Another Cinderella

Capítulo IX

Alice entró en la primer tienda que Alexy le sugirió, y el resultado fue bastante extraño.

En su distrito la zona comercial no existía como en los otros, con sus calles llenas de escaparates y tiendas especializadas. Era más bien mercadillos que se establecían los fines de semana, y otros días al azar, en diferentes callejones. Se componía principalmente de vendedores ambulantes que tenían la esperanza de comerciar con sus productos exhibidos muchas veces en el piso sobre una manta roída o alguna mesa vieja. Los artículos variaban desde infinidad de alimentos, hasta espadas, además de animales.

Alice, gracias al oficio heredado por su madre, solía fabricar prendas de vestir sencillas. Muchas veces obtenía algunos alimentos a cambio de ellas.

Nadie conocía de perfumes, polvos para maquillar, ni bolsos elegantes. Y si alguien quería conseguir cosas semejantes, tenía que recurrir a Louise, dueño del único bazar establecido, que resultaban estar en precios exorbitantes.

Pero a diferencia del pequeño bazar de su distrito, la tienda en la que entró era, unas diez veces más grande. La decoración era muy similar a algunas salas del Palacio Real, con grandes muebles de madera en donde exhibían los artículos, cuadros con pinturas repartidos en las paredes y candelabros extravagantes iluminando el lugar.

Alice miró de izquierda a derecha y la duda le asaltó de repente, ¡había tanto que ver! No sabía por dónde comenzar a buscar un regalo que, en palabras del príncipe, estuviera a la altura. Algo que una verdadera princesa daría.

El problema era que ella no era una verdadera princesa, y jamás lo sería. No conocía a una y lo más cercano que tenía era a la Reina. Pero debido a que esta quería acelerar los planes de un inexistente compromiso lo más pronto posible, lo más prudente era no acercársele por el momento. No estaba con ánimos de pensar en una boda que nunca se efectuaría. Y la única boda que realmente quería que se celebrase tampoco se realizaría.

No debería pensar más en aquello. Hacerlo implicaba una serie de sentimientos negativos que no le hacían pensar con claridad. Lo había notado desde el primer momento que había llegado al Palacio. Pensar en Nathaniel (en él, en lo que hizo) sólo hacía que le doliera el corazón. La desestabilizaba.

Suspiró. Por el momento lo mejor era concentrarse en el regalo.

Alexy había prometido ayudarle, pero dicha promesa pronto quedó en el olvido: en cuanto entró inmediatamente fue rodeado por varias empleadas del lugar, saludándole como amigos de toda la vida y mostrándole los artículos novedosos, y él, siendo una especie de comprador compulsivo como bien le había dicho, no ignoró la atenciones.

Así la chica de ojos azules quedó olvidada completamente. O casi completamente, pues no había dado ni dos pasos cuando una mujer, evidentemente más grande de edad que las chicas que eran empleadas del lugar, la interceptó.

—¿Necesitas algo? —la mujer preguntó con una actitud un poco más fría de la necesaria, sin dejar de ver las vestimentas de Alice que no encajaban en ese lugar.

—Oh —contestó, un poco desconcertada por el tono de voz—. Solo estoy buscando un regalo.

La mujer soltó una risita y comenzó a hablarle con dulzura, pero eran palabras que estaban completamente bañadas en sarcasmo

—Niña, pierdes tu tiempo aquí. No creo que encuentres algo que puedas pagar. La maison d'Amélie es el establecimiento comercial más grande de todo Amoris. Mis clientes suelen ser los miembros de la Corte Real, y ¿crees que tu dinero puede pagar siquiera un mísero botón de la prenda más pequeña que hay en este lugar?

Alice había tratado con personas así. Incluso en el Tercer Distrito existían personas que afirmaban que sus posesiones, talentos o habilidades las hacían mejores que otras. Los Lowell, por ejemplo. El padre siempre se jactaba de tener muchos clientes del Primer y Segundo Distrito. Madre e hija alardeaban de su belleza física. Aún así, ninguna de estas cosas convenció a la madre de Alice de aceptar a Nathaniel como un buen partido para ella.

Nath. De nuevo se colaba en sus pensamientos. Sacudió la cabeza para alejarlos, y sonrió a la mujer.

—Créame, señora, que eso no es un problema—su respuesta tan solo empeoró la actitud de la mujer, quién frunció el entrecejo y comenzó a elevar su volumen de voz.

—¿Vienes a alardear de tu dinero, mocosa? ¿Cómo lo conseguiste?

La última pregunta tomó por sorpresa a Alice.

—No lo robé, si a eso se refiere —dijo ya sin sonrisa en el rostro.

—No es la única forma de conseguir dinero fácil— le reprochó, cruzando los brazos.

Alice apretó los puños sobre su falda. El corazón comenzó a latirle demasiado rápido. Era una sensación asfixiante. No como cuando se ponía el collar que el Príncipe Castiel le había obligado a usar, ni cuando su madre comenzaba a atosigarle con encontrar un hombre rico con el cual casarse y sacarlas de la miseria.

No, Alice simplemente quedó paralizada, porque una extraña había insinuado lo peor de ella.

Se le vinieron a la mente unas palabras de Nathaniel, unas que estaba tratando de olvidar, fallando estrepitosamente. Las mismas que le dijo la última noche que le vio. «Preferiste el dinero antes de los sentimientos. Te reíste de mi, a mis espaldas; mientras pasabas la noche en la comodidad de la alcoba del príncipe».

¿Es que todos tenían el derecho de creer que suposiciones eran la única verdad absoluta? ¿Todos podían juzgar cada una de sus acciones? La primera ocasión había culpado al príncipe Castiel por haberla obligado a hacer algo que se podía malinterpretar. Lo hizo. Lo culpó y le guardó bastante resentimiento, hasta que comprendió que era un ser humano que también se metía en apuros y que solía salir de ellos de maneras muy cuestionables. Pero humano a fin de cuentas, igual que ella. Ahora había sido su decisión para ayudar a alguien con problemas. Algo que haría un amigo.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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