Another Cinderella

Capítulo XVIII

Ámber entró a la habitación de Charlotte Leclair e inmediatamente se detuvo, aterrorizada al ver las desastrosas condiciones en las que se encontraba. Cortinas rasgadas, trozos de porcelana de jarrones rotos esparcidos por el piso. Como si una tempestad hubiera ocurrido dentro de las paredes, dejando destrucción a su paso.

Leclair se encontraba sentada cerca del balcón, cuyas puertas estaban abiertas dejando filtrar los últimos rayos del sol. Sostenía una taza de té con demasiada serenidad, ajena al desastre que ella misma había provocado.

—¿Qué ha pa…?

—Cierra la puerta —demandó en cuanto la rubia entró al recinto. Ámber aunque confundida acató la orden—. ¿Tienes la invitación?

Lowell cruzó la habitación entre los muebles tirados y los vidrios despedazados. Buscó un sobre entre sus pertenencias, el mismo que había escondido de su hermano tres semanas atrás. Charlotte leyó directamente del papel una vez que se lo entregó.

Los Moncrieff, Familia Real de Amoris; así como la familia Arlelt, están muy complacidas en invitarle a la Fiesta de Compromiso de Su Alteza Real Castiel Moncrieff, príncipe heredero al trono de Amoris, con la señorita Alice Arlelt.

Estrujó el papel con inmensa rabia. Alice había sido muy atrevida o muy estúpida para invitar a Nathaniel Lowell a su propia fiesta de compromiso. Eso o alguien más –a cargo de la lista de invitados a la fiesta– sabía de la relación de Alice con Nathaniel e intentaba acercarlos.

Siguió leyendo el contenido. No distaba mucho de la misma carta que su familia había recibido semanas atrás, pero en lugar de estar dirigidas a los miembros más respetables de la casa, esta solo extendía el privilegio a una sola persona. Charlotte vio una oportunidad para tomar la ventaja.

—Hiciste bien en ocultar la correspondencia de tu hermano.

—Por supuesto —Ámber sonrió con gran satisfacción, pero su alegría no duró demasiado. Leclair sacó de entre sus ropas un pequeño saco que le lanzó a la rubia.

—La paga por tus servicios —explicó ante la silenciosa interrogante—. Volveré a llamarte cuando lo requiera. Limpia este desastre. Y cuando termines, regresa a tu distrito.

—¿Qué pasa con Alice? Nuestro plan pudo fallar ¿o sí?

—Las circunstancias cambiaron —Charlotte se puso de pie, sin perder el porte elegante que siempre la caracterizaba—. La batalla solo se moverá de escenario. Alice Arlelt va a caer y en grande.

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Ámber salió del palacio más rica de lo que imaginaba, pero con su orgullo destrozado. ¿Quién se creía Charlotte Leclair para darle órdenes? ¡A ella, que le había proporcionado toda la información posible de su enemiga! Sin su ayuda estaría perdida. Y aún así se había atrevido a rebajarla a una simple sirvienta. Ahora sus manos estaban arruinadas, estaba completamente agotada y para colmo el día había terminado. Si se daba prisa, podía pasar la noche en alguna de las –nada baratas– posadas del Primer Distrito. Al siguiente día buscaría la manera de llegar a su hogar, una que no implicara esfuerzo físico de su parte y no costara más de una moneda.

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—¿Esto es todo lo que nos conseguiste? —el niño miró a Armin con los ojos entrecerrados después de husmear en la canasta que el guardia le había entregado—. Tacaño.

—Grosero —Armin le propició un fuerte jalón de orejas mientras le arrebataba la canasta y se la entregaba a una niña que comenzó a repartir los bollos de pan, queso y frutas.

A su alrededor había al menos una docena de niños y niñas de diferentes edades. Vestidos con harapos viejos, el más pequeño no tendría más de cuatro años, y el más grande aún no llegaba a la década de vida.

Armin se sentó con ellos a un lado del puente que algunos llamaban hogar, mientras devoraban con gran apetito la comida que les había proporcionado. Desde la primera vez que se topó con el líder de la pequeña tribu infantil que quiso asaltarle, frecuentaba al conjunto de chiquillos que se las habían arreglado para sobrevivir en las enredosas calles del Primer Distrito.

El grupo parecía aumentar a la par de sus visitas.

—Cada vez hay más —dijo sin pensarlo. Había preocupación en su voz.

—Vienen de todas partes —explicó pequeño líder, mientras daba grandes mordiscos a su pan—. Ayer los encontramos— señaló a un par de niños que estaban sentados alejados del resto. Había mucho dolor en su mirada mientras comían con parsimonia—. Venían del Segundo Distrito, pero su mamá… no resistió. Los echaron de la casa en donde trabajaba.

Armin resopló con indignación e impotencia. La historia de la mayoría era similar: Huérfanos de madres solitarias que dejaban atrás a su familia para buscar mejores oportunidades de trabajo en el Primer Distrito, casi siempre con resultados infructíferos. Muchas de esas mujeres perecían en las calles, dejando en la soledad a los pequeños.

Una triste historia que él y su hermano conocían muy bien. Tenía que buscar una manera de frenar todo aquello.

—Mañana no podré venir pero me las arreglaré para enviarles algunos alimentos. Ni se te ocurra seguir robando.

El niño sacó su lengua y alzó los hombros sin dejar de comer. Armin se rió y después alzó la vista a las pocas personas que transitaban por el puente a esa hora de la noche. Una cabellera rubia que caminaba con urgencia llamó su atención.

—Creo que vi a una amiga. Me tengo que ir.

—¿Es tu novia? —dijo el niño, con burla. Los demás comenzaron a reírse cuando Armin volvió a jalarle las orejas antes de irse.

—No lo olvides, Finn —le gritó mientras se alejaba—. Nada de robos. Y cuida de los demás.

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La preocupación de Ámber aumentaba con el paso del tiempo; había visitado al menos tres posadas pero en ninguna encontró lugar disponible. Como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo en viajar y hospedarse en el Primer Distrito.



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En el texto hay: fanfic, romance, corazondemelon

Editado: 01.02.2023

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