La verdad era que ni siquiera yo misma comprendía como empezó todo, solo sé que en un impulso bastante alocado decidí que ya era sufienciente de mantener la guardia baja ante las injusticias del South College.
— ¡Es que me parece inaudito! — Exclamé encolerizada. Maggie, mi mejor amiga, no hacía más que asentir de acuerdo mientras recorriamos a paso veloz los pasillos del instituto.
Podía notar que la rabia también la consumía a ella por la manera en que apretaba los libros contra su pecho, y que además su tez blanca ya se había decorado con manchas rosadas en sus mejillas. Incluso se había recojido su cabello rojizo en una coleta. Y ella solo hacía eso cuando estaba enojada.
— Concuerdo contigo — Mencionó, a la par que se acomodaba los anteojos en el puente de su nariz. — Es totalmente injusto que nos invaliden el proyecto solo por un pequeño error, después de seis meses de un arduo trabajo. Y que a los hermanos de pacotilla les hayan dado más de mil oportunidades.
Y como si los hubiésemos invocado, en el pasillo principal se comenzaron a escuchar sus características risas, esas por las que la mayoría de la población femenina se derretía. Los hermanos Loodweed eran sinónimo de perfección según todas, eran mellizos y distaban bastante de ser unos idiotas, sus personalidades sociables les permitía escalar en el rango de su popularidad.
Bueno... Uno más agradable que otro.
Diego y Thiago Loodweed; tan iguales y distintos al mismo tiempo. Podían tener gran parecido en aspecto físico, pero en cuanto a personalidad se veían claras diferencias. Mientras que Thiago era un chico romántico por naturaleza y bastante centrado a la hora de tomar decisiones, Diego era más un alma libre, sin sentirse en la necesidad de embarcarse en alguna relación para sentirse completo. Y con esto no digo que era un mujeriego, no. Solo digo que era bastante selectivo con sus intereses "amorosos".
Pero ambos muy educados, eso sí.
Principalmente por apariencias por supuesto, pues al ser hijos de los dueños y rectores del instituto debían dejar un buen ejemplo, supuestamente. Y ahí era donde estaba el maollo del asunto.
— Es realmente injusto que les den favoritismo por ser hijos de los rectores. — Mi queja la hice en voz baja, asegurándome que nadie más que Maggie lograra escuchar.
— Y con ello también su séquito de estúpidos — Continuó ella.
Porqué sí. Nunca podía faltar ese grupito de amigos que los siguieran por todos lados como perros falderos, esos que también eran hijos de personas influyentes y que hacían millonarias contribuciones al instituto.
— Me parece completamente injusto que unos chicos con billetes y un par de neuronas tengan mayor promedio que nosotras que sí que nos hemos esforzado bastante.
Ya lo había mencionado antes, los hermanos no eran ningunos idiotas. Ellos sí que sabían como usar su perfilada sonrisa para manipular, y con ello sacar provecho de las ventajas que les dejaba ser hijos de los dueños.
Sus risas fueron escuchandose más a medida que se acercaban, ni siquiera nos habían visto, por eso decidimos detener nuestro paso y hacernos a un lado, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar que mi amiga tropezara con un cabecilla del grupo.
— Lo lamento — Ese fue Thiago quien habló. Fue lo suficiente caballero para disculparse, pero no lo fue para ayudar a mi amiga con todos sus libros en el piso.
Sintiendo la rabia bullir en mi interior me agaché junto a ella, tomando los libros de uno en uno y ayudando a mi amiga a ponerse de pie. Estaba habiendo lo propio, casi yendonos de nuevo, cuando fue que lo escuché.
— Deberían irse a clase, si no quieren estar en problemas — Su voz ronca me hizo detenerme a medio paso, y con eso girar hasta mirar atenta a los ojos de Diego.
— ¿Y quien eres tú para decirnos que hacer? — Con altanería le dije. No se esperaba mi respuesta, ninguno lo hacía de hecho, incluyéndome.
La realidad era que me consideraba una persona bastante pasifica, al igual que mi amiga, prefería alejarme de cualquier tipo de problema o alguna situación parecida. Sin embargo, habían ocasiones como esas en las que no podía quedarme callada.
— ¿Perdón? — Fue todo lo que él respondió, con toda la altivez del mundo, como si hubiese sido una falta de respeto de mi parte. Se aseguró de no abandonar ni un solo segundo mi mirada. — Yo solo estoy dandoles un consejo, no tienes que ser tan grosera.
Iba a responderle, por supuesto que sí, le diría que los groseros eran ellos por creerse los reyes del mundo solo por el dinero y poder de sus padres. No obstante la sonrisa burlona que me envió me advirtió que cerrara la boca, y mucho más cuando lo noté alzar la mano, haciendo señas a alguien a mis espaldas.
Tragué duro.
— Era un simple consejo. Pero creo que debes aprender modales y dejar de ser tan grosera.
— Ya vámonos Diego... — El gesto cansado y aburrido de su hermano, no le borró la mueca divertida de su cara. Y fue cuando vi a un profesor acercarse que descubrí lo que pretendía.
— Profesor Frederick, un gusto verlo. — Falsa educación, rodé los ojos en mi interior. — Verá, nosotros estábamos tranquilamente dirigiendonos a la cancha para el entrenamiento, cuando encontramos a estas chicas intentando fugarse. Creo que no es algo correcto, debería hacer algo al respecto.
Mi rostro se contrajo con indignación por su mentira. ¿Y este quien rayos se creía?
— ¡¿Qué?! ¡Eso no es cierto! — Exclamó por su lado Maggie.
— Oh, por favor chicas. No intenten negarlo. Yo mismo las escuché cuando planeaban escapar por las puertas traseras de la cafetería.
Negué con mi cabeza reiteradas veces, alarmada y con completa indignación. ¡Ni siquiera sabía que la cafetería tuviera puertas traseras! Mis negaciones pronto se convirtieron en balbuceos, sin saber como defenderme de su blasfemia, era obvio que tenía las de perder ante él, principalmente porque ante los ojos de los profesores y de todos los demás, esos eran chicos perfectos. Y con clara preferencias ante ellos que no se preocupaban ni en ocultar.