Annie de las Estrellas

30. LAKE Y MAYA (VI)

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LAKE Y MAYA (VI)

Luego de dejar la casa Harlim y volver al pueblo, Maya se dirigió al centro para realizar las compras que le había pedido su madre. En la tienda de abarrotes de la Sra. González consiguió las manzanas, la harina, el azúcar, la leche, la mantequilla; quizás su madre planeaba hacer un pay, aunque no le había informado al respecto.

Además de los víveres, le había pedido un aceite para muebles, y toallas absorbentes desechables ultra resistentes; evidentemente quería limpiar algo, pero eso no era inesperado en ella. Lamentablemente esas cosas tendría que conseguirlas en otro lado, quizás en la tienda del Sr. Barlow que vendía productos para la casa que pedía traer desde la ciudad. Y si él no las tenía, tendría que recurrir a la nueva tienda de conveniencia de franquicia que abrieron al otro lado de la plaza, pero prefería dejarlo como su última opción. Su madre era de la política de comprarle primero a las tiendas locales, y era algo que ella igualmente procuraba replicar; al menos que ya no hubiera de otra.

Mientras caminaba por la acera en dirección a la tienda del Sr. Barlow, cargando en un brazo la bolsa de papel con las manzanas y los otros víveres que acababa de comprar, Maya no podía sacarse de la cabeza la extraña conversación que acababa de tener hace rato con Annie.

Siendo justa, había muchas cosas en Annie que podían resultarle extrañas, y quizás esa conversación en particular no había sido la mayor de ellas. Pero sí le había provocado una sensación extraña. La forma en que Annie reaccionó tan emocionalmente al escuchar lo que Lake y ella ya no eran amigas, o no tan amigas como antes… la hizo sentir bastante destanteada. ¿Por qué le afectaba tanto? Incluso más que ella.

Y claro, pensar en eso hacía que su mente igual se desviara inevitablemente a otra pregunta: ¿y en verdad no le afectaba tanto como se decía a sí misma…?

El darle vueltas a aquello pareció casi invocar la casualidad del destino. En el camino a la tienda, pasó justo frente al local en el que se encontraba la escuela de danza de la Srta. Cortés; un local como cualquier otro por lo que pasaba casi siempre que iba por el centro. Nada fuera de lo común… salvo que a último momento antes de pasar por completo de largo el gran ventanal de la fachada, captó algo por el rabillo del ojo que la hizo detenerse, retroceder un par de pasos, y girarse de lleno al interior del local para asegurarse de que había visto bien.

Y sí, lo había hecho.

En el centro de la pista de baile, había unas cinco personas, cuatro mujeres y un hombre, los cinco alrededor de sus veinte años. Ella no podía oírla desde la banqueta, pero debía haber música sonando, pues los cinco se movían en perfecta sincronía, girando y agitando sus cuerpos con resaltante gracilidad. Pero eso no era lo que captó tan inhóspitamente la atención de Maya, sino un detalle muy particular: uno de esos cinco era Lake.

Los pies de Maya se movieron por sí solos hacia la puerta del local, y cuando menos lo pensó ya estaba dentro. Similar a como le había pasado a Lake más temprano, en cuanto entró la armoniosa música clásica que surgía del aparato de sonido inundo sus oídos al instante, junto con el olor a pino del limpiador de pisos. Pero todo aquello palidecía ante la imagen de Lake deslizándose con tal gracia y suavidad por la pista al ritmo de la música, siendo una con ésta.

Lake usaba unas mallas negras ajustadas, unas zapatillas blancas, y una camiseta gris holgada. Se había recogido el cabello en una pequeña bola detrás de su cabeza. Y se veía sumamente concentrada en sus movimientos, con su mirada perdida en la nada, como si su cuerpo se moviera prácticamente por mero instinto. Maya conocía esa mirada. De hecho, toda su apariencia le provocó un golpe de nostalgia. Aunque en su memoria, por supuesto, Lake era bastante menos alta.

Sin proponérselo, terminó quedándose ahí frente a la puerta observando por más tiempo del que se disponía (aunque en realidad no había pensado en algún tiempo específico). Sólo reaccionó cuando la música terminó de pronto, y los cinco bailarines hicieron un último movimiento, inclinando sus cuerpos al frente hasta casi tocar el suelo con sus frentes como si le hicieran la reverencia a un monarca invisible. Y los cinco se quedaron así, totalmente quietos, hasta que la Srta. Cortés aplaudió con fuerza, y bastante entusiasmo.

—¡Muy bien! Muy bien hecho, todos; lo hicieron de maravilla —exclamó contenta la instructora mientras seguía aplaudiendo. Giró su atención hacia el reloj que tenía colgado en la pared—. Creo que por hoy terminamos aquí. Nos vemos el miércoles a la misma hora. No falten.

Los cinco se incorporaron, y rompieron su formación. Los cinco dejaron que el agotamiento de aquella rutina se hiciera notar, y no tardaron en ir a buscar un poco de agua, sus toallas y, por supuesto, sus teléfonos en busca de alguna notificación nueva.

Lake sobre todo pareció casi desvanecerse una vez que se pudo permitir estar cansada. Avanzó hacia una de las sillas a un lado del área de baile, y se dejó caer de sentón en ésta. Hizo su cabeza hacia atrás, mirando hacia el techo, mientras pensaba en lo realmente fuera de forma que se encontraba. Hace unos años aquello no habría representado problema para ella.

—Muy bien hecho, Lake —musitó orgullosa la Srta. Cortés, parándose delante de ella—. Se ve que aún lo tienes.

—¿De verdad? —preguntó Lake entre jadeos, volteándola a ver con su rostro cansado—. Yo me sentí algo oxidada.




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