Ante ti, soy

Capítulo 27

Drake acercó su nariz al cuello de Caddy. Olía al Támesis con un toque de hierba silvestre y una pizca dulzona a lodo. Sonrió. Cadence Miller era capaz de hacerle sentir que aquella pestilencia olía fantástico.

Carraspeó al notar su distracción. Estaba allí en semejantes circunstancias y no hacía sino mirar al río, anhelando volver.

—Me intriga terriblemente saber qué hacía sola allí, y mucho más, en qué instante cruzó por su mente la idea de que darse un baño a estas horas podía ser un plan perfecto.

Al oír su voz, Cadence se percató del fuerte mentón cercano a su rostro y sus brazos rodeándola, mientras el caballo continuaba su trote. La premura por recuperar el sobre de cuero y la angustia que le generaba que quedaran aquellas cartas allí perdidas, a la intemperie del verano londinense, sumado a la importancia que  podrían tener para Drake, agitaron su pecho y deseó llorar por enésima vez en la tarde. Él ante su silencio prolongado, continuó.

—Estuve buscándote desde que regresamos. ¿Por qué has salido de la casa sin dejar un recado? Sabes que estamos en un lugar hostil y me preocupan tus salidas extrañas.

—Lo siento. —Musitó mientras llegaban a la casa, e inevitablemente miró al cielo notando con desesperación la vislumbre de unas nubes que se aproximaban.

—Ha llegado un mensaje de tu familia.

— ¿John? —Drake movió su cabeza en negativa mientras continuaba camino mientras Cadence apretaba sus ojos suponiendo que su tía Anne había desestimado la advertencia de John respecto a visitar a los recién casados.

Cuando el caballo se detuvo, la brisa vespertina enfriaba la humedad de su piel y también las telas de su vestido que se habían pegado a su cuerpo haciendo que se abrazara a sí misma mientras volvía la mirada nuevamente a la lejana arboleda y su labio temblara al punto de llorar.

Drake mientras sostenía la rienda del caballo, con el ceño apretado la observó mientras ella abstraída en sus propios pensamientos catastróficos, no se percataba de ello.

—¿Quieres decirme algo? —Cuestionó al percibir que algo estaba sucediendo. Caddy sorbió su nariz mientras movía su cabeza en negativa, intentando ser convincente. Carraspeó y entraron a la casa sin más.

Drake aguzó la mirada mientras la observaba caminar con decisión escaleras arriba,  dejando la humedad de sus huellas y el halo de su aroma a río Támasis sobrevolando sus espaldas. Se veía como un gorrión escuálido y débil que había  caído al agua por el descuido de sus jugarretas. De inmediato la imagen de sus brazos zarandeado el viento en un intento vano de asirse de él, sumado a su cabello pegado a su rostro terminaron de hacer el efecto esperado e inevitable y fue entonces que un chistido de risa se escapó de sus labios, haciendo que de inmediato ella se detuviera y refunfuñando se volviera a él.  Drake  sostuvo la carcajada y apenas esbozó una tenue sonrisa que enardeció las mejillas pálidas de su esposa.

—No le veo ninguna gracia. —Dijo ella mientras encolerizada continuaba su camino.

Al llegar a la habitación, estrellaba la puerta de un golpe y apretando sus brazos mojados caminó rápidamente hacia la ventana, constatando que del sol quedaba apenas una media hilo anaranjado en medio de espesas nubes de verano y un manto de sombra cubría la tupida arboleda, solo dejando oscuridad a sus pies.

Se dejó caer sobre la mecedora y echó a llorar como una niña, lamentando su terrible suerte y rogando a Dios que por una vez en la vida se apiadara de ella y soplara aquella tormenta, lejos de allí.

Golpearon la puerta en escuetos tres sonidos insistentes, acompañados por la voz de Rose que cual susurro, pedía permiso para ingresar.

—Señora.. Gracias a Dios que ha llegado a la casa…  —reclamó a su manera que hubiera salido sin dejar al menos una razón. Había tenido que soportar la mirada y el tono reprobatorio de su esposo por ser su dama de compañía y no tener la mínima idea de donde se encontraba.

Encendió las velas de los candeleros para dar claridad a la habitación y fue entonces que vio la figura delgada de Cadence, mojada por completo y recostada en la mecedora con el cabello revuelto y el brillo de las lágrimas sobre sus mejillas.

— ¡¿Qué sucedió?! ¿Por qué se fue sin avisar? ¿Le sucedió algo? Dios bendito… 

—Shh…  nada sucedió. Solo quise dar un paseo y… Oh, Rose. —Dijo mientras se incorporaba y la muchacha se acercaba rápidamente a su lado. —¡Solo pide a Dios con todas tus fuerzas que esta noche no llueva! —Suplicó.

— ¿Que no llueva? —repitió confundida y ella solo asintió. Hubiera deseado contarle de sus peripecias pero solo complicaría más las cosas. Lo que más extrañaba desde que había comenzado el asunto de la bendita carta de Brooke era la necesidad imperiosa de alivianar sus penas y compartir sus dolores. Era horrible sentirse tan sola. —Claro, señora. ¿Desea algo más?

—Ayúdame con estas ropas y prepararme un buen baño.

—Sobre la mesa he dejado la nota de su familia. El señor me pidió que se la entregara.

— ¿Dónde está mi esposo?

—En la sala con la señorita Danksworth y Byrion. —Cadence resopló mientras lanzaba el corsé con ímpetu sobre el suelo.

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En el texto hay: epocavictoriana, amor misterio

Editado: 05.04.2022

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