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LAKE, MAYA Y ANNIE (VIII)
Las dos muchachas se acomodaron una a lado de la otra en el primer sillón que se encontraron una vez salieron del auditorio. Y ahí se quedaron por un buen rato, sin decir nada, y mirando atentamente la pintura colgada en la pared delante de ellas: un barco pesquero luchando contra una tormenta y las intensas olas del mar. Muy apropiado para su situación, aunque en realidad ninguna tenía la cabeza suficiente para apreciar la técnica o el valor artístico de aquella obra.
Lo que Lake y Maya necesitaban era calmar las olas enardecidas de sus cabezas, que habían quedado tras haber cruzado aquella tormenta que las agitó de un lado a otro. Aunque la comparación quizás era bastante injusta. Aquel cuadro reflejaba conmoción, oscuridad, incluso miedo. Pero aquello que había vivido estaba muy alejado de esos sentimientos. En realidad, lo ocurrido en ese auditorio…
—Fue hermoso —soltó Maya de pronto, en cuanto fue capaz de elegir las palabras con las cuales darle forma a sus pensamientos. Y fueron sin lugar a duda las correctas.
Lake asintió lentamente, sin dejar de contemplar al pobre bote.
—Lo fue… Mucho —añadió con voz apagada, casi adormilada.
—No fue como la última vez. Esto…
—Fue más intenso.
Maya asintió. No podía estar más de acuerdo.
Volvieron a quedarse en silencio, ensimismadas. El pasillo estaba solo, y bastante silencioso. Las gruesas paredes del auditorio mantenían aislada la música del concierto que, seguramente, continuaba en esos momentos sin ellas.
Maya soltó un largo suspiro de repente, se frotó la cara con una mano y se inclinó hacia delante, apoyando sus codos contra sus muslos.
—¿Escuchaste lo que la letra decía? —susurró despacio, como si fuera un secreto, y miró hacia Lake de reojo. La pregunta pareció incomodarla un poco, e instintivamente se abrazó a sí misma y miró hacia otro lado.
—No sé si “escuchar” sería la forma correcta de describirlo —explicó Lake—. La sentí… Sentí lo mismo que Annie en cada momento mientras cantaba y tocaba… Sé que suena raro…
—No es nada raro —le interrumpió Maya con seriedad—. Yo sentí exactamente lo mismo…
Aquella afirmación no sorprendió a Lake ni un poco.
—Annie —murmuró Lake despacio, y se giró lentamente de nuevo hacia Maya, y esta lo hizo igual en su dirección. Sus miradas se cruzaron, y ninguna la desvió—. Ella… ella estaba…
No completó su frase; se sintió incapaz de hacerlo. Pero al ver a los ojos de su amiga, supo con claridad que ella había comprendido lo que intentaba decir. Y no solamente eso: pensaba lo mismo.
La casi completa quietud del pasillo fue interrumpida por unos pasos firmes que se aproximaban en su dirección por un lado, resonando en el eco tan característico de los museos. Lake y Maya se giraron en sincronía en la misma dirección, y contemplaron al hombre alto de traje oscuro que se acercaba; el mismo elegante chofer que las había escoltado hasta ese sitio.
—Max, hey… —le saludó Maya, esbozando una media sonrisa.
El hombre alto se paró al lado del sillón en el que estaban sentadas, y contempló fijamente el rostro de ambas.
—¿Se encuentran bien?
—¿Es acaso un rastro de interés lo que detecto en ti? —preguntó Maya con voz juguetona, aunque no tanto como era habitual en ella.
—Estamos bien, solo un poco abrumadas —explicó Lake con actitud más sosegada y clara. Y se le vino de pronto una idea, sabiendo ahora que aquel hombre era también de la misma raza de Annie—. ¿Tú de casualidad también viste… todo eso que pasó ahí dentro? —preguntó con voz insegura, temerosa de que le dijera que no tenía idea de lo que hablaba.
—No de la misma forma en la que ustedes lo experimentaron —respondió Max tras unos segundos—. Eso fue algo privado, solo entre ustedes tres.
—Ya veo —dijo Lake en voz baja, no teniendo muy claro si esa respuesta la tranquilizaba o no.
—Si lo que necesitan es calmarse —indicó Max en ese momento, señalando entonces en dirección al fondo del pasillo—. Subiendo por ese elevador llegan a una terraza en la parte superior del museo que funciona como mirador. Ahí podrán estar más tranquilas. La señorita las verá ahí en cuanto termine.
Maya y Lake se giraron hacia donde Max les señalaba, y notaron que a unos metros, en efecto, se encontraba lo que parecía ser la puerta de un elevador. No había nada que indicara que estuviera cerrado o con el acceso restringido, así que no parecía que hubiera algún problema con subir.
—Gracias —pronunció Lake con una sonrisa, poniéndose de pie—. Creo que nos hace falta un poco de silencio.
—Ya lo creo —secundó Maya, alzándose también del sillón.
Ambas comenzaron a caminar en dirección al elevador, de momento de nuevo en silencio. Max, por su lado, permaneció en su sitio, observando cómo se alejaban, hasta que se perdieron tras las puertas del elevador.
— — — —
El concierto continuó con normalidad en ausencia de Lake y Maya. La joven dama terminó de tocar sus canciones restantes, y tras unas palabras de despedida, pasaron al número final. Los cuatro músicos subieron al escenario y tocaron una melodía en conjunto, que al público simplemente le encantó. Su reacción al término de aquella última interpretación fue más efusiva que la de cualquier otra, incluyendo varios que se pusieron de pie para ovacionarlos.