Antares: Etoile d'hiver

Capítulo 23: Un necesario descanso

En poco tiempo, el dolor se ve reemplazado por algo más. Comienzo a sentirme muy feliz, como si viviera un ensueño; una inmensa alegría se apodera de mí y solo puedo pensar en cosas bonitas. Dando saltitos, avanzo por el sendero; todo parece mucho más hermoso ahora, es como si mis sentidos se hubieran despertado. A pesar de que la luz del sol es más tenue, los colores resultan más brillantes; incluso percibo el aroma de las plantas.
—Espera, no vayas tan rápido —escucho decir a Coralie.
—¡Coralie! ¡Coralie, Cora, Cora, Coralie! —canturreo, sonriendo y sujetándola del brazo—. Coralie, dime, ¿tú sabes dónde está mi capitán? ¡Capi… capitán, capi… capi… capitán!, ¿dónde está mi capitán?
—Guarda silencio.
—¡No, no, no, Coralie! ¿Por qué? —pregunto, en un grito, deteniendo mi andar—. ¿Dónde está mi capitán? ¡Dime dónde está!
—¡Es suficiente! —me reprende, pero la ignoro por completo. Ahora mismo no puedo tomar nada con seriedad; estoy feliz y, por alguna razón, en mi mente solo hay un pensamiento: deseo ver el hermoso rostro del capitán.
—¡Oh, ahí se encuentra! —exclamo, corriendo hacia él y abrazándolo por sorpresa—. ¡Mi capitán! ¡El más guapo que puede haber, incluso más que Jack!
—¡Basta! —indica con seriedad, apartándome de él. Con delicadeza, lo libero de mi abrazo, pero lo sujeto del brazo, recostándome en él—. No hagas esto, suéltame.
—No, no lo haré —respondo, aferrándome más a su brazo.
—¡Uff! —lo escucho resoplar con molestia—. Espero que el efecto de la picadura de ese insecto no dure demasiado; no toleraré esto por mucho tiempo.
—¿Capitán, desea que la aparte? —inquiere Taranis, ganándose una mirada con los ojos entrecerrados. Es como si pretendiera quitarme un dulce o algo demasiado valioso; si lo intenta, podría morderlo.
—Olvídalo, mientras avance, no hay mayor problema.
Dejándome avanzar a su lado, sujeta a su brazo cual garrapata, continuamos nuestro camino. Usualmente no me comportaría de esta manera, pero, por alguna razón incomprensible para mí, el veneno de ese insecto me ha hecho imposible pensar en algo que no sea el capitán; mi mente solo lo tiene presente a él, es como si todo lo demás hubiera desaparecido.
En poco tiempo, veo un gran edificio. Tal vez sea el veneno del insecto que me hace apreciar todo en su mayor esplendor, o definitivamente la percepción de Coralie está sumamente alterada. Primero dijo que el pueblo estaba cerca de donde se encuentra el barco, y hemos caminado una eternidad antes de llegar aquí. Luego, un pueblo debe ser pequeño, ¿no es así? Pero esto parece más una ciudad. No sé si estoy loca o ella lo está, porque nuestros conceptos evidentemente son opuestos.
—Bienvenidos al hotel Spiro —nos da la bienvenida la recepcionista, en cuanto llegamos al mostrador—. ¿Cuentan con reservación previa?
—Buenas noches, en realidad hemos llegado aquí recientemente y no contamos con reservación. ¿Tendrá habitaciones disponibles? —habla el capitán, conmigo pegada a su fuerte brazo.
—Por suerte para ustedes, no se encuentra lleno el hotel. ¿Cuántas habitaciones necesitan?
—Un total de seis habitaciones: cuatro dobles y dos individuales, por favor.
Mientras el capitán se encarga de la reservación de habitaciones, conmigo a su lado, el resto espera detrás de nosotros. La recepcionista cumple con su trabajo de manera diestra, hace el registro y entrega las llaves de las habitaciones al capitán; volvemos con el grupo.
—Coralie, compartirás habitación con Hiver; Taranis vas solo, y el resto puede elegir a su compañero de habitación —indica el capitán con calma.
—Yo voy con el capitán —expreso, aferrada a su brazo.
—Ya basta, Hiver —me reprende Coralie, tomando la llave que le entregaba el capitán y aproximándose a mí para sujetarme del brazo—. Vamos, te hará bien descansar.
—No, no iré, no me separarán de mi capitán, así que ni lo intenten —respondo, aferrándome al brazo del capitán.
—Vayan a sus habitaciones —indica el capitán a todos los miembros del grupo de búsqueda. Todos obedecen de manera inmediata. Coralie intenta nuevamente llevarme con ella, pero definitivamente no estoy dispuesta a hacerlo; me siento feliz, muy feliz al lado del capitán—. Déjala, las acompañaré, vamos.
Es de esta manera que los tres avanzamos hacia un elevador. Este lugar es muy elegante. Me pregunto: «¿Si así es un hotel en un pueblo, cómo es en una ciudad?». Realmente no puedo imaginarlo. No sé si mi mente continúa enfocada en un solo tema, o mejor dicho, en un solo individuo, pero aún me siento demasiado confundida. Juntos ingresamos al elevador, y el capitán presiona el número siete. Si no estoy mal, el hotel cuenta con diez pisos; en realidad es pequeño comparado con otros, pero eso no quita que sea elegante. En el momento en que se abren las puertas del elevador, avanzamos por el pasillo hasta la habitación con el número sesenta y seis. Coralie toma la llave y la desliza por la ranura de la puerta para abrirla.
—Ahora sí, vamos, debes descansar —me dice Coralie, mirándome con atención. Yo la miro como si no comprendiera sus palabras, pero las comprendo, las comprendo bien—. Vamos.
—Escúchame, debes descansar y te quedarás aquí —indica el capitán con tono dulce, haciendo que lo mire. Veo sus hermosos ojos azules y muevo mi cabeza de manera negativa—. Por favor, hazlo por mí.
—Yo no quiero estar lejos de mi capitán.
—Tu capitán necesita descansar también. Coralie te acompañará, ¿de acuerdo? ¿No quieres a Coralie entonces?
—Sí, ella es muy buena, pero…
—¿La dejarás sola? Puede ser peligroso; estando juntas puedes cuidarla.
—Me quedaré —accedo después de meditarlo un poco.
De manera inmediata, siento como si un terror a algo que no consigo ver se apoderara de mí. Seguramente es paranoia mía, o por efecto del veneno de ese insecto que aún corre por mi torrente sanguíneo causándome alucinaciones, pero no podemos continuar aquí. Sin pensarlo, suelto el brazo del capitán y tomo a Coralie, revisando a ambos lados del pasillo antes de hacerla ingresar.
—Ten cuidado, mi capitán —digo, saliendo para abrazarlo y soltarlo rápidamente para volver a ingresar en la habitación y cerrar la puerta, ignorando la expresión llena de desconcierto que se ha pintado en el rostro del capitán.
Una vez que nos encontramos en el interior, aseguro la puerta para que nadie pueda ingresar con facilidad y corro hacia las ventanas. Me aseguro de que estén bien cerradas y corro las cortinas. ¿A quién se le ocurre tener las cortinas abiertas con la noche en todo su esplendor? Con todo asegurado y cerrado, dejo escapar un suspiro lleno de alivio.
—¿Qué es lo que te sucede ahora? —inquiere Coralie, haciendo que me sobresalte y la mire asustada, causando aún más su preocupación.
—Alguien nos vigila, no es seguro este lugar, no los veo, pero sentí la mirada de alguien vigilándonos.
—Cálmate, estás alterada por el veneno de la Eunoia; nadie nos vigila, este es un lugar seguro y, por si fuera poco, te has encargado de asegurarlo aún más. Mejor intenta dormir, eso te hará bien; prometo que nada te pasará.
—No podemos dormir, Coralie, no podemos.
—Sí, sí puedes y lo harás, debes, porque el capitán no siempre será tan comprensivo y un día más contigo pegada a él como una garrapata, seguramente le disgustará.
—Mi capitán… —suspiro, dejándome caer sobre la cama—. Es muy guapo, ¿verdad?
—No pienso responder eso, voy a dormir y tú haz lo mismo.
Ignorándome por completo, la veo ingresar en un espacio de la habitación, volver, acomodar la cama libre para dormir y demás. No sé exactamente cuánto tiempo transcurre mientras la observo hasta que me quedo profundamente dormida; tal vez segundos, tal vez minutos, es realmente incierto para mí. Lo único que sé es que mi mente comenzó a divagar y, cuando me di cuenta, el techo de la habitación se transformó; ya me encontraba en un sueño.




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