Annie de las Estrellas

25. ANNIE (IV)

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ANNIE (IV)

Su amigo la aguardaba en la cima de las escaleras, justo frente a la puerta ya abierta de la mansión. Al parecer su inquietud fue bastante evidente, incluso con su rostro falso enmascarándola, pues en cuanto estuvo cerca él le preguntó de inmediato con un dejo de preocupación:

—¿Se encuentra bien?

La joven dama siguió avanzando hacia la puerta, hasta ingresar a la casa. Su amigo la siguió unos pasos detrás. Ambos se dirigieron cruzando el recibidor hacia las escaleras que llevaban a la planta superior.

—La visión se está haciendo más fuerte conforme se acerca el día —explicó la joven dama, claramente consternada.

—Así es como funciona, usted lo sabe. En especial ahora que está justo en el sitio en el que ocurrirá.

—Lo sé —masculló con pesar—. Pero eso no lo hace menos preocupante.

Subieron uno detrás del otro los escalones hasta llegar al pasillo superior. A medio camino, la piel falsa de la joven dama se fue retirando poco a poco, desprendiéndose de su cuerpo y desvaneciéndose en el aire. Para cuando llegaron al nivel superior, ya había quedado totalmente expuesta su piel azul brillante, envuelta en sus ropas de playa, incluido su sombrero.

Su amigo pasó por un proceso exactamente igual, revelando debajo de aquella piel oscura y rostro estoico, un rostro redondo de piel azul brillante como el de la joven dama, aunque con facciones más toscas. Su cuerpo igualmente era más grande y grueso, cubierto en ese momento con la camisa con estampado florar que le habían comprado.

—¿Aún no ha logrado algún avance? —preguntó su amigo con precaución.

La joven dama soltó un largo suspiro; dicho gesto era claro que se le había pegado de los humanos.

No estoy segura. Siento que nos estamos acercando, pero aún no me dejan entrar del todo. No sé si mi enfoque es el correcto. Les he querido hablar de mí a profundidad, que me conozcan, e intentar que sientan lo que yo siento. Pero creo que aún no confían en mí por completo, y no las puedo culpar por eso. Hace un rato me preguntaron sobre por qué tardé diez años en venir a verlas. Y aunque intenté explicárselos, lo que podía al menos, no sé si logré convencerlas. Creo que piensan que les oculto algo… y tienen razón.

Sabe que este tipo de vínculos toman su tiempo…

¡No hay tiempo! —exclamó la joven dama, exasperada—. Necesito hacer las cosas de manera diferente.

¿Qué hará entonces?

Los dos se detuvieron un instante al final de la escalera. La joven dama miró hacia el techo, como esperando que éste de alguna forma le regresara la respuesta. Pero ella ya la tenía: lo había decidido desde hace un tiempo.

Reanudaron la marcha antes de responder, dirigiéndose directo hacia el estudio. Tenía algunas llamadas que hacer.

Les diré la verdad —soltó sin más, tomando por sorpresa a su compañero, que se vio visiblemente consternado al instante.

—No puede…

—No sobre la visión —aclaró la joven dama, girándose hacia él—. No aún, al menos. Les diré la verdad sobre lo que siento, de la forma en la que mejor sé hacerlo. En el concierto, yo…

Sus palabras se cortaron de tajo en cuanto divisó que la puerta del estudio estaba abierta. Y ella no la había dejado así; eso lo tenía seguro. Su amigo avanzó hasta colocarse a su lado, e igualmente notó lo mismo que ella, y en su expresión dejó claro que también le desconcertaba aquella anomalía.

Él se adelantó, ingresando rápidamente al estudio, no sin antes apresurar a sus glándulas para que cubrieran de nuevo su rostro con la piel falsa, o al menos con una versión rápida sin el cabello o los detalles. Aquello claramente era previendo que estuvieran lidiando con un intruso. La joven dama consideró un momento en hacer lo mismo, pero de entrada decidió mejor quedarse atrás y aguardar.

Su compañero ingresó cauteloso al estudio, y echó un vistazo rápido al interior. No tardó mucho en divisarlo: sí tenía un intruso, que no intentó en lo absoluto el esconderse. Estaba de pie ante una de las ventanas que daban al bosque circundante, y por la que entraba la luz de luna desde el exterior y lo bañaba casi por completo. Estaba volteando hacia la ventana mirando hacia afuera, por lo que les daba la espalda. Era un hombre alto, de hombros anchos, cabello negro brillante bien peinado y acomodado, ataviado con un elegante traje de saco y pantalón gris oscuro.

La actitud de su compañero pasó de tensa, a más sorprendida que otra cosa. Por ello la joven dama se atrevió a avanzar con cuidado detrás de él, asomándose al interior, y también lo vio.

Era un intruso porque no esperaban que estuviera en ese lugar. Pero, no lo era en el sentido de que fuera un desconocido. Pues sin ver su rostro, su sola complexión y forma de pararse (espalda recta, pies firmes, manos ocultas en los bolsillos de su pantalón), fue suficiente para que lo reconocieran.

¿Se divirtieron? —pronunció aquel individuo en su lengua, con una voz grave y serena.

Hermano —susurró la joven dama, atónita.




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