Annie de las Estrellas

15. LAKE Y MAYA (IV)

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LAKE Y MAYA (IV)

El sábado, poco después del mediodía, Lake y Maya se montaron al vehículo de la primera, y se dirigieron a la dirección que la Srta. Ophel, la supuesta “Annie”, les había dado la noche anterior. Lake conducía, mientras Maya la guiaba. Había introducido la información en el GPS de su teléfono, y éste les había marcado la ruta a seguir. Era hacia las afueras, al sur del pueblo. Por esos lares había algunas casas y cabañas que gente adinerada de la ciudad solía rentar para pasar un tiempo cerca del bosque, así que lo más seguro era que su inusual anfitriona se estuviera quedando en una ellas.

Sus opiniones y posturas con respecto a ese asunto no habían cambiado tras consultarlo con la almohada. Si acaso, ambas se habían afianzado aún más en sus propias posturas que, por supuesto, resultaban ser casi completamente contrarias.

—Aún no puedo creer que en verdad estemos yendo solas a la casa de una completa desconocida, apartada de todo —exclamó Lake con molestia, aunque sonaba más como una reprimenda para sí misma que un comentario hacia su acompañante—. ¿Qué es lo que me pasa? Yo no suelo ser tan imprudente.

—Y ese es justo tu problema —señaló Maya con apenas un ligero toque de humor—. Y no vamos a la casa de una completa desconocida. Es la casa de Annie.

—Gran consuelo —murmuró Lake con ironía—. Aun suponiendo que tuvieras razón, ¿tengo que recordarte que ni siquiera sabemos cómo se llama en realidad? ¿Y que “Annie” fue un nombre que le inventamos? De hecho, ¿que sabemos en verdad de él…? O ella. Apenas llegamos a intercambiar un par de palabras hace diez años.

—Sé que si quisiera comernos, podría haberlo hecho en aquel entonces sin mucho problema —contestó Maya con asombrosa tranquilidad al hacerlo.

—Qué graciosa. Tal vez no lo hizo porque éramos pequeñas, y ahora somos más grandes.

—En especial tú.

—Oye —exclamó ligeramente ofendida, mirándola de soslayo.

Maya no pudo evitar soltar una sonora carcajada burlona, que provocó de inmediato que las mejillas de Lake se ruborizaran.

—Ya, deja eso —dijo Maya entre risas—. Te haces la asustada, pero yo sé que no piensas realmente todo eso que dices.

—¿De qué hablas? —inquirió Lake confundida, girándose a mirarla por un instante.

Maya se cruzó de brazos, se recostó contra su asiento y, para horror de Lake, subió además sus pies encima del tablero, adoptando una posición relajada.

—Me refiero a que ella tenía razón con lo que dijo anoche —indicó Maya con tono calmado, antes de que Lake pudiera reprenderla de alguna forma—. Cuando comentó que, aunque no hablábamos el mismo idioma, pudimos aun así comunicarnos de otras formas. Así fue como supiste que estaría bien cuando se la llevaron; tú misma lo dijiste, y no finjas que no. Y también por eso sé que Annie nunca nos haría daño.

Lake guardó silencio, y fijó su mirada en el camino, aunque en realidad su mente estaba dándole vueltas a ese pensamiento que Maya acababa de compartirle. Comprenderse el uno al otro, a pesar de no hablar el mismo idioma, sería un concepto extraño para la mayoría. Pero así era como había ocurrido, o al menos así era como Lake lo recordaba. No fue así al principio, por supuesto; pero conforme fueron conviviendo más con aquel ser al que bautizaron “Annie”, más fueron capaces de entender lo que sentía y pensaba, y al parecer él también las comprendió a ellas.

—Quizás sea cierto —masculló Lake en voz baja, al tiempo que con un manotazo a ciegas bajaba con brusquedad los pies de Maya del tablero, y casi tumbándola del asiento a la vez, si no fuera por el cinturón—. Pero sólo si acaso esta tal Annie Ophel es en efecto quien afirma ser. Y si además sigue siendo la misma que conocimos hace diez años.

Maya se acomodó de nuevo en su asiento, y actuó normal, fingiendo que nada había pasado.

—Bueno, según lo que alcance a entender de lo que nos dijo anoche, todo mundo cambia todo el tiempo. Así que…

—Ya, ya —le cortó Lake con ligera molestia—. Sabes a lo que me refiero.

—Para eso vamos a verla, ¿no? Para que nos aclaré todo esto —indicó Maya con suma tranquilidad.

Tomó entonces su teléfono, y le echo otro vistazo a la ruta marcada por el GPS.

—Ya casi llegamos, sólo sigue derecho un poco más, y al primer camino de acceso que veas da vuelta a las izquierda —indicó con voz distraída.

Bajó el teléfono, y echó entonces una mirada por su ventanilla a un lado. Hacía rato que habían dejado atrás las mediaciones del pueblo, y por la ventanilla veía más que nada hileras de árboles y más árboles. A lo mucho, alguna cabaña o rancho visible desde la orilla de la carretera.

El escenario, sin embargo, le resultó un poco familiar. No lo notó cuando vio la dirección en el mapa de su teléfono, pero ahora que echaba un vistazo más directo, tuvo una singular sensación de déjà vu.

—Apropósito —comentó pensativa—, ¿no era por aquí donde se encontraba la vieja casa…?

Lake frenó de golpe en ese momento, cortando su pregunta de tajo. El cuerpo de Maya se precipitó hacia adelante, pero fue detenido por el cinturón de seguridad; ya había aprendido que era mejor siempre usarlo cuando su vecina estaba al volante.




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