Another Cinderella

Capítulo VII

Alice Arlelt se fue a dormir con incertidumbre; y con incertidumbre se despertó al día siguiente. En cuanto puso un pie fuera de la enorme cama en donde descansaba supo que aquel día sería por lo menos peculiar, las sospechas aumentaron cuando Iris y Melody entraron a su habitación de un humor bastante alegre. No es que desempeñaran su trabajo con ánimo apagado o rostro de amargura, pero era evidente que algo había cambiado. Ella no podía comprobarlo, pero intuía que la visita del príncipe la noche anterior tenía algo que ver.

Entonces, el recuerdo del príncipe hablándole amablemente, acariciando su cabello y alabándola por su desempeño el día anterior le puso los pelos de punta. Sí, ella estaba convencida completamente que aquella escena era ficticia; pero una parte de ella, tan solo una muy pequeña la cual jamás diría, hubiera querido que aquellos tratos fueran por lo menos sinceros. Y es que, a pesar de llevar ya algunos días en aquella condición, alejada de su familia, amigos y de –aunque le costara admitirlo– Nathaniel, aún no lograba acostumbrase a ese grado de soledad.

Sobre el último punto pensaba continuamente. En su discusión, en las cosas que su madre dijo, en la reacción que él tuvo ante ellas… Él sabía que su madre siempre hacía lo posible por rebajarle, por decirle que no era nada al lado de su hija, pero Alice se había encargado de demostrarle con palabras y acciones que estaba totalmente equivocada. Aún así, no lograba comprender cómo es que el rubio había tomado tan enserio aquella declaración, lastimándola como jamás lo habría hecho. Aunque sentía que, en parte, tenía la culpa, por aceptar el trato con el príncipe y todo lo que ello conllevaba. Ahora se sentía prisionera de él, estando atrapada en aquel lugar sin nadie con quien conversar y eso de alguna manera hacían sus días un poco sombríos, como todo lo que veía en aquel enorme palacio.

Pero cuando estaba pensando en seguir insistiendo en trabar amistad con Iris y Melody, su plan fue interrumpido por tres golpes que se escucharon por sobre la puerta. Sin dudarlo, la castaña atendió, revelando así a una persona que Alice jamás había visto en su vida. Era un joven, un poco mayor que el príncipe tanto en edad como en estatura, con el cabello negro y mirada perdida. Entre sus brazos cargaba un bulto de telas –el vestido que Alice usaría ese día–, y sin decir una palabra lo entregó a la chica para retirarse posteriormente.

De lo más extraño, pensó la chica de cabello negro.

Una vez que las preparaciones terminaron, le permitieron verse al espejo. Alice no se podía acostumbrar a usar diariamente esos pomposos vestidos, con joyas que jamás se permitiría comprar en toda su vida, ni verse tan bonita con los delicados colores que adornaban su rostro. Sin embargo, la imagen que vio en el reflejo simplemente le sorprendió. El vestido ese día era muy diferente a lo ostentoso que siempre le obligaban a utilizar. La elegancia y sencillez nunca se habían combinado tan perfectamente con ese atuendo. La tela de un rojo brillante con bordados color negro se ajustaba hasta la cintura, donde cientos de cuentas del mismo color adornaban y de allí caía libremente rozando sus tobillos, mientras que sus hombros estaban cubiertos únicamente por una pequeña manga que le daba total frescura para ese día soleado. Era, sin duda, el vestido que más le había gustado hasta el momento.

Alice había confeccionado ropa para muchas personas en su distrito, pero sus trabajos jamás llegarían a ser tan hermosos como aquellas prendas, y aunque no sabía quién era la persona que cada día le enviaba un vestido diferente, le hubiese gustado conocerle y hacerle un montón de preguntas. Así cuando su vida regresara a la normalidad podría confeccionar ropa mucho más bonita, tener muchos clientes y con ello ganar más dinero para ella, su madre, y –si aún seguí en pie– la vida futura que tanto había soñado con Nath.

Sin embargo, por el momento tendría que seguir conformándose con analizar los vestidos, y preguntarse a sí misma cómo se podía unir una tela con otra de manera tan perfecta, o como podía dibujar hermosas rosas con tan solo un hilo. Por el momento no sería la chica costurera del tercer distrito y jugaría a ser, una vez más, la prometida del futuro rey de Amoris; y el collar que adornaba su cuello era prueba suficiente para que dejara de soñar con el futuro.

—Los colores combinan perfectamente con su collar, señorita —señaló Melody con una gran sonrisa en su rostro mientras que Iris, a su lado, asentía en las mismas condiciones. Alice, sorprendida, dejó abruptamente sus pensamientos a un lado para concentrarse en el milagro que acababa de suceder. Era la primera vez que las chicas le dirigían la palabra para algo que no fuera La cena/baño/ropa está lista. Melody creyó haber cometido un error al ver la expresión de la chica de ojos verdes e inmediatamente bajó la mirada—. Oh, disculpe por mi impertinencia.

—¡No! —gritó un tanto emocionada, asustándolas aún más. Desde el principio había tratado de entablar una conversación, por más trivial que fuese, con ese par de chicas. Pero su reacción transmitía todo lo contrario a lo que de verdad quería expresar—. Quiero decir, no hay necesidad, al contrario, yo…

Y antes de que pudiera retomar el inicio de esa conversación, el consejero real llamó a la puerta.

—Señorita Arlelt, sígame por favor.

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Alice tragó saliva, aunque se suponía que no necesitaba estar nerviosa. Caminaba tres pasos tras el consejero real, a quien podía seguir perfectamente al no tener su ritmo de caminar tan deprisa como el del príncipe Castiel. Es más, le permitía contemplar un poco más el gran palacio real quedando deslumbrada, como siempre, por la majestuosidad del mismo.

Por los pasillos se encontraban con infinidad de guardias y lacayos, que se detenían a su paso, y hacían una breve reverencia antes de seguir con su labor. Y si había algo que reprender, Lysandre se los señalaba con claridad, lo que hacía que acataran la orden inmediatamente. Alice pensó, entonces, que el trabajo del consejero era tan importante como el de la misma familia real. Esa teoría había comenzado debido a que el Capitán Armin ignoraba las órdenes del príncipe, pero no decía ni una sola palabra cuando hablaba Lysandre. De esa manera, tratando de entender la razón de tal falta de respeto, no se dio cuenta que ya habían salido a los patios del palacio hasta que casi choca con la espalda del consejero quien se había detenido.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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