Annie de las Estrellas

04. ANNIE (I)

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ANNIE (I)

A diferencia de lo que Maya pensaba, la ocupante de ese vehículo sí que sabía bien a dónde había ido. Y, en realidad, su opinión del pueblo en general resultaba un tanto distinta, aunque por motivos que sólo cobraban dimensión y sentido para ella misma.

El llamativo vehículo negro se había estacionado al otro lado de la calle alrededor de unos veinte minutos antes de que Lake hiciera acto presencia frente a la casa de sus padres, y apenas un par de minutos luego de que Maya saliera en su motocicleta en dirección a la tienda.

Desde la parte trasera, la joven dama (o al menos bajo esos términos era como se presentaba) observaba atenta por la ventanilla a su lado, contemplando todo lo que alcanzaba de la calle, con sus grandes y brillantes ojos turquesa. Hermosos cabellos rubios adornaban su cabeza, y caían por lo lados de ésta hasta la altura de su cuello. En sus labios delgados tenía dibujada una amplia sonrisa de oreja a oreja, que sólo hacía relucir aún más su rostro afilado de piel blanquecina y nariz pequeña.

Contener toda la emoción que la invadía no era del todo sencillo, pero aguardó paciente. Y la sonrisa en sus labios no hizo más que ensancharse aún más, en cuánto el vehículo de Lake apareció, y su ocupante se bajó de éste al encuentro de sus padres. La joven dama se cubrió la boca con ambas manos, en un intento de ahogar un pequeño chillido.

La reconoció al instante. Estaba más alta, por supuesto; aunque siempre había sido un poco más alta que el resto de los niños de su edad. Se había cortado su cabello castaño hasta la altura de sus hombros, y su cuerpo en general se había desarrollado siguiendo de manera satisfactoria los lineamientos estándar que su especie. O, dicho de otra forma, había crecido y se había convertido en una muy hermosa mujer humana.

Observó en silencio como intercambiaba algunas palabras con sus padres, y luego como regresaba a su vehículo. Por un momento pudo notar que miraba en su dirección, y eso la puso nerviosa. Lógicamente sabía que los vidrios polarizados impedían que pudiera verla directamente, pero su reacción claramente no había sido alimentada por la lógica.

Consideró oportuno bajarse en ese momento y acercársele, aprovechando que se encontraba sola. Pero antes de que se decidiera, el retumbar de la motocicleta de Maya la distrajo, y volvió tener una reacción de excitación similar a la anterior en cuánto ésta estacionó su vehículo frente la casa de al lado y se retiró su casco.

Maya resultó un poco más fácil de reconocer. Su rostro redondo y moreno, su cabello negro y ondulado, su complexión delgada y pequeña, incluso su forma de vestir… Todo ello se mantenía de cierta forma similar a la última vez que la había visto. La diferencia, por supuesto, es que también había crecido hasta obtener una estatura quizás sólo un poco por debajo de la media de las hembras de su edad que habitaban en esa zona. Pero, aunque de una forma distinta, igualmente había crecido y se había convertido en un hermoso ser humano.

La joven dama observó a Lake y Maya charlando en la acera, y aquella escena provocó una sensación en su interior, que fácilmente podía relacionar con lo que por esos lares describían como: “un calor en el pecho”. Claro, ella sabía que no era como tal “calor” en realidad, pero había aprendido hace mucho a apreciar el sentido poético de esa y de otras tantas frases similares.

¿Son ellas? —preguntó su acompañante desde el asiento delantero, frente al volante. La pregunta la había pronunciado en su dialecto nativo, con ese marcado y potente acento que tanto lo distinguía.

¡Sí!, son justo y como las recordaba —respondió la joven dama en el mismo dialecto, y con el mismo tipo de acento, aunque impregnando sus palabras de marcada emoción—. Bueno, sólo un poco distintas, por supuesto. Los humanos también pasan por su propio proceso de maduración de la identidad, después de todo.

Siguió observándolas un rato más, y pensó en ahora sí bajarse y hablar con ambas, aprovechando que estaban juntas. Pero una vez más tardó en decidirse, y Lake y Maya terminaron yéndose cada una a su respectiva casa, mucho antes de lo esperado.

La joven dama soltó un pequeño silbido, que para ella expresaba algo cercano a la decepción. Pero no importaba, pues aquello no ponía en realidad ningún obstáculo al cumplimiento de su misión de esa tarde.

Extendió su mano hacia un lado, y tomó la carpeta que reposaba sobre su asiento a un lado. De su interior, sacó dos sobres blancos rectangulares; uno con el nombre LAKE escrito con letras grandes en él, y el otro con MAYA en el mismo estilo.

—¿Desea que entregue las invitaciones por usted? —le cuestionó su acompañante, observándola por el espejo retrovisor.

—No hace falta —se apresuró a responderle con convicción—. Quiero hacerlo personalmente.

—Como guste —le respondió él, sin ninguna intención aparente de querer persuadirla.

La joven dama se bajó del vehículo y se encaminó con paso tranquilo hacia la acera de enfrente. Al poner un pie sobre ésta, sin embargo, se detuvo un momento y miró reflexiva hacia las dos casas; la amarilla a su izquierda, la roja a su derecha.

¿A cuál debía ir primero?

No teniendo una predilección por alguna, optó por un método infalible y justo: cerró los ojos, extendió un dedo al frente, y comenzó a dar un par de vueltas sobre sus pies. Quien quiera que por suerte estuviera viendo por su ventana en ese momento, de seguro le parecería una escena extraña: una chica desconocida con un largo vestido verde casual de hombros descubiertos, dando vueltas en la acera sin razón aparente.




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