Annie de las Estrellas

01. VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (I)

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VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (I)

En cuanto su maestra de danza dio por terminada la clase de esa tarde, Lake Morrison corrió presurosa hacia los vestidores para cambiarse su leotardo y mallas, por un atuendo mucho más adecuado para sus planes de más tarde: unos jeans, camiseta de mangas cortas, y tenis deportivos.

Clarisa Mathews y la madre de ésta se ofrecieron a llevarla hasta su casa, pero Lake se excusó, explicando que había traído su bicicleta y se vería con una amiga.

Larisa Nichols, Jen Harper y Anita García la invitaron a caminar juntas, e incluso a detenerse a comprar un helado en la tienda de la Sra. Matías, pero rechazó también esa invitación usando el mismo argumento.

No era raro que Lake llegara y se fuera en bicicleta a sus clases de danza, así que nadie cuestionó mucho al respecto.

Una vez cambiada, la niña de nueve años se echó su mochila al hombro, y corrió a la puerta antes que cualquier otro. Se colocó su casco de protección, montó en su bicicleta rosa palo, y pedaleó con fuerza en dirección al sureste por la avenida Principal. Giró sobre la calle Maple poco después, y siguió derecho hacia el este hasta dar con el puente Broad, que cruzaba por encima del ancho río St. Lerwick, cerca del camino que llevaba más adelante a la carretera principal; el sitio exacto en el que había acordado verse con Maya Stuart, su vecina de al lado y, por algún motivo, mejor amiga.

Maya le había propuesto esa mañana ir a atrapar luciérnagas a la orilla del río, que daba además nombre al pueblo. Y aunque no era una actividad que a Lake le interesara de forma particular, usualmente si Maya quería hacer algo, Lake no solía oponerse demasiado. Y eso era particularmente más cierto durante esos días de verano, en los cuales pareciera que en cada ocasión Maya se las arreglaba para llegar con un nuevo plan para ambas. La mayoría resultaban divertidos, otros un tanto extraños, y unos cuantos ya terminaban siendo de entrada peligrosos. No obstante, ninguno era aburrido, eso habría que tenerlo en cuenta.

Todo el recorrido en bicicleta desde el estudio de danza en el centro del pueblo hasta el puente, usualmente le tomaba unos diez minutos a lo mucho. Pero para cuando se subió a su bicicleta, faltaban poco menos de ocho minutos para la hora que había pactado con Maya. Una diferencia insignificante para la mayoría, pero un motivo de alarma para Lake, lo que la llevó a poner más empeño en la segunda mitad de su tramo y compensar ese tiempo.

Al arribar al punto de reunión, estacionó su bicicleta al final del puente, al lado de la lámpara de calle, y se tomó un segundo para recuperar el aliento que la extenuante carrera le había arrancado. Una vez recuperada, rebuscó con su vista alrededor. Había sólo dos vehículos en el estacionamiento de la Cafetería Dolly, al otro lado de la calle. Y en la fábrica de textiles, al otro lado del puente, los trabajadores parecían estar terminando su turno. Escuchó un par de ranas croar desde abajo en el río, y un grupo de tres perros pasó corriendo bastante cerca de ella, sin reparar mucho en su presencia.

Pero no había rastro alguno de su amiga, sin importar a dónde mirase.

Sacó su teléfono y le echó un vistazo a la hora. A pesar de todos sus esfuerzos, igual terminó llegando un minuto tarde; una desgracia en todos sentidos. Pero su amiga aún no había llegado, así que podía ser una desgracia manejable. Por lo que guardó su teléfono, se apoyó contra el póster de luz, y aguardó paciente.

Maya apareció cruzando el puente en su bicicleta… veinte minutos después. Las luces del farol ya se habían encendido, así como las del letrero de neón sobre la cafetería.

La jovencita, también de nueve, y de ondulados cabellos oscuros sujetos en una alta cola de caballo, pedaleó con fuerza en su dirección, dejándose llevar por el impulso en el último tramo, incluso soltando el manubrio y alzando sus brazos al aire como si acabara de cruzar la meta de una carrera. Perdió el control por un segundo, pero lo retomó rápidamente en el último instante, frenando en seco a menos de un metro de donde Lake aguardaba. Ésta la miró, quieta en su sitio, en silencio, y con sus brazos cruzados.

—¡¿Viste eso?! —exclamó Maya con entusiasmo, al tiempo que se retiraba su casco. Una enorme sonrisa de alegría le adornaba el rostro—. Casi derrapó y me mato. ¿El puente está más empinado o qué?

Sólo hasta ese momento, en el que Maya posó su mirada en su amiga, y puso mayor atención a la expresión de su rostro, se percató de que Lake no estaba en lo absoluto feliz.

—¿Qué?

—¿Y todavía lo preguntas? —le respondió, malhumorada—. Dijimos que nos veríamos aquí a las 6:45; 6:45 —repitió poniendo más intensidad en sus palabras.

Maya resopló.

—¿Y? No es tan tarde —se excusó, mientras sacaba su pequeño teléfono del bolsillo de su overol de mezclilla. Echó un rápido vistazo a la pantalla y, evidentemente, lo que vio en ella la hizo reflexionar un poco más, antes de seguir hablando—. Bueno, da igual —respondió al final con voz queda, al tiempo que guardaba discretamente su teléfono de regreso.

—¡¿Cómo que da igual?! —exclamó Lake, indignada por tal comentario.

—De todas formas las luciérnagas salen hasta que anochece, así que estamos a tiempo —concluyó Maya, encogiéndose de hombros.




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