Anomia: pequeñas asesinas

Capítulo 46- La realidad no es real

Dos años después.

Actualidad. 

 

Sabía que algo iba mal, pero ahora era tarde para todo. La mujer pensaba que hubiera podido salvar a todos aquellas personas asesinadas si tan solo hubiera compartido sus pensamientos.

Nunca sospecho de Doll, solo de Elizabeth debido a su apodo. ¿Como hubiera podido sospechar de Doll? Era tan amable y dulce, siempre tenía una sonrisa en la cara y era muy cordial, ademas era inteligente y muy perceptiva.

La conocía desde que era una niña pequeña, sabía que había tenido problemas por leer libros inadecuados para su edad, pero cambió. Se había reformado y se había convertido en una niña normal. O al menos eso les hizo creer a todos.

Tenía tantos arrepentimientos, no podía dormir por las noches al pensar en las tantas posibilidades que hubiera podido hacer. En los niños que pudo haber salvado.

El pitido de un carro la sacó de sus pensamientos. La señorita Bouza sacudió su cabeza para librarse de aquellos pensamientos. Siguió caminando y tomó de la mano al niño a su lado. Caminaba con el hermano menor de "Elizabeth".

Se encontró al pequeño de camino al hospital, se le hizo raro ver a un niño solo en la calle así que se había acercado a él para preguntarle que hacía en la calle.

—Voy al hospital—había dicho el niño.

—Que coincidencia, yo también—había informado—. ¿Algún pariente?

Era verdad. Había salido de su casa solo con ese propósito: ver a su alumna.

—Voy a visitar a... Elizabeth.

—¡Oh! ¿Eres su hermano, verdad? Te pareces a ella.

Y así, ambos continuaron su camino al hospital.

El niño llevaba varios papeles en mano donde dibujos hechos con crayola podían apreciarse. Era extraño, ambos compartían la misma sangre y aún así, eran muy diferentes en la personalidad. O al menos su hermano no había asesinado a nadie.

Nunca había conocido al niño antes pero le parecía curioso que pese a ser el hermano menor, parecía tener casi la misma altura que su hermana mayor.

Trago saliva al pensar sobre su alumna. La señorita Bouza no sabía como actuar cuando viera a Liz. Había sufrido un accidente cerebrovascular debido a que un vaso sanguíneo del cerebro se rompió por un fuerte golpe ocurrido el día en que fue apresada.

Su alumna no podía mover la cara ni la mitad de su cuerpo derecho, lo único que podía mover era su pierna izquierda pues su brazo derecho estaba roto debido al accidente. Estaba destrozada, estaba rota tanto mental como físicamente.

Miro de reojo al niño. Debía ser difícil su situación, no se podía imaginar cómo estaría el padre de ambos niños. Primero su esposa, luego su segunda esposa y el bebé que tuvo con ella. Su familia había sufrido mucho.

Cuando llegaron a la habitación, tras haber subido las largas escaleras del hospital, su corazón se partió al ver a la niña tendida en la cama, inmóvil y con los ojos viendo al vacío. Su pie izquierdo tenía unas esposas conectadas con la cama lo cual le pareció innecesario debido a su condición.

—Elizabeth—murmuró Max acercándose a la cama—. Te he traído unos dibujos.

¿Incluso su hermano la llamaba así? Ella no estaba en posición de reclamarle nada. Max puso los dibujos sobre la cama y se los mostró.

—Liz... ¿Por que terminaste así?—murmuró la señorita Bouza acercándose—. Yo... En verdad lo siento, si hubiera sabido lo que pasaba, yo...

Las palabras no salieron de su boca. Un nudo en su garganta le impidió hablar. El rostro de la niña estaba pálido y sus ojos cristalizados y rojos, ¿estaba llorando?

Max se paseo por la habitación observando y analizando todo. El niño parecía enfermo, su piel estaba pálida y se podían notar grandes ojeras bajo sus ojos, su cabello era cubierto por un gorro de lana color azul cielo y la parte inferior de su cara poseía un tapabocas color negro.

Una enfermera pasó a decirles que el horario de visitas había acabado. Ambos salieron fuera del hospital. La mujer vio al niño de reojo, este no lucia tan consternado como ella se imaginaba. Era un niño fuerte.

—Maximiliano...

—Max—corrigió—. Me gusta que me llamen así.

—Max—rectificó—. Si necesitas a alguien con quien hablar, llámame.

Escribió su número en un pedazo de papel antes de dárselo al pequeño. Este lo tomó y la vio, ella suponía que estaba sonriendo.

—Gracias—murmuró con voz ronca.

—Te acompañó a tu casa—sugirió la maestra sonriendo.

—Muchas gracias, pero puedo ir por mi cuenta—indicó el niño.

—En verdad... Lamento mucho lo de tu hermana. Se que es difícil pasar por esto después de todo lo que le a pasado a tu familia.

—Está bien—murmuro, aguardo un momento de silencio antes de agregar—: se lo merecía.

La maestra lo vio sorprendida.

—¿Que?—fue lo único que pudo decir.

—Debo irme, gracias por acompañarme.

El niño dio media vuelta y se retiró sin decir nada más. La noche había caído y aún así, lo dejó ir solo al tener un mal presentimiento. Sabía que estaba mal dejarlo irse por su cuenta, pero algo en su tono de voz le indicó peligro.

La señorita Bouza se fue por el lado contrario. Si creía que se lo merecía, ¿por que fue al hospital a visitarla?

Debía doblar la esquina para llegar a su casa pero se detuvo cuando vio mucha gente cerca del municipio del pueblo. Se intrigó al ver varias luces que destellaban y llamaban la atención en la oscuridad de la noche.

Se acercó viendo un altar hecho de flores de cempasúchil, rosas, lirios, azucenas y otros tipos de flores. En el altar también se encontraban diferentes tipos de comida: dulces, pastel, pizza y postres.

Adornados con listones negros, se encontraban varios marcos con fotografías de niños. En el suelo, se encontraban varias veladoras encendidas.

—¿Que pasa?—preguntó la mujer curiosa.



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En el texto hay: asesinatos, muerte y sangre, jovenes asesinos

Editado: 22.07.2020

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