Año Bisiesto

Episodio 4: Beer Pong

Darcy.

Expulsé el aire de mis pulmones y pasé las manos por mi vestido viendo cómo esa “pequeña reunión” en casa de Jauri, no tenía nada de pequeña y estaba muy lejos de ser una reunión.

—Por Dios, Mila…

—Lo sé, lo sé —me interrumpió mi amiga—, pero estas “reuniones” nunca son pequeñas y jamás lo serán. —Mi amiga se giró, me tomó por los hombros y agregó—: Darcy, eres joven, inteligente y hermosa, permítete hoy disfrutar un poco de la vida.

Asentí como si ella tuviera toda la razón del mundo.

Lo cierto era que, no tenía idea de qué clase de padres tuve, ni las condiciones en la que mi madre biológica pasó su embarazo, así que, por miedo a cometer sus errores, evitaba beber, por temor a convertirme en alcohólica.

Tampoco había estado íntimamente con nadie, por pánico a perder la cabeza por la lujuria. De lo otro ni de cerca, es que ni siquiera era capaz de comprar un cigarro.

No, todo lo que pudiera generar adicciones lo mantenía lo más lejos de mí.

Mila sujetó mi mano y me llevó a la entrada con paso firme; llamar al timbre parecía innecesario, pues la música estaba tan alta que, hacía imposible que te escucharan, además, la puerta estaba abierta de par en par.

Pero, entendí el plan de Mila, cuando Jauri apareció en la puerta.

—Mila, viniste —murmuró perdido en los ojos de mi amiga. Luego me miró y frunció el ceño—. Vaya, no creía que, pudieras estar fuera del colegio o de las bibliotecas.

—Esta noche soy un genio y le concedo 3 deseos a mi mejor amiga —comenté viendo a Mila.

—Entonces, deseo que vayamos por una cerveza —pidió mi amiga sonriendo.

—Yo las llevaré. —Jauri le ofreció el brazo a mi amiga y ella sin dudar se lo tomó.

Realmente, hacían buena pareja; si lograban pasar de la graduación y casarse, seguro tendían hijos hermosos.

El corredor de los Warrios, nos condujo por la casa.

Lo primero que pasamos fue la sala, por muy alta que estuviera la música, no había nadie bailando. Los presentes estaban jugando beer pong, otros bebían cerveza de cabeza y así.

Pasamos por la escalera y tuve el honor de ver a Reed con un vaso rojo en la mano y rodeado de chicas dispuestas a escucharle hablar de sí mismo por horas.

Su mirada se posó en la mía y la sonrisa se borró de su cara, sí, ese era el efecto que ambos causábamos en el otro. Llevé dos dedos a mi frente y lo saludé con bastante sarcasmo.

No era extraño que Reed estuviera en la fiesta, después de todo, él era el capitán del equipo, y el anfitrión uno de sus jugadores más cercanos y mejor amigo.

Entramos a la cocina y Jauri nos destapó una cerveza y la sirvió en los famosos vasitos rojos.

—Chicas están en su casa, en la nevera hay bebidas y arriba están las habitaciones. —Jauri me miró y agregó—. El cuarto al fondo del pasillo es el de mis padres ese no puede ser usado. En fin, iré a ver cómo va todo. ¿Mila, me acompañas?

Mi amiga me vio.

—Ve, yo beberé hasta perder el conocimiento —comenté fingiendo estar a gusto aquí.

—Gracias, te debo una.

Mila y Jauri salieron de la cocina hablando y lanzándose miradas.

Bebí todo el contenido de mi vaso, hice una mueca de desagrado y me serví otro.

Salí de la cocina, realmente, no tenía nada que hacer aquí.

La mayoría de mis compañeros de clase solo me veían en clases y luego yo me iba a trabajar y ellos a hacer sus cosas.

—¿Qué haces aquí? —Reed se cruzó en mi camino y me vio desde su estúpida altura.

—Supongo que, lo mismo que tú. —Traté de rodearlo, pero él no me lo permitió—. Para ser alguien que no deseaba ser vinculado conmigo, era un dolor de cabeza.

—Bueno, este tipo de lugares no son para una chica como tú.

—¿Qué sabes de chicas como yo? —Levanté la cara y lo observé.

—Sé que preferirías estar en tu pequeño mundo leyendo y no aquí —manifestó y la seguridad en sus palabras me irritó.

No tenía idea de que fuese tan predecible.

—Pues, no me conoces en lo absoluto, estoy muy a gusto donde estoy —rebatí terminando mi bebida.

—Si ese es el caso, juguemos beer pong —propuso Reed y la comisura de sus labios se subieron un poco, no era una sonrisa como tal, pero sí el indicio de una.

Sin darme oportunidad a responder, el mariscal de campo, sujetó mi mano y me llevó a la mesa donde los vasitos rojos y la pelota de ping-pong eran los protagonistas.

—¿Van a jugar? —preguntó Luque el defensa del grupo.

—Sí, ese es el plan. —Reed me soltó la mano y me colocó en un extremo de la mesa—. ¿Me prestan un par de minutos la mesa?

Todos comenzaron a silbar; aplaudían con emoción y otro del grupo llevó sus manos a la boca y anunció que Reed y yo íbamos a jugar beer pong.




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