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LAKE (III)
Esa mañana de lunes, Lake salió a, supuestamente, dar un paseo casual por al centro del pueblo. Hacía un día agradable, soleado pero no muy cálido. Caminó por las aceras de la zona comercial, compró un poco de fruta en los puestos del mercado, y revisó los aparadores de las tiendas. Todo sin un plan concreto ni un destino final… O eso es al menos lo que se decía a sí misma, ya que en el fondo sí que había tenido un lugar en mente desde que puso un pie fuera de su casa. Y ese lugar apareció justo frente a ella de manera abrupta, mientras caminaba por la acera, dando mordiscos de la manzana que acababa de comprar. Aunque, en realidad, lo primero que llegó a ella fue el sonido amortiguado de la música de danza, surgiendo desde las bocinas del viejo aparato reproductor colocado sobre una silla dentro de aquel local.
El día anterior se encontraba bastante vivido en Lake todavía. Se la había pasado más que excelente en el lago con Maya y Annie, y disfrutado de cada momento de su salida de amigas. Pero hubo dos momentos en los que el día más que ser divertido y relajante, se volvió un poco… Lake no sabría qué palabras usar para describirlo; lo más cercano sería, quizás, algo como “reflexivo”.
Uno de esos momentos había sido, por supuesto, cuando se le había ocurrido cuestionar a Annie sobre dónde había estado todos esos años y por qué no había vuelto hasta entonces. Aún no sabía interpretar de todo por qué se le había salido justo hacerlo en ese momento, pero al menos las cosas habían resultado bien. La respuesta de Annie y su explicación del Flujo del Universo, o como se llamara, no le resultó tan clara, pero podía al menos comprender que su ausencia no fue porque no pensara en ellas o no le importaran. Así que ese incidente no era el que invadía los pensamientos de Lake esa mañana, sino el otro…
Lake se detuvo frente a la gran ventana frontal del local comercial, y observó hacia el interior mientras masticaba lentamente el último pedazo de su manzana. Desde su posición en la acera, vio al grupo de siete niñas y dos niños, en sus mallas de baile o pants deportivos, calentando y estirándose en preparación para su clase que estaba por comenzar. Un par de padres aguardaban sentados en unas sillas a un lado del local, conversando entre ellos pero también viendo lo que sus hijos hacían. Y caminando entre los niños, supervisándolos y cuidando que ninguno se lastimara haciendo el estiramiento de forma incorrecta, se encontraba la Srta. Cortés, con su cabello corto demasiado rojo para seguir siendo natural, y su habitual y muy característico bastón con el que solía marcar el ritmo golpeando el suelo con él. Lake sonrió al ver que los años pasaban, pero su vieja maestra parecía exactamente la misma; como un espejismo de sus recuerdos de niña, materializado ante ella como algún tipo de fantasma.
Y no era la única, pues todo ese espacio parecía ser igualmente el mismo, con sus grandes espejos en una pared, su suelo de duela, sus fotografías de los diferentes recitales expuestas en otro muro, una vitrina con todos los trofeos, y el mismo aparato reproductor sobre, quizás, la misma silla.
Lake vaciló un momento, meciéndose entre la idea de seguir de largo, o entrar de una buena vez como era evidente que deseaba. Por supuesto, al final ganó ésta última opción. En cuanto abrió la puerta del local y puso un pie dentro, el sonido más intenso de la música inundó sus oídos, junto con aquel aroma a pino que siempre había relacionado con aquel lugar, sin nunca saber exactamente a qué se debía.
Los recuerdos se volvieron mucho más vividos, y por un instante se sintió transportada de nuevo a aquellos días. Aquel grupo de niños ante ella, bien podrían ser Lake y sus antiguas compañeras de danza, preparándose para comenzar su clase matutina, practicando más seguido que nunca para el famoso recital de verano. Casi creía poder ver su propio rostro infantil reflejado en alguna de esas niñas…
Y eso la llevó, por supuesto, al asunto del día anterior que la tenía tan pensativa esa mañana. Cuando Maya las dejó solas para por su refresco, Annie y ella habían tenido una plática… interesante, por decirlo de alguna forma. Las palabras que Annie había dicho, y las que ella misma le había contestado, resonaban en su cabeza más intensamente que el sonido de la música del reproductor.
—¿Y por qué leyes?
—¿Cómo dices?
—¿Por qué elegiste estudiar leyes en lugar de dedicarte al baile? ¿En verdad quieres ser presidenta como dice Maya?
—No, claro que no
—Yo creo que serías una buena presidenta.
—Gracias, pero no, eso no es para mí. Como ya dije, me conformo con ser abogada.
—¿Te gusta? La idea de ser abogada. ¿Ese es tu sueño?
—Bueno, es lo que mi padre siempre quiso.
—¿Tu padre? ¿Y tú?
—No es tan simple…
Por supuesto que no era tan simple; nada lo era. Y por eso irremediablemente había terminado dándole vueltas y más vueltas a aquel asunto toda la noche, a pesar de haberle restado importancia el día anterior.
Lo único que podía hacer al respecto para intentar hallarle una solución, era lo que siempre hacía en la universidad cuando se enfrentaba a una situación complicada: recurrir a su lógica. Suponiendo el caso hipotético de que no quisiera en realidad ser abogada, como Annie terminó insinuando quizás sin querer… ¿Cuál habría sido la alternativa? ¿Dedicarse a la danza como Clarisa Mathews? ¿Ese habría sido realmente su sueño? ¿Eso habría sido lo que realmente deseaba?