Antares: Etoile d'hiver

Capítulo 25: Es magia

La noche ha caído y me encuentro en la enorme habitación de este lugar, recostada en la cómoda cama, mirando el techo que me recuerda a una oscura noche sin luna ni estrellas. De pronto, la puerta se abre y me incorporo rápidamente; este lugar es muy raro, no puedo tomarme nada a la ligera. En pocos segundos, veo aparecer a un grupo de mujeres. Una lleva una caja, otra un pequeño maletín; todas llevan algo en las manos. La curiosidad y el desconcierto me invaden.

–¿Qué sucede? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?– cuestiono con la velocidad que me caracteriza cuando algo me parece inusual.

– No se preocupe, nosotras la prepararemos para la 'Nákta' – responde la que parece ser la mayor, con el cabello morado. – ¿El lunático obsesivo la habrá teñido así, o las habrá elegido a todas con ese color tan peculiar? Coralie dijo que el cabello rosa era común en Magari; el morado, no lo sé. Deberé preguntarle.

Comprendiendo que no puedo salir a menos que acompañe al sujeto que me mantiene en su lujoso hogar, suspiro y me preparo mentalmente. Como una muñeca, permito que me peinen y maquillen. Puedo compadecer a mis muñecas de cuando me creía diseñadora de modas, mientras siento que tiran de mi cabello. Solo puedo armarme de paciencia.

Una vez lista, me miro en el espejo de cuerpo completo. ¡Hicieron un gran trabajo! Ese sujeto tiene buen gusto, aunque no entiendo cómo supo mi talla. ¡Menos mal que el negro y morado son mis colores favoritos! Mientras observo mi reflejo irreconocible, golpean la puerta. Las mujeres ya se han ido, así que abro.

Un elegante sujeto con un traje oscuro, que combina con mi vestido, se encuentra allí. Ambos parecemos de época. A través de su máscara oscura, percibo la emoción en sus ojos y su gran sonrisa.

–Sabía que te verías estupendamente bien; tengo un gusto muy sofisticado– comenta con presunción.

– Gracias por todo esto– respondo.

–¿Me dejarías colocarlo?– pregunta, abriendo una caja de terciopelo.

–Pero eso no combina con el atuendo.

–¿Y? Algunas cosas no son para combinar, sino porque son necesarias. Esto, créeme, lo es– musita, acercándolo. Con desconcierto, permito que me lo coloque.

No comprendo mucho, pero no estoy aquí por la lógica. Una vez listos, tomo la máscara y él me ofrece su brazo. Me guía por el pasillo al elevador. Llegamos a la planta baja, donde dos personas abren una puerta a otro interior, igual de elegante pero enorme. Me siento pequeña.

–¡Salta!– exclama, saltando y llevándome consigo. Caemos, pero luego ya no más. Lo que antes era enorme, ahora parece normal.

Sin comprender nada, veo la mansión morada sobre lo que parece una mesa de piedra; es diminuta. "¿Cómo es que yo estaba ahí?", pregunto. Mi expresión debe ser cómica, porque él ríe.

–¿Qué es esto?

–¡Crecimos! ¿No te encanta?

–No comprendo.

–Es magia, no tienes que entenderla, solo disfrutarla. ¡Estoy tan emocionado! No imaginas cuánto tiempo he esperado para ir.

Me lleva fuera de la mansión (¿debería llamarla así?), a un elegante transporte. En poco tiempo, vemos el centro del pueblo, vestido de fiesta. Nos dirigimos a donde van los elegantes. Ya me siento importante. Al detenerse el vehículo, bajo y admiro el lugar.

–¿Lista para divertirnos?– pregunta alegremente.

–¿Tengo otra opción?– replico con mal humor.

–¿Qué quieres para sonreír, caramelito?

–Que no me digas 'caramelito', o te mostraré de qué estoy hecha.

–Oh, pero qué dulce, me encanta esa rudeza. Andando.

Me lleva a la fiesta. A pesar de la belleza, no puedo olvidar las palabras del sujeto y el miedo en mi corazón. No quiero quedarme aquí, pero tampoco es nada en su contra; es dulce, pero ya me acostumbré al barco.




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