Cambridge, Inglaterra. 22 de Junio de 1820
Drake dejó que el humo de su cigarro se escurriera entre sus labios mientras observaba con atención la delicada silueta de la señora. Su vestido color crema, el sombrero ajustado en su cuello, el bucle de cabello cayendo a un costado mientras sonreía de manera perfecta y su dama de compañía caminaba a su lado en el jardín.
El silencio señoreaba la tarde mientras aguardaba apoyado sobre el tronco del viejo árbol. Sólo se percibía la fría brisa vespertina y el arrullo de algunas aves.
La hierba seseó haciendo que aguzara sus ojos castaños al tiempo que su entrecejo se contrajo y percibía como un reflejo el peso de su arma en el costado de su brazo izquierdo.
No se movió, sólo se concentró en cada paso acercándose aunque sus ojos permanecían fijos en la dama que arrojaba piedrecillas en la fuente.
—Drake… —la voz de Byrion relajó su tensión y rodó sus ojos dejando que el aire contenido escapara.
— ¿Qué diablos haces aquí? Te dije que me esperaras con los caballos. —masculló.
— ¿Has visto la hora que es? Pronto va a oscurecer y tenemos largo camino. Si continúas mirando las faldas de esa señora, en poco tiempo no podremos distinguir un árbol de una bestia.
—Deja de exagerar… Estoy esperando algo.
— ¿Qué esperas? ¿Que el tipo aparezca por aquí? —cuestionó Byrion con claro tono irónico.
—Lo que sea.
— ¿Lo que sea? Por Dios… este es el peor de todos los trabajos que hemos hecho alguna vez… el más aburrido—Drake rio remarcando los ángulos de su mandíbula.
— ¿Hemos hecho? —Cuestionó con sorna—He hecho, querrás decir… — Byrion chasqueó su lengua.
—Sin mí no eres nada.
—Claro, siempre he dicho lo importante que es tener el caballo listo, la capa, la lámpara, mi navaja afilada…
—Ya, ya… ¿y todas las veces que te salvé el pellejo? cuenta esas también...
Hizo una profunda y última pitada a su cigarro mientras volvía a mirarla. Bonita, claro que era hermosa, y entendía a la perfección las razones del desdichado Robert Hemingway; aunque después de todo él había elegido a una esposa joven con todo lo que traía consigo.
—Deja de mirarla, Drake… quizás el viejo termine creyendo que eres tú el que visita a la señora por las noches y termine matándote. —el comentario de su amigo le hizo reír mientras elevaba una de sus cejas.
— ¿Arreglaste lo de la cena?
—Ah… lo olvidaba. Dossier te ha invitado a su casa esta noche.
— ¿Qué querrá ahora el miserable?
—Dijo que tiene lo que pediste y por supuesto, que lo acompañes a beber hasta desmayarse mientras les cuentas las historias de Amazonia para que entretengas a sus amistades.
— ¿Es que acaso piensa que soy su bufón? —Replicó molesto. —Espero que al menos compre un buen licor, la última vez era una porquería.
—Tú porque eres capaz de beber alcohol puro y aún así no te emborrachas. Hace tiempo que nos conocemos y aún no logro entender cómo es que nunca te he visto dar pena, aunque tampoco he visto a alguien que beba tanto como tú.
—Ese es un secreto que traigo de Escocia…
—Ya deja tus versos conmigo… de tus viajes místicos solo has traído esa trenza ridícula y la barba desagradable.
Drake giró su cuerpo tan ágil como una serpiente y apoyó la hoja afilada de su navaja en el cuello de Byrion.
—Tan solo son apariencias, lo que importa es lo demás… No te metas conmigo… —Su amigo asintió con un leve movimiento, pues su voz aunque sólo era un susurro grave, intimidaba a cualquiera al reflejarse en el brillante filo de aquella navaja. Su rostro de facciones marcadas, dorado por el sol de lugares intransitables, un par de ojos oscuros e indescifrables, enmarcados por las cejas tupidas y el cabello largo cayendo salvaje solo ilustraban aquella voz temible.
Drake rio con ganas, levantó su mano para tomarlo por la camisa, pero algo tieso empujó puntiagudo en su costado y antes de que bajara su mirada, encontró los ojos brillosos de su compañero que ya sonreía.
—Veo que has aprendido… —murmuró entre dientes.
—Son muchos años viéndote hacer los mismos movimientos… —Respondió Byrion disfrutando el instante de sorpresa en los ojos de su amigo que se limitó a chasquear su lengua fastidiado, al tiempo que ambos enfundaban el filo de sus armas.
—Mejor camina y hazlo en silencio. Hoy no te soporto.
—Eres un bastado…
—Sí, lo soy.
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Llegada la hora indicada, se detuvo junto a la ventana de la gran mansión y masculló infinidad de insultos mientras volvía sus ojos hacia la oscuridad de la arboleda que rodeaba la casa, repitiéndose que más le valía a Byrion mantenerse alerta y no emborracharse antes de las doce de la noche. Resopló molesto, sintiéndose una bestia encerrada en aquella prisión de finas telas. Sin dudas no era aquella su mejor versión, pero necesitaba del vehemente Dossier y sus influencias. No le quedaba alternativa más que acceder a sus caprichos aristocráticos de vez en cuando y convertirse en el entretenimiento de aquella manada de inútiles vestidos de lino.