Estar en un lugar oscuro, frío y silencioso no es nada lindo. Tengo hambre y sed. No tengo idea de cuánto tiempo llevo aquí encerrada, pero creo que la poca cordura que tenía ha desaparecido por completo. De pronto, escucho un ruido y no sé si son ratones o algo más. Aunque no sé cómo harían los ratones para subir a un barco flotante, no estamos aquí para seguir la lógica, así que tal vez atravesaron un portal dimensional. He estado escuchando ruidos y he decidido convencerme de que son ratones. El chirrido de las bisagras de la puerta me hace saber que alguien ingresará. Entrecierro los ojos para identificar a quien ingresa; no necesito demasiado para saber que es Taranis, pero lleva una linterna de luz tenue que me hace cerrar los ojos.
–Tu castigo terminó. Espero que te haya enseñado a comportarte –dice Taranis. Acostumbrándome a la poca luz, lo observo. Se nota que no me conoce; soy incorregible y no exagero, no cambio. De pequeña, podían castigarme, pero yo seguía siendo exactamente como ahora. –Come esto rápido porque deberás volver a tus deberes.
Taranis abre la puerta de la celda, deja a un lado la linterna y coloca una pequeña charola con un plato de comida y un vaso de agua. Sin pensarlo, tomo el vaso de agua y lo bebo como si no hubiera un mañana. Estoy tan feliz que casi quiero a Taranis (no se emocionen, dije casi). Mi sed ha sido calmada, así que me enfoco en el plato. No huele nada bien y tampoco luce de lo mejor; estoy segura de que es arroz blanco. ¿Por qué a mí? Con disgusto, tomo la cuchara y comienzo a comerlo. Es horrible; si no tuviera hambre, no lo comería ni de broma. Tomo el pedazo de pan y lo muerdo para quitarme el mal sabor de boca. Después de esto, juro que odiaré definitivamente el arroz blanco. ¡Qué mal agradecida soy con un alimento que ha calmado mi apetito cuando creí que moriría de hambre! Pero es que realmente su sabor es horrible.
–¡Date prisa! ¡No estás en un restaurante de cinco estrellas!
–Oh, créeme que lo sé –musito, sin poder controlar mi sarcasmo.
–De verdad que no sé si eres tonta o estás loca –comenta Taranis.
–Diría que un poco de ambas. Es tolerable, pero me costará la vida un día de estos. Total, para morir nacimos, así que, ¿qué importa?
–En algo tienes razón. No me importa, ¡muévete!
–¡Realmente me quieres de enemiga, Taranis! Pones a prueba mi paciencia –expreso, poniéndome de pie. Ni siquiera espera a que sacuda mi ropa; sujeta mi brazo y me arrastra hacia la salida. No me resisto porque es peor.
Llegamos a la puerta y, en cuanto la abre, la luz del sol me ciega. No pensé que se vería tan intenso, pero seguramente es por los días en completa oscuridad. Abriendo lentamente los ojos, consigo acostumbrarme al cambio. Ahora que es de día, puedo apreciar mejor la belleza de este barco de madera tallada que parece brillar. No pensé que se vería tan imponente y mágico mientras avanza entre nubes. Lo admito, estoy con la boca abierta por la sorpresa; pocas cosas logran impresionarme de esta manera.
–¡Ahora ponte a trabajar! –ordena Taranis de mala manera.
–Ya no puede uno deleitarse con la vista porque hasta eso molesta.
–No estás aquí de turista.
–Marinero de cuarta, ¿o debería decir cielero? Bah, lo que sea, eres de cuarta y…
Mis palabras se ven interrumpidas cuando un ser de grandes ojos púrpuras tira de mi brazo, llamando mi atención. Ni siquiera me había percatado de su presencia tan próxima. Parece conocerme, pero no lo creo; recordaría sus ojos, son muy peculiares. Además, ese cabello rosa y su piel pálida… parece una muñeca. Es imposible olvidarse de alguien como ella.
–¿Qué estás esperando? ¿Quieres unos días más encerrada? –cuestiona Taranis con molestia, haciéndome reaccionar.
Sin responder, tomo el balde con el cepillo. No puedo creer que volveré a este deber. Al percatarse de que comienzo a hacer lo que esperaba, Taranis se aleja; no puede estar vigilándome de manera exclusiva. Dejo escapar un suspiro que combina frustración con alivio. Moviendo mi cabeza de manera negativa, me enfoco en cumplir con esto. Debo aprender un poco de quienes me rodean; parecen zombis enfocados en su trabajo sin preocuparse de nada más. Realmente no comprendo cómo pueden tolerarlo.
–Oye –escucho de pronto. Es apenas perceptible, por lo que creo que ha sido mi imaginación, y continúo con lo que hago. No estoy de humor para que me castiguen nuevamente. –Hiver.
–¿Dime? –musito con desconcierto, mirando a quien me ha hablado. Es nuevamente ella, y no comprendo qué desea, pero la observo aproximarse con cuidado para no llamar la atención.
–Soy Coralie –me dice, haciéndome abrir los ojos ampliamente. Ahora lo comprendo. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Por qué más alguien en este lugar me hablaría si únicamente están enfocados en sus deberes? No esperaba que ella fuera tan diferente.
–Hola, ¿ese color de cabello es natural? –pregunto sin ocultar mi sorpresa. Lo admito, no es lo primero que debería preguntar, pero me encanta el color y sus ojos (aunque yo teñiría mi cabello más de azul, a ella le queda increíble el rosa).
–Eh, sí –responde con una sonrisa amable–. Es un color bastante común en Magari. ¿Estás bien?
–Yo sí, mi estómago no tanto, pero espero que pronto pase.
–Debe ser la altura; con el tiempo te acostumbras.
–¿La altura? Fue ese arroz espantoso que tuve que comer. No sé qué estoy pagando; he sido buena persona.
–No considero que sea cuestión de ser buena o mala persona. No sé, hay momentos en los que cosas así suceden.
–Lo dices como si fuera súper normal terminar como esclava en un barco volador que viaja entre diferentes dimensiones.
–Bueno, dicho así resulta una verdadera locura, pero no es a lo que me refiero; si no a que suceden cosas que no esperamos en nuestras vidas, pero estas no ocurren por ser buenos o malos, simplemente son cosas que pasan.
–Imagino que tienes razón; no sé, por ahora haré lo que me aconsejaste.