado. Tiene que ir a llorar la desaparición de su ex novia.