Annie de las Estrellas

18. MAYA (III)

18
MAYA
(III)

Maya cerró con cuidado la puerta de su casa detrás de sí, y sólo hasta ese instante se permitió volver a respirar con normalidad. Le costó un poco poner en orden todas las ideas que le cruzaban por la mente tras esa rápida, pero intensa, conversación. ¿Podría decir acaso que Lake y ella se acababan de reconciliar? ¿Habían estado realmente peleadas, en realidad? Y, lo más importante, al menos para ella: ¿significaba eso que podían volver a ser amigas? ¿Así como lo fueron en el pasado?

«Somos muy distintas» pensó con cierta amargura, aunque casi de inmediato recordó que nunca fueron precisamente muy parecidas antes de todas formas. Siempre fueron como agua y aceite, una jalando a la otra a hacer algo que de otra forma no haría. Pero en aquel entonces eran niñas, y todo era mucho más sencillo. Ahora eran adultas en todo sentido, y por consiguiente todo era muy diferente.

¿Podían dos personas adultas en extremos tan contrarios ser amigas en ese mundo?

«Bueno, si podemos ser amigas de una alienígena, ¿por qué no?» concluyó con cierto humor, esbozando una sonrisa.

No podía pasar por alto el hecho más importante de ese día: Annie estaba de regreso. Y aunque no la hubieran visto en diez años, esa tarde las tres pudieron platicar abiertamente sin problema; incluso más que en aquel entonces, pues ahora podían entenderle. De hecho, en general Annie también era muy distinta; ahora se había convertido en una adulta, o lo que equivalente para ella de eso. Y si hace diez años le había parecido fascinante, ahora era simplemente espectacular, divertida, talentosa… hermosa. Y tenía que admitir que cada vez que les hablaba con esa voz profunda y sexy, Maya sentía que le hormigueaba a la piel entera.

«Qué no se te olvide que es un alíen» pensó casi como una reprimenda a sí misma. «No pierdas la cabeza. Podrá parecer una chica, pero no lo es… ¿O sí? ¡No! Definitivamente no»

Debía admitir que eso le resultaba un poco confuso, en especial al verla con ese disfraz de humana, que la hacía ver definitivamente como alguien de su tipo. Pero aquello era sólo un disfraz, ¿o no? ¿Cuál era la verdadera Annie al final de cuentas? ¿E importaba mucho si era una mujer, en el estricto sentido, para permitirse sentir atracción por ella?

Y luego estaba Lake…

Pero ese era un tema aún más escabroso y confuso para ella; más que el de Annie. Así que por su salud mental, era preferible que no escarbara más profundo en esa dirección. Apenas estaba considerando la posibilidad de que volvieran a ser amigas; cualquier otra opción que pudiera complicar ello, no tenía cabida sobre la mesa.

«Mejor olvídate de enredos sentimentales y ponte a trabajar» se dijo a sí misma con severidad. Se dio unas cuántas palmadas en las mejillas, como si quisiera hacerse despertar, y entonces se dirigió presurosa hacia la escalera para subir a su habitación.

—Hey, ¿ya no saludas? —escuchó que pronunciaba su madre desde el vestíbulo, cuando ya se encontraba a la mitad de los escalones. Maya se detuvo y se giró, contemplando de inmediato a su madre al pie de la escalera.

—Hola —pronunció Maya, alzando su mano en señal de saludo—. Creí que dormías.

Su madre subió un par de escalones para acercarse más a su hija, pero se quedó hasta ahí, a una distancia segura.

—¿Fue mi imaginación o era Lake Morrison con la que estabas allá afuera? —preguntó curiosa, señalando con su pulgar hacia la puerta detrás de ella.

—¿Qué? —exclamó Maya, sorprendida—. ¿Me estabas espiando?

—No tengo que hacerlo si se paran a gritar justo afuera de mi casa, ¿o sí? —se defendió su madre, cruzándose de brazos, y Maya se ruborizó al instante. En efecto, su “plática amistosa” se había pasado un par de niveles de volumen.

—Bueno, sí —respondió Maya apenada, con una mano atrás de su cabeza—. Salimos anoche, y hoy otro rato… Nos reencontramos con una vieja amiga. Y mañana quedamos de ir al lago.

—¿A ver los fuegos artificiales? —exclamó su madre, maravillada. Maya respondió asintiendo con la cabeza—. Recuerdo que les encantaba hacer eso cuando eran niñas. Hace mucho que tampoco voy al lago.

—¿Por qué no vienes con nosotras?

—Eres muy considerada. Pero hoy tengo turno de noche, y mañana también. Aun en el hipotético caso de que me fuera saliendo de mi turno y no durmiera nada, apenas alcanzaría a estar un par de horas, cuando tendría que regresarme.

—Qué pesadilla —exclamó Maya, inconforme. Ese ritmo de trabajo que llevaba su madre no podía ser sano para nadie.

—Es lo que hay —respondió su madre, encogiéndose de hombros—. Pero creo que es genial que Lake y tú se reconecten. Siempre me agradó que ambas salieran juntas.

Maya soltó una pequeña risotada irónica.

—Porque ella era una buena influencia para mí, ¿cierto?

—Quizás —admitió su madre—. Pero me gusta pensar que ambas eran buenas influencias para la otra. Lake siempre fue un poco tímida, y recuerdo que tú siempre la animabas a intentar cosas nuevas.

—Sí, y algunas de esas “cosas nuevas” terminaban con sus papás o tú regañándonos. —Hizo una pequeña pausa, y su semblante se tornó más serio, casi sombrío—. O papá…




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