Annie de las Estrellas

37. VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (VIII)

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VERANO DE HACE DIEZ AÑOS (VIII)

A la mañana siguiente, en cuanto los padres de Maya se fueron al trabajo, Lake se escabulló desde su casa hacia la de su amiga. Cargaba en su mochila un cambio con su ropa más holgada, un par de zapatos, tres pelucas que tenía de los recitales más recientes en los que había participado, una bufanda y lo que pudo tomar del maquillaje de su madre sin que esta se diera cuenta.

Una vez en el sótano de los Stuart, las dos niñas le explicaron juntas a Annie lo mejor posible lo que necesitaban hacer. Ya fuera que el alienígena les entendiera o no, se prestó muy cooperativo, y dejó que entre las dos le pusieran el par de pantalones holgados que Lake había traído, y la chaqueta roja con gorro. Lake le colocó, lo mejor que pudo, la peluca rubia rizada que había usado cuando interpretó un hada, e intentó aplicarle una base de maquillaje sobre su rostro azulado. Luego siguió con algo de rubor en las mejillas, y color en los labios.

Lake no era precisamente una maquillista profesional, pero su madre le había enseñado algunas cosas, en especial cuando ella tenía que maquillar a Lake para alguna presentación. Cuando terminó, se apartó de Annie, y contempló con detenimiento su labor.

—¿Qué tal? ¿Cómo se ve? —preguntó, buscando la opinión de Maya.

Su amiga se aproximó por detrás, y miró sobre el hombro de Lake. Su boca se torció en una mueca.

—Como un extraterrestre con peluca —respondió con antipatía, mientras observaba el rostro de Annie pintarrajeado aquí y allá como si se hubiera revolcado en el lodo, y con los mechones rubios sobre su cabeza que no podrían parecer más falsos de haberlo intentado.

Lake no se tomó nada bien su crítica.

—Bueno, ¿qué quieres que haga? —se quejó con actitud defensiva—. No hay mucho que yo pueda hacer para evitarlo.

—Ponle más maquillaje.

—Es para piel de color humano, pero su piel es azul —recalcó Lake—. Tendríamos que ponerle pintura de casas para poder tapar ese tono.

—Creo que mi padre tiene de esas por aquí… —señaló Maya, disponiéndose de inmediato a rebuscar por el sótano por alguna lata de pintura.

—¡Solo bromeaba! —exclamó Lake en alto para detenerla, y luego suspiró. Miró de reojo hacia Annie, que seguía sentado, mirando a cada una con sus ojos bien abiertos, intentando descifrar qué era lo que ocurría, de seguro —. Sigo pensando que sacarlo es un terrible error —señaló Lake con voz tensa.

—¿Crees que sea mejor dejarlo aquí solo y que se le ocurra salir del sótano y mis padres lo vean? —respondió Maya con dureza.

—No… Pero quizás ninguno de los tres deberíamos salir hoy. Mira, el cielo está nublado; parece que va a llover —mencionó, señalando con su dedo por la pequeña ventanilla del sótano que daba al exterior. El cielo, en efecto, se veía bastante gris.

—Tú solamente no quieres ir porque le tienes miedo a la casa embrujada —comentó Maya con tono juguetón y una sonrisita astuta.

Las mejillas de Lake se encendieron de la pena ante la insinuación.

—No es cierto —murmuró rápidamente, agachando la mirada.

—Ya, solo te estoy molestando —le indicó Maya, riendo un poco—. Mira, que se ponga el gorro de la chaqueta, la bufanda, y vemos qué tal queda.

Con bastante resignación, Lake le colocó a Annie la bufanda alrededor de su rostro y cuello, cubriendo su boca y nariz (o donde creían que estaba su nariz), el gorro rojo de la chaqueta sobre su cabeza, acomodándole el cabello para que parte de él se viera hacia afuera.

—¿Y bien? —cuestionó Lake, de nuevo buscando la opinión de Maya.

La niña morena observó con detenimiento a Annie un rato. Con todo el disfraz completo, solo eran visibles mayoritariamente sus ojos, que seguían siendo bastante incriminatorios, con ese brillo azulado como joyas, y lo que debería ser blanco totalmente negro.

Fue entonces hacia una caja en un rincón, rebuscó por unos segundos, y extrajo de ella unos viejos anteojos de sol para la playa. Se los colocó con cuidado a Annie cuando regresó con él, escondiendo más o menos por completo ese último detalle.

—Si nadie lo ve de cerca, quizás funcione —concluyó Maya, encogiéndose de hombros.

Lake no estaba tan convencida.

—¿Y si alguien pregunta por qué una persona va abrigada en pleno verano?

—Huimos de ahí como si hubiésemos visto un fantasma —bromeó Maya, imitando voz espectral.

—¡Basta! —exclamó Lake en alto, sonrojándose de nuevo.

— — — —

La vieja casa Harlim se encontraba a las afueras del pueblo, por la carretera que llevaba al sur. Estaba algo apartada, pero no lo suficiente como para que dos intrépidas niñas de nueve años no se aventuraran a ir en sus bicicletas. Claro, el peso adicional de tener que llevar a Annie en la parte trasera de la bicicleta de Maya lo volvía un poco más retador, pero no había reto que la niña Stuart no aceptara.

El otro factor a su favor era que no hacía mucho sol ese día, gracias al cielo nublado. Y a pesar de la predicción de lluvia de Lake, aún no caía ninguna gota, aunque eso podía cambiar en cualquier momento.




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