Another Cinderella

Capítulo XII

Las calles del Primer Distrito estaban desiertas. El silencio se interrumpía de vez en cuando por algún animal hurgando entre la basura en busca de alimento. La llama de algunos faroles luchaban por no extinguirse, y algunas más ya lo habían hecho pero nadie se percataba de ello. A fin de cuentas, a esas horas de la madrugada la mayoría de las personas dormían plácidamente en la comodidad de sus mansiones, ignorando el frío que ya se comenzaba a sentir. Se pronosticaba un invierno crudo, algo poco común en un lugar como Amoris.

Aún con toda esa quietud, para él, la vida en ese lugar apenas comenzaba.

De algún modo Armin Krieger había logrado asistir a la fiesta de Charlotte Leclair –en contra de su voluntad–, enviar información al palacio sobre el desempeño de la princesa y pasar desapercibido. Su excelente trabajo sería recompensado con un día libre de sus deberes en la Guardia Imperial y lo más lógico era regresar y descansar todo el tiempo que pudiera. Pero por alguna razón, el sueño huyó de él.

No le agradaba la idea de pasar más tiempo del necesario en el Primer Distrito y, contradictoriamente, tampoco quería abandonar el lugar.

Detuvo su caminata en un puente de piedra cuyo riachuelo estaba casi seco. Con la mirada siguió el curso del agua hasta donde la iluminación permitía y no se detuvo ahí: Siguió la ruta en su mente, hasta llegar a la desembocadura en el mar.

Conocía perfectamente el recorrido de aquel riachuelo. Es más, conocía el Primer Distrito como la palma de su mano. Cada calle, callejón, puente, plaza, incluso los lugares más recónditos como las alcantarillas estaban grabadas en su memoria.

Aunque cada vez se hundía más en sus nostálgicas memorias, aquello no le impidió escuchar un casi imperceptible crujido en el suelo que lo puso en alerta. Un niño de unos ocho años, o eso pudo descifrar entre la oscuridad, se detuvo a unos cuantos pasos.

—Tú —le dijo, con una voz que aunque aún era infantil, se podía distinguir como amenazante—. Entrégame tu dinero.

Armin, en un principio perplejo, se cruzó de brazos y adoptó su habitual actitud relajada.

—¿Y si no quiero?

Hubo un momento de silencio. Armin estaba seguro que había dejado desorientado al pequeño ladronzuelo, pero este sacó de entre sus ropas un artefacto que blandió en el aire y se abalanzó hacia el capitán.

—¡Pagarás las consecuencias!

Todo sucedió en un parpadeo. El ladrón, sin saber que su contrincante era uno de los hombres más fuertes y hábiles en el reino, fue sometido sin mucho esfuerzo por este; quien lo despojó de su arma y lo retuvo contra el pretil del puente, dejándolo inhabilitado al inmovilizar sus brazos sobre la espalda.

—Qué valiente— le dijo Armin mientras examinaba a la luz de la luna el "arma" de niño—. Planeabas asaltarme con un cuchillo de madera. ¿Crees que engañarías a alguien con eso?

El chico no dejaba de forcejear en un intento por librarse.

—No creí que fueras tan listo. Solo un idiota sale a estas horas y se queda mirando a la nada con una cara boba.

Armin arqueó una ceja.

—¿Estás siguiéndome?

—No —dijo con voz exhausta después de un rato, e hizo una mueca pensativa—. No mucho. Te vi cuando llegaste al puente y creí que serías una presa fácil.

El capitán apretó los labios. El chiquillo llevaba por lo menos unos minutos observándolo y él recién se dio cuenta de su presencia cuando se acercó.

Sin más lo liberó.

—Cuando tengas edad— le dijo mientras hurgaba entre sus ropas un fardo envuelto en papeles; y después se lo lanzó—, podrás ingresar a la Guardia Imperial.

El chico atrapó sin dificultad el fardo y comenzó a desenvolverlo. Los ojos le brillaron al ver los bollos pan relleno con guisado aún tibio, un festín que Armin había sustraído de la cocina de la mansión Portner.

—¡No lo haré! —le gritó como respuesta antes de correr hacia el otro lado del puente.

Armin solo pudo echarse a reír al ver al frustrado ladrón huir. Justo como él lo había hecho una década atrás.

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Ámber estrujó el papel con inmensa rabia, retractándose inmediatamente. Se suponía que aquella carta con tan ridícula invitación estaba dirigida a su hermano, por lo que no debería dejar huella de haber cotilleado en la correspondencia; aunque en el fondo le daba igual. Por el momento ocultaría la existencia de dicha carta, sabiendo que en el futuro le sería de gran utilidad. Tenía un mes para arruinar completamente a Alice Arlelt antes de que fuera presentada formalmente como la futura reina de Amoris.

Vistiendo sus mejores ropas, se dirigió al Primer Distrito. Tenía una charla pendiente con Charlotte Leclair.

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Los rayos de sol cayeron directamente sobre su cara, despertándola. Parpadeó con pesadez, sintiendo una leve hinchazón en sus ojos. Se preguntó en qué momento se quedó dormida. O que día era.

Y, de golpe, todos los sucesos acaecidos la velada anterior vinieron a su mente. Había asistido a la fiesta de Charlotte Leclair y ahí estaba Nath. Recordó cada palabra, cada acusación, pero obligó a su corazón a no sentir nada al respecto.

Un nuevo día se alzaba en Amoris. Y ella debía representar a una perfecta futura princesa, le había prometido eso a Castiel a cambio de permanecer en el palacio.

Tardó unos segundos en enfocar su mirada, y cuando lo logró observó un ambiente pesado entre sus mucamas.

Iris y Melody realizaban su trabajo de manera muy mecánica. Se alarmó.

—¿Pasa algo? —preguntó, con temor a que respondieran con malas noticias.

Ambas negaron con la cabeza, pero no hablaron. Siguieron la rutina de aseo y arreglo de la misma manera. Alice sabía que ocultaban algo.

—El príncipe la espera para desayunar en el jardín de rosas —le informaron antes de retirarse. Su comportamiento fue de lo más extraño.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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