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LAKE, MAYA Y ANNIE (V)
Las siguientes horas las pasaron un tanto más relajadas. Se metieron un par de veces más al agua, pero en general permanecieron bajo su palaba, descansando y ahorrando energías. Las iban a necesitar para la caminata que les esperaba.
Cuando la tarde avanzó, y Lake consideró que era el momento adecuado, las chicas guardaron sus cosas, y se dirigieron de regreso a su vehículo. Pero no con la intención de irse, sino para acercarse lo más posible hacia la colina de la que habían estado hablando. En automóvil no podrían llegar hasta ella (no sería un sitio secreto si fuera así), pero sí lograron estacionarlo en un camino bajo la ladera de la colina. Desde ahí, les tocaba moverse a pie hacia arriba por una vieja senda.
Lake iba al frente dirigiendo al grupo, con Maya unos pasos detrás, seguida por Annie, y a una distancia mayor iba Max. Dejaron todo en el vehículo para no tener que cargar nada y poder andar más ligero. Eso ayudó un poco… pero no lo suficiente. La subida resultó un tanto más complicada, y se veía que la senda no había sido limpiada en el tiempo reciente, por lo que maleza y piedras casi se apoderaran de ella, lo que hacía que todo se volviera más retador.
Al menos el sol ya estaba metiéndose en el horizonte y la temperatura estaba un poco más baja. Eso les daba un pequeño respiro.
—No recordaba que la subida fuera tan complicada —musitó Maya con voz jadeante, cuando ya iban más o menos por la mitad del camino.
—Creo que más bien somos nosotras las que ya no somos unas niñas —comentó Lake con voz risueña al frente, mientras pasaba su antebrazo por su frente para limpiarse un poco de sudor. Ella parecía estar en mejor estado que su amiga, ayudada en especial por sus fuertes piernas de ex bailarina, y que seguía ejercitando gracias a la bicicleta estacionaria que tenía en su dormitorio—. ¿Cómo vas, Annie? —preguntó volteando sobre su hombro.
Unos pasos detrás de Maya, Annie avanzaba al mismo ritmo que su amiga, pero de hecho se veía bastante entera. Sonreía con optimismo, caminaba con paso decidido, y casi no sudaba… Bueno, en realidad era probable que su piel falsa no sudara en lo absoluto.
—Yo estoy bien, descuiden —respondió Annie con voz alegre, sin un solo rastro de agotamiento.
—¿Y tú, amigo Max? —preguntó Maya a continuación en voz alta, aunque sin tomarse el tiempo de mirar hacia atrás al hacerlo.
Desde más atrás en el grupo, Max avanzaba con suma normalidad, como si fuera una caminata por el centro. Igualmente, no se veía cansado, y su rostro mantenía esa máscara de estoicidad que había tenido desde la primera vez que lo vieron.
—No se preocupen por mí —respondió, sonando un tanto ausente.
Maya y Lake por igual concluyeron que debían tener algún tipo de fuerza alienígena que les ayudaba a moverse con tanta facilidad. O quizás sólo, como había indicado Lake, a las que les faltaba condición era a ellas.
Su ardua caminata rindió sus frutos cuando llegaron a la cima. Allá arriba se encontraba un área amplia y plana, sin árboles o rocas. Habían puesto un barandal de madera en la orilla que daba hacia abajo, que ninguna de las dos residentes recordaba de su época de niñas. De seguro algún idiota se acercó de más y rodó colina abajo rompiéndose el brazo, y tuvieron que ponerlo por protección. Al menos no entorpecía la vista, que era lo que importaba.
Como se temían, no eran los únicos ahí; ya lo habían previsto, desde que vieron otros dos vehículos estacionados abajo. De un lado había una familia de padre, madre y dos hijos, que habían incluso traído sillas plegables consigo para sentarse cómodamente. Del otro, un grupo de dos chicos y tres chicas, que habían puesto una manta en el suelo para sentarse, y conversaban animadamente con latas se cerveza en la mano.
Quizás su lugar secreto no era tan secreto después de todo, pero al menos no eran muchas las personas. Aún había suficiente espacio para que disfrutaran de una cómoda privacidad.
—Llegamos —anunció Lake con orgullo, estirando un poco sus brazos y piernas—. Mira eso —añadió, señalando al frente, más allá del barandal de seguridad.
Las tres se aproximaron hacia la orilla lo más que el pequeño cerco les permitía, mientras que Max al parecer había decidido quedarse atrás entre los árboles para observarlas de lejos. Tal y como habían prometido, desde ese punto se podía ver todo el lago de punta a punta, además de una vista directa al sol que se estaba ocultando tras las montañas lejanas, y del cielo estrellado que avanzaba detrás de él, tomando el terreno que dejaba libre.
—Qué hermoso —susurró Annie maravillada, con sus ojos bien abiertos que parecían casi brillar.
—Fue difícil, pero valdrá la pena —murmuró Lake, aun escuchándose algo de fatiga en su voz—. Desde aquí podremos ver los fuegos artificiales en todo su esplendor. Y es casi como un espectáculo doble, pues puedes verlos en el cielo, y también reflejados en la superficie del lago.
Annie fijó su atención en el lago. De hecho, en esos momentos se podía ver claramente el reflejo del ocaso y las estrellas, como si de un enorme espejo se tratase. Los colores, las luces y la composición eran perfectos, como si fueran parte de una pintura. Maya no pudo evitar el impulso de sacar su teléfono y tomarle una foto.