Anomia: pequeñas asesinas

Capítulo 15- Insania

El viento fresco pegaba en la cara de Elizabeth, quien contemplaba el inmaculado paisaje a través de la ventana. Sus ojos azules con reflejos morados se mantenían quietos en un punto en la nada. 

Se dejó caer de rodillas al suelo jadeando, puso una mano en su pecho tratando de tranquilizarse. Alzó la cabeza y gritó con desesperación, se levantó con brusquedad tomando lo primero que su mano encontró (un libro de cuentos infantiles) y lo lanzó con fuerza.

El libro chocó contra su gran espejo de cuerpo completo en frente de ella, el cual se rompió con un horrible ruido. Jadeo nuevamente y puso las manos en su cabeza como si tratara de arrancarse los cabellos de raíz.

—¿Te encuentras bien?—pregunto una voz tras la puerta. Elizabeth se tranquilizo un poco respirando profundamente y haciendo un sonido de afirmación—. Tu padre quiere hablar contigo. Toma el teléfono.

Respiro y exhalo tres veces con calma y sin prisa. Se puso los lentes de contacto, que ocultaban su verdadero color de ojos y fue hasta la puerta encontrándose con su tía, quien sostenía el teléfono y la miraba con una ceja enarcada.

Su tía era muy parecida a su madre, de hecho eran mellizas, y también era parecida a la propia Elizabeth. Su cabello rizado del mismo color que el suyo caía sobre su espalda hasta casi llegar a la cadera, sus rasgos eran finos y delicados, sus ojos color ámbar brillaban con intensidad, un precioso color de ojos que ella estaría gustosa de arrancar. Muy atractiva para alguien de su edad.

—Liz, hija mía, ¿como te encuentras?—dijo la voz preocupada de su padre por el otro lado del teléfono cuando lo tomó y su tía se fue.

"Liz" un recorte de su nombre que su padre utilizaba al referirse a ella.

—Muy bien, papá. ¿Cuando vendrás con nosotros?.

—Pues... Lo siento, las cosas no están muy bien por aquí. La familia de tu madre aún necesitan que esté aquí.

—Madrastra—lo corrigió de inmediato—. Era mi madrastra, no mi madre.

Hubo un momento de silencio. Aquella mujer nunca significó nada para ella más que un estorbo, por eso la mato.

—Por supuesto, querida. Tu madrastra—repitió—. ¿Has estado tomando tu medicina?

—Sin falta—murmuró desviando la mirada.

Era verdad, pero el fantasma de su madre muerta había regresado en cuanto llegaron al pueblo. Ahora estaba más agresiva y llena de sed de sangre.

Su padre le preguntó varias cosas, pero una de ellas fue la que arruinó todo:

—¿Como sigues respecto a tu madre? ¿Sigues pensando en ella constantemente?—preguntó su padre.

La madre de Elizabeth había muerto cuando ella era una niña, apenas podía vislumbrar su rostro en sus recuerdos. Pero sabía como era, tenía fotos y más cosas para ver que tenían un gran parecido ellas dos. En especial el color de ojos tan peculiar que compartían, eso era lo que la unía a su madre, ni siquiera su hermano tenía ese color de ojos.

Al ver sus propios ojos, Elizabeth no podía pensar en otra cosa más que en su madre. Eso si lo recordaba. Recordaba aquellos grandes ojos iguales a los suyos viéndola atentamente, aquellos ojos descritos tantas veces en los periódicos o en las noticias. Aquellos ojos tan hermosos y letales.

—¿Por que no debería?—preguntó—. Es mi madre, puedo pensar en ella las veces que quiera.

El hombre suspiro al otro lado del teléfono.

—Querida, lo sé. Era tu madre, pero tienes que entender que no era una buena persona. Pensar en ella solo te daña y contamina tu alma—le dijo.

Elizabeth empezó a jadear poniendo una mano en su pecho. Era cierto, no era una buena persona, hacía daño a mucha gente, y aun muerta quería seguir viendo más sangre correr.

Si Elizabeth sabía eso, ¿entonces por que se dejaba controlar?

—Ella está aquí, te oirá—susurro.

—Hija, solo quiero...

—¡Cállate!—grito con furia interrumpiéndolo.

Colgó el teléfono y estrelló este mismo contra el suelo y lo piso varias veces provocando que se rompiera.

Tenía lágrimas en los ojos, sin darse cuenta empezó a llorar, ¿por que se sentía así?. Se cubrió la cara con las manos sollozando en silencio.

—Hermana...

Alzó la cabeza rápidamente viendo a su hermano menor, Max, en el umbral de la puerta viéndola con el ceño fruncido. Ambos se vieron unos momentos antes de que Elizabeth rompiera en llanto otra vez.

Sin esperar una invitación, Max entró en la habitación y abrazó a su hermana, abrazó que fue correspondido. A pesar de tratarlo tan mal y a pesar de que sabía que su hermano le tenía miedo, el se encontraba ahí: consolándola, aún sin saber el motivo de su llanto el cual ni siquiera ella sabía.

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El pincel se deslizó por el lienzo con suavidad, el color azul quedó impregnado. Julieta limpio el pincel y tomó otro color.



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En el texto hay: asesinatos, muerte y sangre, jovenes asesinos

Editado: 22.07.2020

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