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LAKE, MAYA Y ANNIE (VI)
Terminado el espectáculo de luces, Lake fue muy categórica en que debían irse de inmediato, para evitar el inminente embotellamiento en la carretera de regreso. Hasta el momento todo había salido bien al hacerle caso, así que, ¿por qué no hacerlo una última vez?
La bajada por la vereda fue un tanto más confusa en la oscuridad de la noche, aunque alumbradas con las linternas de sus teléfonos, y guiadas por Max que parecía tener una mejor orientación, lograron llegar sanas y salvas a su vehículo.
Pese a los deseos de Lake, fue inevitablemente cruzarse con algo de embotellamiento en la carretera, pero no el suficiente para detener por completo su avance. Y tras un poco menos de una hora, arribaron primero a la vieja casa Harlim, sin contratiempo.
—Muchas gracias por todo —pronunció Annie, mientras el grupo entero se encaminaba hacia las escaleras de la entrada principal de la mansión para despedirse—. Me divertí muchísimo, en serio.
—Nosotras también —replicó Lake—. Fue realmente agradable pasar el día contigo. Y en especial que ahora podamos hablar y entendernos.
—Sí, eso definitivamente fue nuevo —secundó Maya con dejo irónico—. ¿Quién sabe? Quizás de habernos entendido hace diez años, no nos hubiéramos hecho amigas.
—Pero sí nos entendíamos —exclamó Annie con ferviente seguridad—. Aunque no con palabras. Pero sí, es agradable que ahora podamos convivir de esta forma.
Las tres se quedaron al pie de las escaleras principales, mientras Max avanzaba hacia la puerta, quizás queriendo de nuevo dejarlas solas como lo había hecho en todo el día. Maya y Lake se preguntaban para qué había insistido tanto en ir con ellas; no parecía haberse divertido ni un poco, aunque su rostro falso podía ser engañoso en ese sentido.
—¿Cuánto… tiempo estarás por aquí? —preguntó Maya, un poco vacilante—. Digo, en algún momento tendrás que volver a tu labor investigando, y siguiendo lo que el Universo te diga que hagas, ¿no?
—Sí, así es —susurró Annie, esbozando una sonrisita apagada—. Pero aún estaré algunos días por aquí. Hasta que termine mi gira de conciertos, y algunos días más. De hecho…
A pesar de que todo el tiempo solía verse tan segura de sí misma, en ese momento notaron que la actitud de Annie se tornaba un tanto más cohibida. Incluso agachó la mirada, como si se sintiera avergonzada, o dudara en decir lo que estaba pensando o no. Eso sí que era nuevo, viniendo de ella.
—Sé que quizás sea mucho pedir, pero el martes tengo el último de mis conciertos, en el Museo de Arte y Cultura de Lybster. Y… sería muy, muy importante para mí, que ambas estuvieran ahí conmigo.
—¿En Lybster? —susurró Lake, un tanto destanteada—. Cielos, no sé… Está como a una hora y media en automóvil; sin tráfico. Es un poco retirado para regresarnos tan tarde…
—Mi amigo y yo las llevaríamos y traeríamos, por supuesto —propuso Annie—. No quiero ponerlas en una situación complicada, pero en verdad quisiera que estuvieran ahí; las dos.
Maya y Lake se miraron entre sí, y como en otras ocasiones se preguntaron mutuamente su opinión, sin tener que decirse nada en realidad. Resultaba curioso cómo habían comenzado a comprender rápidamente lo que la otra pensaba; como ocurría cuando eran niñas.
—Por mí no hay ningún problema, no tengo planes —indicó Maya, encogiéndose de hombros.
—Sí, de acuerdo —añadió Lake, asintiendo—. Me parece bien.
El rostro entero de Annie se iluminó como el sol en plena noche al escucharlas.
—¡Muchas gracias! —exclamó en alto, sin poder contenerse—. Nos vemos el martes entonces. Las recogeremos frente a sus casas como a las 7:00, ¿les parece bien?
—Perfecto —respondió Lake—. Y no te preocupes, me aseguraré que ésta esté puntual —añadió señalando con su pulgar a Maya.
—Oye, no digas cosas raras —le reprendió Maya, ofendida.
Su charla fue coronada con una serie de risas compartidas entre las tres, la promesa de verse el martes como habían dicho y, por supuesto, un abrazo conjunto de Annie hacia sus dos amigas humanas; no sin antes solicitar el respectivo permiso, claro.
Finiquitadas las despedidas y los planes, Maya y Lake volvieron al vehículo de esta última, y se encaminaron hacia la salida de la propiedad. Annie permaneció al pie de las escaleras, agitando una mano como despedida en el aire mientras el vehículo se alejaba. Una vez que sus luces traseras se perdieron en la carretera, Annie bajó la mano, y permitió que su rostro falso dejara de mostrar una sonrisa despreocupada, y esa mirada optimista.
Dejó que parte de la angustia que la invadía por dentro, se exteriorizara, algo que no permitiría ocurriera frente a sus dos amigas.
Dio entonces la media vuelta, y comenzó a subir los escalones hacia la casa.