Annie de las Estrellas

26. VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (VII)

26
VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (VII)

El recital de Lake estaba prácticamente a la vuelta de la esquina, por lo que esos días la Srta. Cortés se había vuelto aún más exigente con ellas. Cualquier error, por más pequeño que fuera, era merecedor de una fuerte corrección. No física, claro; su maestra nunca recurriría a algo como eso. Pero definitivamente no lo necesitaba, pues su sola voz podía causar el efecto necesario en sus pequeñas estudiantes, acompañada de los golpes de su bastón contra el suelo.

Lake no podía hablar por las otras, pero al menos ella no podía reprocharle su perfeccionismo; ella misma también lo era un poco, aunque claro en ese entonces ni siquiera conocía dicha palabra. Incluso entonces ella era su peor crítica, repasando cada error cometido en su propia cabeza, y regañándose a sí misma en silencio.

Quizás su papel no era el principal, y quizás todos tendrían sus ojos más puestos en Clarisa al frente que en ellas bailando detrás. Pero eso no le importaba; si iba a ser una pequeña celestial bailando al fondo al ritmo de la caída de Ophelia, sería la mejor de todas.

Siguiendo esa idea, esas últimas tardes tras volver de su clase, se había prácticamente encerrado en su habitación para seguir ejercitándose y practicando. Primero se colocaba en el centro despejado de su cuarto, sostenida sobre su pierna derecha, con la izquierda extendida hacia atrás, sus brazos alzados simulando alas, y su vista bien fija al frente, intenta aguantar lo más posible aquel doloroso esfuerzo, para luego cambiar lentamente de pierna.

Lo siguiente era repasar sus movimientos, lo mejor que el reducido espacio de la habitación le permitía, con la música de la obra sonando en su pequeño reproductor conectado a su teléfono. Giraba, saltaba, flexionaba, extendía, contraía, todo con movimientos gráciles y precisos; como el ser celestial y etéreo que se suponía debía de ser.

Cada vez sentía que estaba más cerca de dominarlo, pero cada vez seguía sintiendo que aún le faltaba; que no podía igualar lo bien que Clarisa lo hacía al interpretar a Ophelia. Y eso la frustraba, bastante más de lo que una niña de nueve años debería frustrarse.

A mitad de una de sus interpretaciones, la música de su reproductor se detuvo, siendo interrumpida por el sonido de la entrada de un mensaje nuevo. El cambio abrupto casi la hizo perder el equilibrio y caer, pero a último momento logró sostenerse sobre su pie izquierdo para evitarlo.

Resopló un poco, y se dispuso a volver a su interpretación, ignorando el mensaje. Pero apenas unos segundos después ocurrió lo mismo.

Lake refunfuñó, y se aproximó molesta hacia su teléfono, sabiendo de antemano de quién debía ser el mensaje; sólo una persona le escribía, en realidad.

Y en efecto, por su puesto los dos mensajes eran de quien pensaba. Aunque su contenido ciertamente la desconcertó un poco:

Maya: Ven a la casa del árbol.

Maya: ¡Ya!

Lake se tensó. Se dirigió rápidamente hacia la ventana de su cuarto, que daba hacia su patio trasero; el sitio en el cual justo se encontraba su casa del árbol, en el centro del patio. El sol ya se estaba metiendo, y el sol se coloreaba de anaranjado. Aun así, logró notar movimiento desde la casa en la cima del viejo roble. Y si le quedaba alguna duda, la luz de una pantalla moviéndose en el aire para llamar su atención al verla en la ventana, se lo terminó por confirmar.

—Ay, no, ¿ahora qué? —exclamó Lake, entre temerosa y molesta.

De inmediato, y con su teléfono aún en mano, salió de su habitación y se dirigió escaleras abajo, en dirección a la cocina para salir por la puerta de ésta al patio. En la cocina, sin embargo, terminó casi chocando de frente contra su madre, que en ese instante sacaba unas verduras del refrigerador.

—Oye, ¿a dónde vas? —le cuestionó con suspicacia, en especial al notar la agitación en el rostro de su hija.

Lake vaciló un instante, turnando su mirada entre su madre y la puerta del patio.

—Voy… a… practicar en la casa del árbol.

—¿En la casa del árbol? —inquirió su madre, arqueando una ceja con desconcierto—. ¿Por qué ahí si ni siquiera tienes espacio?

—Bueno, pues… —Puso su aguda cabeza a correr rápidamente para intentar improvisar algo; una habilidad que le sería útil en el futuro durante sus debates—. Para tener un poco más de quietud, y así poder concentrarme. En verdad necesito concentrarme, en serio que sí. ¡Sólo será un momento! —exclamó en alto, y emprendió en ese momento la huida hacia la puerta antes de que su madre pudiera preguntarle cualquier otra cosa.

Ya en el patio, Lake corrió presurosa hacia la casa de árbol. Echó un vistazo rápido sobre su hombro para asegurarse de que nadie la mirara, y luego subió rápidamente la escalera. Maya la esperaba en el mero umbral puerta principal, impaciente.

—¿Por qué tardaste tanto? —le recriminó Maya, estando Lake aun subiendo el último tramo de la escalera colgante.

—¿Qué dices? —respondió Lake de malagana—. ¿Qué haces tú aquí en primer lugar?

Maya se hizo a un lado para que Lake pudiera entrar.

La casa del árbol para esos momentos resultaba un poco chica para una niña de nueve años, en comparación a cuando su padre se la construyó a los cinco. Lake y Maya solían estar mucho ahí hace tiempo, pero para ese momento ninguna había estado en aquel sitio en un buen rato; en parte porque la mayoría del tiempo se encontraban ocupadas con alguna clase, tarea o práctica (en especial Lake), y en parte porque ya no les llamaba tanto la atención como antes, en comparación con otras cosas con las que podían entretenerse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.