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LAKE, MAYA Y ANNIE (VII)
La limusina que transportaba a Lake y Maya llegó a Lybster un poco después de las ocho quince. La pequeña ciudad se encontraba relativamente cerca de St. Lewrick, pero incluso en un buen día sin tráfico, uno no solía hacer menos de una hora en carretera. Y ya estando ahí, tenían que cruzar la ciudad hasta casi el otro extremo de esta, y luego tomar un camino en espiral que subía por un cerro elevado, en donde se encontraba el Museo de Arte y Cultura de Lybster. El sitio estaba un poco apartado, pero al estar en un punto más elevado, servía también como un buen mirador desde el cual se podía ver casi toda la ciudad, y en especial las estrellas cuando el cielo se encontraba despejado. Justo como esa noche.
A las ocho y media, la limusina se encontraba ya en el camino de acceso al museo, pero le tocó hacer algo de fila junto con los demás vehículos que intentaban ingresar. Por suerte, aún tenían bastante tiempo, pues el evento comenzaba a las nueve en punto.
Una vez que estuvieron ante el edificio principal, Max no les dio oportunidad a sus dos pasajeras de bajarse ellas mismas. En su lugar, cumplió con el papel de chofer hasta el último momento, abriéndoles la puerta para que se bajaran. La limusina, por supuesto, llamó la atención de las personas que aguardaban en la parte exterior del edificio, todas divinamente vestidas y arregladas. Y en especial les despertó la curiosidad sobre quién viajaba en aquel vehículo tan elegante. Lake y Maya dedujeron por sus miradas que la mitad de ellos se sintió desanimado al ver a aquellas dos chicas tan normales bajarse del vehículo, y la otra se rascaba la cabeza intentando adivinar quiénes eran. Por su parte, ambas prefirieron avanzar con la cabeza gacha hacia la entrada.
Eso había sido incluso peor que ser enfocadas con los reflectores. Pero bueno, al menos alguno entre la multitud de seguro se creyó que eran dos personas muy, muy importantes.
En la entrada principal había otra fila más para ingresar. En la puerta, dos asistentes de sacos y corbatas rojos revisaban las entradas de las personas. Maya y Lake tenían a la mano las suyas, que Max les había pasado en la limusina mientras aguardaban en la fila de vehículos.
El edificio al que se dirigían era alto, de tres pisos, con una fachada compuesta enteramente por paneles de espejo, que de seguro en el día debían reflejar el cielo azul y las nubes, pero en esos momentos reflejaban el cielo nocturno y estrellado. El recibidor inmediato a la puerta se veía impoluto y blanco, como un hospital o la oficina de alguna empresa de muy alto nivel.
—Creí que el evento sería en un museo —masculló Maya, mirando con algo de confusión el lugar.
—Es un museo, ¿ves? —indicó Lake, señalando con un dedo hacia un sitio más al fondo. A través de unas puertas de cristal, se alcanzaba a ver una sala de exhibición a media luz, con algunas piezas como estatuas, vasijas y pinturas. En el propio recibidor había igualmente algunas pinturas adornando las paredes, aunque un poco más discretas, y de seguro menos valiosas—. Pero tiene un pequeño auditorio para conciertos y obras de teatro —prosiguió Lake con su explicación, mientras caminaba hacia un pasillo del lado izquierdo, sin necesidad de que alguno de los asistentes de saco rojo le indicara el camino—. Es más pequeña que el Majestic, pero es muy elegante. Y como son en realidad pocos músicos los que se presentan, el escenario les quedará bien.
—Supongo que aquí no venderán palomitas —musitó Maya con decepción, mientras se dejaba guiar por Lake hacia su destino. Parecía, en efecto, saber exactamente hacia dónde ir—. ¿Cómo sabes todo eso, por cierto? ¿Ya habías estado antes aquí?
—Sí, una vez vine a un recital —le informó Lake con naturalidad.
—Ah… —susurró Maya en voz baja, un poco apenada, sintiendo que quizás debería ya haberlo sabido—. Bueno, para mí es la primera vez aquí en Lybster. Fuera de que es una ciudad más grande que St. Lewrick, que no es decir mucho, no sé qué más hay que ver por aquí.
—Me sorprende que a una artista plástica como tú no le interesara conocer este museo antes.
—Soy del tipo de obras un poco más modernas y alternativas —explicó Maya, encogiéndose de hombros.
—Si tú lo dices. Igual hay bastante más que ver aquí en Lybster, te lo aseguro. En la preparatoria, Jen, las otras, y yo solíamos venir algunos sábados a los centros comerciales; hay más tiendas de ropa que en St. Lewrick, y más actualizadas. Además de que hay una estación de tren que te lleva justo hasta Nueva Scintia en un poco más de una hora; y de ahí puedes seguir derecho, y en unas ocho o nueve horas más ya estás en Ciudad Mirage.
—¿Ahora eres guía de turistas? —cuestionó Maya con todo jocoso, que hizo que las mejillas de Lake se ruborizaran ligeramente.
—No molestes —le reprochó Lake en voz baja.
—Lo siento —se disculpó Maya, riendo un poco divertida por su reacción—. Aunque es interesante lo que me dices, pues no sabía que podías llegar a Ciudad Mirage por tren desde aquí.
—Sí, es relativamente sencillo —susurró Lake por lo bajo—. Termina siendo un viaje de como diez u once horas en total, contando desde St. Lewrick. Pero es más económico que un boleto de avión, y menos cansado que conducir, aunque yo en lo personal prefiero hacerlo. Como sea, es una posibilidad a tomar en cuenta, si alguien quisiera ir a visitarme allá, o algo así…