Año Bisiesto

Episodio 7: Obra de caridad.

Darcy.

Varios días después…

El tiempo siguió su curso y por suerte no hubo más encuentro extraño con Reed.

Con cada día que pasaba, mi amistad con Mila se fortalecía más, caso contrario pasaba con su mellizo, con cada día nos odiábamos más.

Sabiamente, Reed había decidido mantenerse alejado de mí; por mi parte, había evitado ir a su casa, aunque, también fuese la casa de mi amiga.

Sin embargo, por mucho que me negué, Irene me había insistido tanto en venir a la cena navideña que, no encontré una manera educada de negarme. Principalmente, porque ellos sabían que, yo era huérfana.

Así que, tuve que, comprar un vestido y asistir a la dichosa cena familiar.

Por un lado, me agradaba ser parte de una familia, se sentía bien. Por otro, me daba algo de nervios pertenecer a un lugar, pues, no quería decepcionar a las personas que creían en mí.

Hice un ejercicio de respiración.

Había llegado en taxi para no dañar mi ropa, maquillaje o peinado, pero la cantidad de autos en la entrada de la casa de los Cash, me había puesto más nerviosa de lo que ya estaba.

Levanté mi mano y sin pensarlo más, toqué dos veces.

Crucé los dedos deseando que no me hubieran escuchado para así poder dar la vuelta y marcharme. Por desgracia escuché pasos y sonreí ampliamente, como si estuviera feliz de haber venido y no de haberme quedado en casa con un pijama y muchos libros.

La puerta se abrió, pero la sonrisa se borró de mis labios al ver al cretino de Reed.

Me crucé de brazos esperando algún comentario antipático de su parte, pero él solo me observó con tal intensidad que me sonrojé.

—Solo eres tú. —Fue todo lo que salió de su boca—. Ojalá no hubieras venido.

Expulsé el aire que mis pulmones retenían y entré a la casa.

Dejé mi abrigo en el perchero y miré a Reed, que por alguna razón no se iba a otro lado.

—No era necesario abrir tu sucia boca —declaré mordaz, apreté mis puños tratando de ignorar ese sentimiento de decepción que se formaba en mi pecho.

Maldije en mi cabeza percatándome de que esperaba que Reed dijera otra cosa.

Llegué a la sala y me quedé de piedra al ver la casa llena de personas.

No de personas ordinarias, no, parecía que, toda la clase alta de Portland se hubiera reunido en casa de los Cash.

Mi corazón retumbó en mi pecho sabiendo que, todas las miradas estaban puestas en mí.

—Oh, llegó nuestra invitada de honor. —Me recibió Irene con una sonrisa amigable.

Algunos de los invitados me dieron las buenas noches; otras solo me saludaron sin mucho interés.

—Darcy, mi hermana te busca. —Reed me sujetó del brazo y me sacó de la sala de mala gana, pegó su cuerpo al mío y susurró—. Deberías largarte.

Me solté de su agarre y me giré:

—¿Dónde quedaron tus modales? —Sonreí notando que, con tacones, quedaba un poco más cerca de sus labios, no, no, de su cara—. Hasta una huérfana tiene más etiqueta que el famosísimo quarterback.

—No digas que no te lo advertí. —En sus ojos podía ver que estaba molesto, pero no parecía conmigo.

¿Entonces por qué lo estaba? Tampoco era que lo conociera mucho para saber eso, era solo la sensación que me daba.

—¿Dónde está Mila? —Cambié de tema.

Reed me atravesó con su mirada, apretó su mandíbula, tomó mi mano y me condujo al patio.

Me solté de su agarre y lo confronté:

»No era necesario que me trajeras. En serio, Reed, medícate. —Me giré y fui con Mila que estaba sentada al fondo del patio.

Ella al verme su cara se iluminó y corrió a mi encuentro.

—Llegaste. —Sus brazos me rodearon y me apretaron con fuerza.

—Pensé que, sería algo íntimo —susurré viendo que en el patio también había personas pululando.

—Esa era la idea, pero mamá perdió la cabeza e invitó a toda la familia y a algunos vecinos. —Mila me miró—. ¡Qué guapa estás!

—Me siento un bicho raro —confesé subiendo de nuevo la tira que se empeñaba en caer de mi hombro.

—Me lo imagino y con toda esta gente, debes sentirte incómoda.

—Un poco, pero vine a hacerte compañía —aseguré sonriendo.

—¿Quieres algo de tomar?

—Agua, muero de sed.

Mila enredó su brazo en el mío y entramos de nuevo en la casa.

—Nunca he entendido qué tanto pueden hablar los adultos —comentó Mila tomando dos vasos.

—La mayoría solo se reúnen para presumir sus logros —afirmé sonriendo—. Algunos hablan de sus hijos y lo inteligentes que son; otros de sus negocios y los éxitos alcanzados.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó Mila pasándome un vaso lleno de agua.




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