Año Bisiesto

Episodio 1: Cambios.

Darcy.

¿Qué sucedía cuando eras huérfano y cumplías 18 años?

Eras sacado del sistema y motivado a ser independiente. Aunque, tenía cierta lógica, nadie, absolutamente, nadie; adoptaría a un chico de 18 años y el estado no puede ser responsable de ti toda la vida.

Entonces, solo te echaban a la calle esperando que, de alguna manera lograras triunfar en la vida. Lo que, en sus palabras, significaba no terminar en un callejón con las venas pinchadas llenas de drogas o en una esquina ganándote la vida como dama de compañía.

Al principio, como todo niño, tenía esperanza de ser adoptada. Pero, cuando cumplí 12 supe que, eso ya no era posible. Así que, desde ese momento, me comencé a preparar para la llegada de mi turno al: “Es momento de abrir las alas”, “Es tu oportunidad para comerte el mundo”, “Te hemos dado las herramientas para triunfar”.

Todo eran palabras vacías, nadie se quedaba después de cumplir los 18; según las estadísticas, aquellos chicos que no eran adoptados y eran liberados, pocos lograban salir adelante y todos luchaban con el peso de ser rechazados.

Era mejor pararlos frente a un pelotón y fusilarlos, en lugar de enviarlos a la calle sin enseñarles lo difícil que era la vida. Sin dinero o una fuente de ingresos estables, prácticamente, los estaban condenando. Incluso un preso tenía algo llamado “reinserción a la sociedad” una vez cumplía su condena en la cárcel.

Muchos chicos eran consumidos por la pena y terminaban cayendo en vicios a corta edad, esos eran rápidamente olvidados por aquellos que decían protegernos.

Sin embargo, yo estaba decidida a no ser otro número en su estadística, ya había perdido mucho, no iba a perder lo que me quedaba de vida.

Por eso, y sabiendo que, no le importaba a nadie, me mudé a Portland a pocos meses antes de mi cumpleaños.

La idea no solo era inscribirme en el instituto para cursar mi último año, sino establecerme allá, estudiar y optar por una beca en la universidad de arte. Si eso no funcionaba, quizás comprarme una cafetería y dedicarme a reseñar libros.

Algo que, me diera para vivir y estar tranquila.

Inscribirme en el instituto fue fácil, lo que me llevó algo de tiempo fue encontrar un lugar donde quedarme. Nadie, quería a una niña de inquilina.

Después de mucho buscar, encontré un espacio.

Solo tenía una cama plegable, un mesón pegado a la pared, un mini refrigerador y terminaba con una linda ventana sobre la cocinita eléctrica.

El baño quedaba fuera de la habitación y tenía horarios de uso.

Quizás este lugar tenía algunos contras, pero, era un lugar en donde podía dormir, hacer los deberes del colegio y tener privacidad.

Era un enorme cambio, pasar de compartir tu habitación con 8 o 10 niños más, a estar sola.

Sin duda era a ellos a los que iba a extrañar más.

Tamy con sus preguntas nocturnas; Darío siempre se pasaba a mi cama porque tenía pesadillas.

Marcela le tenía miedo a la oscuridad, así que, le abría la ventana para que, la luz de la calle le ayudara a dormir.

Camila no paraba de llorar, solo tenía dos años y no entendía que, sus padres se habían marchado para no regresar nunca más. Con suerte, pronto los olvidaría y tendría una familia nueva.

Miguel siempre estaba pegado a la ventana esperando que sus padres volvieran, tenía solo 10 años y su corazón no aguantaba tanto dolor.

Dejarlos fue doloroso, pero tuve que seguir adelante y enfocarme en mis propios problemas. Aunque, repetirme eso, no me quitaba ese sentimiento de que yo también los había abandonado.

—¡Cumpleaños feliz! Te deseamos a ti, cumpleaños, Darcy, cumpleaños feliz.

No me permitía llorar, pero en ese momento, cuando mi dulce mejor amiga entró al comedor de su casa, sosteniendo un pastel y cantando esa canción de cumpleaños, juntos a sus padres; una lágrima escapó de mis ojos.

Por un segundo, me pregunté si eso se sentía tener una familia.

Pasé las manos por mi cara y limpié todo rastro de debilidad de mis mejillas.

—Gracias, pero no debieron… —hablé y mi voz tembló, pero me aclaré la garganta y sonreí.

—No es nada, eres una gran chica y mereces un día especial —comentó Irene con ternura.

—Además, mereces un día especial —convino mi mejor amiga.

—No pensé que, recordarías mi cumpleaños —expresé con el corazón hinchado de felicidad.

—¿Cómo iba a olvidarlo? —Mila puso el pastel en la mesa y me abrazó—. Eres mi mejor amiga.

Sonreí y apagué las velas.

Sí, por fin era mayor de edad, aunque, en mi caso, eso solo era un número que no me decía nada de mi pasado o de mis padres.

Ser huérfana no era algo que le deseara a nadie, ningún niño merecía crecer lejos de sus padres, ni con personas que solo te veían con un cheque del gobierno.

Mudarme a Portland había sido la mejor decisión que había tomado en mi vida.




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