Han transcurrido algunos días a bordo de este lugar. No diré que me he acostumbrado, porque sería una terrible mentira, pero sí ha conseguido ganar mi admiración; es un lugar simplemente maravilloso. Sería un verdadero sueño viajar a bordo si no fuese una prisionera.
La noche está avanzada y la mayoría de los prisioneros se han marchado a descansar. Yo también podría hacerlo; tienen un espacio reservado para todos nosotros: algunas habitaciones tipo celda, pero no tan aterradoras como la en la que me encerraron como castigo. En la que me encuentro, debo compartirla con otras cuatro jóvenes. Hay colchonetas en el suelo, una para cada una. Por suerte, Coralie está en el grupo; las otras tres son bastante… ¿reservadas? No sé si esa sea la palabra adecuada para describirlas, pero es la única que se me ocurre en este momento.
Todo parece en calma, pero de pronto un sonido inusual llama mi atención. ¿Y adivinen qué? ¡Exacto! Voy a investigar. Guiándome por el bullicio, me aproximo al lado contrario de las "habitaciones" para prisioneros y llego a la puerta de una habitación, camarote o como prefieran llamarle.
La puerta, al igual que todo el barco, es de madera, pero tiene una pequeña abertura en la parte superior. Debo pararme en puntillas para ver con claridad, pero es suficiente. Desde aquí puedo observar perfectamente: es más grande que los demás lugares del barco. Veo a los tripulantes beber y divertirse; ríen, gritan y bromean (al menos eso parece). Es evidente la alegría que los consume. La atención de todos está al frente, y trato de ver, pero todos están ahí, haciéndome difícil saber qué ocurre. ¡Miserables! Ellos divirtiéndose mientras uno debe ser su esclava y mantener todo limpio. Coralie dice que no gano nada molestándome, pero de igual manera me molesto. Ahora mismo me molesta que tengan este tipo de reuniones, no porque esté interesada en participar, sino porque no me parece correcto.
Después de mucho esfuerzo por ver qué ocurre, me percato: es una bailarina peculiar. Debe ser Naima, la sacerdotisa que mencionó Coralie.
Debo admitirlo, es muy hermosa. Su largo cabello negro está suelto; a la altura de la frente lleva una coronita verde agua, del mismo color que su vestimenta. También lleva muchas joyas tintineantes que suenan cuando se mueve. Gira en el escenario ganándose halagos y vítores. Su piel morena brilla bajo la luz; de su rostro solo se aprecian sus ojos, ya que la parte inferior está cubierta por una curiosa joya. A la distancia no puedo apreciar el color de sus ojos, pero estoy convencida de que son marrón oscuro, casi negros, con largas pestañas. Tiene la gracia de una gacela danzarina, y eso mantiene a todos atentos. Es como si nada más existiera en el mundo, y eso me molesta. Es absurdo, pero el espectáculo me resulta realmente molesto. Me alejo de la puerta dejando escapar un sonoro suspiro lleno de molestia.
De manera inconsciente, mientras me refunfuño, comienzo a realizar algunos de los movimientos de Naima, exagerándolos, mientras de mi boca escapan balbuceos inentendibles de quejas. En un momento termino girando… ¡mala idea!
–¿Así que, espiando? –comentan con calma. Reconozco la voz inmediatamente: es el capitán.
–Eh… no –musito, insegura, mirando al suelo. No estoy en posición para desobedecer la regla de no mirar al capitán.
–Sencillamente puedo creer tus palabras. Si continuas bailando, es un espectáculo mucho más entretenido que el de ese lugar.
–Eh… yo… lo siento… simplemente fue una casualidad y la curiosidad. No volverá a suceder.
–Ya veo. Es una lástima –expresa, pasando a mi lado hacia el borde.
Desde que estoy aquí, es la segunda vez que encuentro al capitán. La primera, me encerró en el calabozo por tres días. Lo peor fue ese arroz que parecía engrudo, y del que aún me parece tener el sabor en la boca. La segunda, ahora. En ambas solo he escuchado su voz, y ahora al menos he visto sus botas negras, evidentemente boleadas y brillantes. Sé que debo marcharme, pero hay algo que me detiene: una duda que me atormenta desde que abrí los ojos a miles de kilómetros del suelo.
–¿Puedo hacer una pregunta? –inquiero con cautela, sin aproximarme. No vaya a ser que me busque un problema (ya ha quedado claro que soy experta), pero molestar al capitán es otro nivel. Puede lanzarme por la borda sin consideración, y aunque Taranis no me tiene consideración, algo me dice que la amenaza de lanzarte por la borda está sujeta a ciertas reglas.
–Te escucho –responde sin apartar la mirada del "horizonte", si es que podemos llamarlo así. No puedo decir que ese tono falto de emoción en su voz me llene de confianza; parece tranquilo, tal vez demasiado.
–¿Por qué estoy aquí?
–Por ser tan discreta (?)
–¿Cómo? –cuestiono, sin ocultar la confusión. Puedo ser muchas cosas, pero discreta no creo que sea parte de mi personalidad.
–Es sarcasmo –aclara al notar mi sincera confusión–. La misión en la zona en la que fuiste capturada no era para obtener más rehenes, pero tienes en tu poder algo que me pertenece y que me llevó hasta ahí.
–En mi defensa, un barco pirata que flota no da la más mínima confianza, y no comprendo ¿qué es lo que tengo? Yo no tomé nada suyo, no soy ninguna ladrona.
–Sé que no lo has robado, pero lo tienes; debiste encontrarlo. Si no hubieses intentado armar un escándalo, solo lo habría tomado y no estaríamos aquí con esta conversación.
–¡Ya recuerdo!– expreso recordando de pronto, hace algún tiempo encontré un dije con forma de estrella. Brillaba tanto que no recogerlo habría sido absurdo; desprendía una luz roja hermosa que me recordaba a un rubí; sin embargo, mi conocimiento en rocas me hizo evidente que no era un rubí, era algo diferente, pero tan hermoso que decidí utilizarlo como collar. Al recordar esto, llevo mi mano a mi cuello encontrando el dije–, ¿Por qué no lo tomaron?
–No pudimos abrir esa cosa –confiesa, refiriéndose al broche de la cadena.