—¡Mierda! —Exclamo cuando la bala se impacta en mi brazo derecho.
—¡Anne! —escucho instantes después y siento a Max sosteniéndome antes de que caiga al suelo, miro aturdida hacia la dirección donde Maura se desploma en el suelo sosteniendo su vientre— ¿Mi amor, estás bien? —Asiento aturdida y observo a los policías acercarse a nosotros sin dejar de apuntar a Maura.
—Max —tomo su rostro entre mis manos ignorando el dolor que me causa la herida que me ocasionó la bala— Creí que no te volvería a ver —mis palabras salen entrecortadas por el llanto pero también llenas de alivio y esperanza— Te amo —confieso—, te amo. Perdón por no habértelo dicho antes, tú eres el amor de mi vida.
—Yo también te amo Anne, con toda mi alma —une sus labios con los míos y el sabor salado de sus lágrimas y las mías se mezclan con la suavidad de sus labios— Creí perderte —menciona al separarse unos milímetros.
—Yo también, pensé que no volvería a ver tu rostro, que no volvería a sentirte —nuestros alientos se mezclan por la cercanía de nuestras bocas. Cierra los ojos y deja descansar su frente contra la mía.
—Vuelve a besarme, necesito saber si esto es real o solo lo estoy soñando —suplica.
Lo tomo del cuello y uno mis labios a los suyos, tan suaves como la seda, tan dulces como la miel, tan deliciosos como los recordaba. Tuve tanto miedo de perderlo, de no volver a ver sus ojos castaños, sus labios rosados, su sonrisa de ángel. Creí que no volvería a sentir ese miedo cuando despertó del coma, pero Maura y Ariel se encargaron de demostrarme que sí lo haría, que se terror de perder a mi Max se volvería a instalar en mí… y fue como beber del mismo veneno otra vez.
—Estoy aquí y no volveré a dejarte sola.
—Te amo.
—¿Por qué te pusiste enfrente? —Pregunta afligido mirando mi brazo.
—Soy tan egoísta que no pienso vivir sin ti, solo con tu recuerdo. Jamás viviría en mundo en el que tú no estés. Prefiero morir.
—No debiste hacerlo —aparto un mechón de cabello que le cae sobre la frente y le sonrío con dulzura.
—Claro que debía, te amo a demasiado mi vida, porque eso eres para mí, mi vida —deja de acariciar mi mejilla y utiliza su pulgar para secar mis lágrimas y deposita un último beso en mi frente.
—Tú eres más que mi vida —me ayuda a ponerme en pie sin importar que mi sangre lo manche. Hago una mueca de dolor al generar movimiento en mi brazo.
—¿Está viva? —Pregunto cuando un oficial se acerca a Maura, asiente.
—Rosales, llame inmediatamente a un hospital y solicite dos ambulancias. Rápido —un joven que se encuentra a unos pasos de Max y de mí, asiente y habla a una radio que tenía en su cintura.
—¿Sabe dónde se encuentra Ariel Montesano? —Me pregunta el mismo hombre que dio la orden al otro oficial, aparto la mirada cuando Max me toma la cintura para estabilizarme.
Ariel. Me puse tan contenta de tener a Max, que me olvidé completamente de él.
—No creo que esté vivo —respondo con la voz chica— Maura incendio un casa en la que me tenían encerrada y él no logró salir —el oficial asiente.
—¿Dónde mismo queda esa casa?
—Como a unos 400 metros —señala a los oficiales para que vayan a la dirección que apunté y luego se acerca a mí.
—Pronto llegará la ambulancia. ¿Cree poder responder algunas preguntas o desea esperar hasta después de ser sanada?
—Puedo responder ahora pero ¿podríamos irnos de aquí? —Veo a Maura siendo colocada boca para arriba por el oficial que llamó a la ambulancia mientras éste le pide que no cierre los ojos.
—Como usted desee —los dos oficiales que no fueron en busca de la casucha, reciben ordenes del oficial, que por lo visto tiene un cargo mayor, asienten pero no logro oír las palabras porque Max me estira para alejarnos de una Maura que lucha por no dejarse llevar por la muerte.
—¿Crees que sobrevivirá? —Max no responde y sé que si hubiese respondido la respuesta hubiese sido negativa— Ariel me salvó —digo unos pasos después. Me seco las lágrimas que se resbalan por mi rostro. No puedo creer que lo último que recuerde de él sean sus alaridos de dolor.
—Anne…
—También ocasionó tu accidente.
—Ya lo sabía —miro su perfil y me pregunto cómo lo supo.
—¿Cómo supieron que me encontraba en este bosque?
—De la misma manera que me enteré quien fue el que saboteó mi moto. La hermana de Ariel —al oír sus palabras detengo mi caminata.
—¿Estela? —Asiente.
—Fue a buscarme cuando supo que Ariel volvió a atraparte. Me contó toda la verdad y se entregó a las autoridades.
—Creí que ella no diría nada —realmente me sorprende enterarme de eso— No pondré cargos en su contra, ella no estaba de acuerdo con su familia y me ayudó a intentar escapar.
—Lo sé, pero de eso nos encargaremos más tarde, ahora lo importante es curarte el brazo y que vuelvas a tu casa —suspiro y no digo nada más hasta que llegamos a las patrulleras estacionadas en el sendero del bosque.
—¡Anne, hija mía! —Los brazos de Marina me envuelven y con dolor le correspondo— ¡Gracias, Dios mío! ¿Estás bien? ¡Estás herida! ¿Ya llamaron a una ambulancia? Dime que no te hicieron nada más, por favor. Hijita mía no sé que...
—Mamá, estoy bien —mis palabras hacen que calle en seco y me mire con lágrimas en los ojos— yo también te extrañe —me abraza y llora desconsoladamente en mi hombro. A sus espaldas veo a Fernando mirándonos con dulzura y nostalgia, le hago una seña para que se una a nuestro abrazo y sin vacilar por un solo segundo se nos acerca y nos rodea con sus brazos. Y decir que esta es la familia que jamás imaginé tener, me alegra saber que podré conocerlos y arreglar las cosas con mi otra familia— Los quiero, aunque aún no nos conozcamos quiero que sepan que me da una felicidad inmensa el saber que podré hacerlo.
Sí para algo tuve tiempo los días que estuve confinada en casa de Ariel, fue el meditar todo lo que estaba ocurriendo en mi vida. Ni Marina ni Fernando tienen la culpa de nada de lo que pasó, ellos solo quieren recuperar eso que se les arrebato antaño. Yo no soy quien para negárselos.