Annie de las Estrellas

12. LAKE Y MAYA (III)

12
LAKE Y MAYA
(III)

El sonido del piano quedó opacado una vez que cerraron la puerta de la sala detrás de ellas, y de momento aquello resultaba un pequeño alivio para ambas. Lake tuvo que apoyarse con una mano contra la pared para evitar caer desplomada al suelo. Sentía que sus piernas le temblaban, y se le dificultaba un poco el respirar de la conmoción. Maya no se encontraba en mejor estado, pero su reacción fue más activa, y en lugar de quedarse quieta comenzó a moverse de un lado a otro, hablando en voz alta sin cesar, y sin dejar claro si le hablaba a Lake, a sí misma, o a cualquier ente incorpóreo que pudiera estarla escuchando.

—No puede ser, no puede ser —pronunció Maya con voz nerviosa sin detener sus pies ni un instante—. La invitación, el piano, la melodía, la historia que contó, su nombre… ¡esa jodida alucinación! Es ella… él… ¡Es Annie! —exclamó en alto, girándose exasperada hacia Lake.

—Baja la voz —le reprendió su acompañante entre dientes—. Y no vuelvas a decir eso. Por supuesto que esa chica no es Annie.

—Por supuesto que sí —recalcó Maya con insistencia—. ¿No escuchaste todo lo que dijo? ¿Qué te dormiste cuando se dirigió directo a nosotras y nos alumbró con esas luces? Y esa… visión. Tú también lo viste, ¿verdad?

Lake desvió su mirada rápidamente hacia un lado, pero fue incapaz de disimular la gran impresión que se asomaba en su rostro entero con tan sólo recordar aquello. Aun así, lo que dejó escapar fue un escueto y disimulado:

—No sé de qué hablas…

—¡No te hagas la loca! —espetó Maya con enojo—. Es lo mismo que hizo hace diez años; tienes que recordarlo. Pero esta vez fue más intenso y vivido. Fue tan…

—Basta —exclamó Lake tajante, girándose hacia ella con mayor convicción en su porte—. Ya no digas nada. No sé lo que está pasando, pero esa chica… —pronunció con voz rasposa, apuntando con su dedo hacia la puerta de la sala—. No sé quién sea, pero no es Annie.

—Por supuesto que lo es.

—Por supuesto que no. ¿Qué no ves que es… humana?

—Debe ser un disfraz, como en las películas.

—Eso es absurdo.

—Por supuesto que no.

—Por supuesto que sí.

—¡Qué no!

—¡Qué sí!

Ejem

Una voz ronca y potente carraspeó de pronto justo detrás de ella, haciendo que ambas se sobresaltaran como si acabaran de ser atrapadas a mitad de un robo. Ambas se giraron al mismo tiempo, pegándose la una a la otra por mero reflejo en busca de algo de seguridad. Delante de ellas se encontraba un hombre alto, bastante alto, de piel oscura y cabello negro muy corto, vistiendo un elegante traje de saco y pantalón negro, camisa azul y corbata negra. Sus facciones eran duras, y su expresión seria, incluso un poco intimidante.

—Srta. Maya, Srta. Lake —pronunció aquel hombre en voz baja y grave. Un acento acompañando a sus palabras, aunque de forma bastante sutil.

—¿Quién pregunta? —inquirió Maya a la defensiva, dando un paso al frente y sacando el pecho.

—No fue una pregunta —le masculló Lake entre dientes.

—Déjame hablar a mí, ¿quieres…?

El hombre introdujo en ese momento una mano en el interior de su saco, y aquello puso a ambas chicas aún más tensas de lo que ya estaban. Pero pese a lo que les podría haber cruzado por la mente, lo que el hombre extrajo fue otro sobre blanco; similar al de sus entradas, aunque más pequeño y cuadrado.

—A la Srta. Ophel le gustaría que se reunieran con ella durante la recepción privada en el Salón Embajador, una vez que termine su interpretación. Ambas podrán entrar con esto.

Les extendió entonces el sobre, ofreciéndoselo. Ambas lo observaron en silencio unos instantes, incapaces de reaccionar al inicio.

—Se lo agradecemos —susurró Lake en voz baja—. Pero no creo que…

—Aceptamos la invitación con mucho gusto —intervino Maya rápidamente, prácticamente arrancándole de un tirón el sobre de los dedos a aquel hombre, y de paso cortando cualquier excusa que Lake estuviera fraguando en ese momento—. Muchas gracias.

El hombre asintió como respuesta, y sin más se dio media vuelta y se alejó caminando con paso calmado por el pasillo. Una vez que se aseguró que estuvo a la distancia adecuada, Lake se permitió reaccionar, y de paso respirar.

—¿Qué estás haciendo? —le cuestionó a su acompañante, crispada.

—¿Qué crees tú? —le respondió Maya con firmeza, agitando el sobre blanco frente a ella—. Quiero llegar al fondo de esto, obviamente.

—¿Vas a ir? —exclamó Lake, incrédula—. ¿Y si es una trampa?

—¿Trampa de quién?

—No lo sé; de gente que quiere engañarnos, jugar con nosotras, hacernos una broma… o algo peor.

—Siempre tan paranoica.

—Y tú siempre tan descuidada —espetó Lake con enojo—. Esa actitud de saltar primero y pensar después es la que siempre nos metía en apuros cuando éramos niñas.

—Y por la que tuviste una niñez remotamente divertida —le replicó Maya con jactancia—. Mira, tú vete si quieres. Pero sea esa chica Annie o no, es claro que nos trajo hasta acá por un motivo. Y no me iré hasta averiguarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.