20
LAKE, MAYA Y ANNIE (II)
Tal y como lo habían acordado, a la mañana siguiente a su visita Lake y Maya volvieron a la vieja casa Harlim, arribando a ésta un poco antes de las nueve y media. Se habían levantado y alistado bastante temprano, considerando que era domingo, para alegría de Lake, y no tanto de su compañera. Ingresaron por el camino principal como el día anterior, y se estacionaron justo frente a la residencia, al pie de las escaleras que llevaban a la puerta principal.
Ese primer domingo del verano amaneció totalmente despejado, y con un sol que, a pesar de que no golpeaba demasiado aún, ya calentaba lo suficiente para que se antojara darse un chapuzón refrescante el lago Misal lo antes posible.
—Hace un clima perfecto para ir al lago —señaló Maya con resaltante optimismo al bajarse del vehículo. Colocó entonces su mano sobre sus ojos en forma de visera para protegerse del sol, y alzó su mirada para contemplar el firmamento—. Y no hay ni una nube en el cielo.
Maya iba vestida con un short corto de mezclilla, algo deslavado y roto, y una vieja camiseta oscura de una banda, cuyo logo ya apenas se alcanzaba a notar, sin mangas. Traía su cabello recogido en una cola alta para estar más cómoda en el calor.
—Sí, es un buen día —comentó Lake al bajarse del lado del conductor, aunque su atención estaba más enfocada en la pantalla de su teléfono que en el cielo—. La aplicación indica que el tráfico está ya aumentando en la carretera. Será mejor que nos apuremos.
Lake vestía igualmente unos pantaloncillos cortos, sandalias, y una camiseta blanca de manga corta con el logo de su universidad al frente, además de gafas oscuras para el sol.
—¿Quieres relajarte? —masculló Maya con tono burlón—. A este ritmo llegaremos antes de las once. Tenemos bastante tiempo de sobra.
—Yo no estaría tan segura de eso —indicó Lake con seriedad, al tiempo que ambas comenzaban a subir los escalones hacia la puerta—. ¿No recuerdas como se ponía la carretera cuando éramos niñas? Y si le sumas el incremento poblacional, y la facilidad para adquirir vehículos…
—¿Y en qué momento más o menos planeas comenzar a divertirte? —le interrumpió Maya, un tanto irónica.
—Cuando llegamos todas sanas, seguras y a tiempo al lago; y ni un minuto antes —declaró Lake con ferviente seguridad. Maya se limitó a sólo sonreír y negar con la cabeza.
Era hasta cierto punto divertido ver que Lake no había cambiado demasiado con el pasar de los años. Era bastante más alta, usaba el cabello corto, y otras partes de su cuerpo igualmente habían cambiado. Pero por dentro era aún esa niña insegura y perfeccionista que tenía que controlarlo todo, o al menos lo que tuviera a la mano.
Antes de que cualquiera llamara a la puerta, ésta se abrió de golpe, y ante ellas se asomó justo la figura de quién habían ido a buscar.
—¡Hola! —exclamó Annie con explosiva emoción, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
Por supuesto, quien las recibía era la Annie de apariencia humana, y no la Annie de piel azul. Extrañamente, ninguna de las dos estaba aún muy segura de con cual se sentían más familiarizadas.
Annie usaba una falda larga con holanes, fresca y de color blanco, además de una blusa suelta igualmente blanca de tela delgada, debajo de la cual se asomaban los tirantes de un bikini azul cielo. Usaba además gafas oscuras grandes, y un sombrero blanco de ala amplia para el sol, al parecer un poco más grande de lo necesario para su tamaño de cabeza.
—Hey, mírate —comentó Maya con voz risueña, inspeccionándola de arriba abajo—. Eres toda una alienígena playera.
—Muchas gracias —murmuró Annie con voz alegre, dando al instante una pequeña vuelta sobre sí misma—. ¿Me veo convincente?
—Te ves muy bien —señaló Lake, asintiendo—. ¿Ya estás lista? Necesitamos ganarle al tráfico.
—Sí, sólo… —murmuró Annie, notándose un poco vacilante.
Abrió ene se momento más la puerta y se hizo a un lado, dejando a la vista de Lake y Maya la presencia de aquel hombre de piel oscura que siempre la acompañaba. Resultaba un tanto curioso que no lo hubieran notado antes, considerando lo grande que era. Éste las miró con su perpetua expresión de estoicidad, con su espalda firme y sus manos ocultas detrás de ésta.
—Mi amigo insiste en llevarnos —indicó Annie con soltura.
—¿Insiste? —exclamó Maya, arqueando una ceja—. ¿Qué es tu niñera?
—No —respondió Annie, risueña—. Pero no le agrada la idea de que salga sola con ustedes. Le preocupa mi seguridad. Después de todo, está aquí para cuidarme.
—Entonces sí es tu niñera —señaló Maya con tono burlón.
Quien no compartía del todo el sentido del humor de Maya era Lake, que no tuvo reparó en dejar a la vista en su sola mirada que la propuesta no le agradaba, aunque por sus propios motivos.
—Pues lo siento, pero ya traje mi auto, y todo está empacado en su sitio —indicó Lake, cruzándose de brazos con actitud firme—. Y no vamos a perder tiempo en cambiar de auto.
—Hazle caso —masculló Maya, encogiéndose de hombros—. Se pone un poco loca con esto de la puntualidad. Pero tu amigo puede venir con nosotras. Hay espacio para uno más, ¿no?