Annie de las Estrellas

05. VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (II)

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VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (II)

El sótano de la residencia Stuart se encontraba un tanto… desordenado, por decirlo menos. Había cajas apiladas en cada rincón, y varios artículos que la familia de Maya había ido amontonando con el pasar del tiempo. Entre estos se encontraba una vieja bicicleta estacionaria, la vieja cuna de Maya desarmada, un librero lleno de los libros universitarios de su madre que ya casi nunca consultaba, una aspiradora que ya no servía, una podadora que servía aún menos, una cómoda a la que hace años se le habían vencido las patas, y por supuesto muchas decoraciones navideña que la mayoría no habían sido usadas en años.

Pero el pequeño espacio despejado que Maya había logrado abrirse entre todas esas montañas de cosas, se había convertido en su pequeño refugio seguro, cuando su habitación no resultaba suficiente para estar sola. Sus padres sabían que acostumbraba bajar ahí, o al menos su madre sí lo sabía; con su padre era un tanto más difícil decirlo. Pero como fuera, mientras cuidara de no romper nada, limpiara de vez en cuando, y matara las arañas que encontrara, no parecía haber ningún problema.

Así que de inmediato fue el primer sitio al que se le ocurrió llevar a su nuevo y extraño amigo de piel azul.

Sacar al extraño ser del bosque y llevarlo hasta su casa no fue una tarea fácil. De entrada, la criatura obviamente no entendía ni una sola palabra de lo que decían, y ellas tampoco lo entendían a él. Pero de alguna forma lograron convencerlo de hacerles caso. Lake traía en su mochila un cambio de ropa, incluido su leotardo y mallas de baile, por lo que intentó cubrirlo lo mejor posible para no dejar tan en evidencia su extraño cuerpo. Montarlo en la bicicleta detrás de Lake resultó un poco más sencillo, pero no tanto pedalear hasta su calle, procurando pasar por todos los atajos que conocían que pudieran ayudarlos a pasar desapercibidos de los ojos curiosos.

La buena fortuna estaba de su lado, pues aunque se cruzaron con un par de vehículos, y otros más transeúntes en su andar, la mayoría no reparó demasiado en las tres figuras de niños pasando como bólido en sus bicicletas.

Quizás el momento de mayor tensión de la travesía vino al momento de intentar meterlo al sótano. La puerta del patio estaba cerrada con llave, y las ventanillas tenían barrotes, por lo que la única ruta de ingreso era por la puerta de la cocina. Maya tuvo que entrar de puntillas primero, mientras Lake y el ser que habían encontrado aguardaban afuera, ocultos entre las sombras del pórtico. Inspeccionó rápidamente el panorama, asomándose como un ladrón en cada esquina, aunque fuera su propia casa. Sabía que su madre estaba en el trabajo y no volvería hasta más tarde, por lo que eso no le preocupaba. El problema era su padre…

Al aproximarse a la sala, escuchó el televisor encendido sonando con fuerza. Pero mientras más se acercaba, el sonido de éste fue acompañado por el de unos estridentes ronquidos que casi hacían retumbar las paredes. Se agachó, casi con el pecho contra la alfombra, y se asomó sigilosa al interior de la sala. No tardó en vislumbrar la enorme silueta de su padre sobre el sillón reclinable, y las cinco o seis latas vacías de cerveza que reposaban en el piso a lado de éste.

Justo como Maya le había dicho a Lake antes, se había tomado unas cervezas luego de volver del trabajo y se había quedado dormido. Así que al parecer estaban de suerte, si es que se podía decir de esa forma. Pues si bebía y se dormía, todo estaba perfecto. Pero si bebía y estaba despierto…

Bueno, no era momento para pensar en eso.

Una vez explorado el terreno, Maya volvió sobre sus pasos al pórtico. Lake estaba sentada en una esquina de éste, y la criatura azul se encontraba igualmente sentado a su lado. Ésta se encontraba envuelta cómo pudieron en una chaqueta, camiseta y mallas de Lake, que todas le quedaban bastante grandes, pero cumplían su propósito.

—Está dormido como pensé —les susurró Maya en voz muy baja—. Entremos muy, muy silenciosos, y no pasará nada.

—¿Estás segura de que no se despertará? —cuestionó Lake, visiblemente asustada. La criatura azul se veía, por el contrario, bastante calmada, pero era difícil decirlo pues lo único que se asomaba de su disfraz eran sus ojos grandes y brillantes.

—No sé —respondió Maya, algo irritable—. Por eso dije que entremos muy, muy, silenciosos. Ahora muévanse, rápido.

Lake soltó un pequeño quejido, que Maya sabía bien que significaba que estaba aterrada; y aunque quisiera decir algo, dicho terror no la dejaba. Tuvo que tomarla del brazo para obligarla a pararse y que avanzara. Sorprendentemente, la criatura azul pareció mucho más cooperativa, y se paró y caminó detrás de ellas sin que tuvieran que decirle nada. Aunque claro, lo más seguro era que ignorara por completo en dónde se estaba metiendo.

Los tres caminaron de puntillas por el pasillo, Maya al frente, seguida por Lake, y la criatura azul detrás, que imitaba con bastante gracilidad su manera de caminar. Cuando pasaron cerca de la sala, las cosas se pusieron aún más tensas, pero Maya les indicó que siguieran. Sin embargo, el sonido y las luces provenientes de la televisión, o quizás los ronquidos, llamaron la atención de la criatura azul, y por un momento se distrajo y avanzó en dicha dirección.

—¡No! —masculló Maya muy despacio, sintiéndose casi como un grito ahogado. Rápidamente lo tomó del brazo, y lo dirigió hacia su dirección original.




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